Capítulo 35: ¿El príncipe tiene miedo?

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—Lo admito. ¡El negro no es su color! —exclamó Ashton en un tono bromista al entrar al aposento principal de la suite.

Observaba a Edwards ajustarse la corbata de moño del smoking azul noche con meticulosidad, buscando la perfección en cada detalle. Mientras el príncipe contemplaba su reflejo en el espejo con una expresión pensativa, Ashton notaba los cambios en su apariencia: el regreso a su color de pelo rubio castaño, la eliminación de los anteojos que no le hacían justicia a esos hermosos y deductivos ojos negros, los cuales desprendían un brillo exorbitante. Y la barba al estilo hollywoodiano que llevaba desde antes de París, fue retirada con éxito. Sus hoyuelos, antes casi imperceptibles, ahora resaltaban con claridad.

—¡Nervioso, señor...! —exclamó Ashton nuevamente, interrumpiendo los pensamientos de Edwards y sacándolo de su ensimismamiento.

Edwards acomodó por última vez la corbata negra con una elegancia innata, enderezó su postura con gracia y miró a Ashton con una confianza serena.

—Lo creas o no, esta no es la primera vez que hablo en público
—afirmó con su característico sarcasmo, acompañado por una sonrisa prepotente que reflejaba una confianza inquebrantable en sí mismo.

—Usted sabe muy bien a lo que me refiero —insistió Ashton con preocupación, manifestando sus temores ante la situación.

—Eventualmente algún día iba a llegar a su fin, ¿no? —comentó Edwards en un tono frío y realista, aceptando la eventualidad de los acontecimientos—. ¿Paolo me mandó el paquete?

—Aquí está —respondió, señalando una caja que reposaba en la cama—. Una peluca perfectamente ajustada, con cabello real, nadie sospechará que no es su propio cabello. Será solo cuestión de minutos, señor
—añadió, tratando de
reconfortarlo—. Deberá dar unas breves pero emotivas palabras, seguidas de una generosa donación. Después, estrechará varias manos de personas presentadas por el alcalde, mientras presume de su estrecha relación con la familia real, aunque sepamos que no es cierto —detalló su guardaespaldas el plan meticulosamente elaborado.

—Dicen que el peor pecado del hombre no es más que su gran ego —reflexionó Edwards con una expresión pensativa—. Después de unos treinta minutos, varias fotografías, sonrisas forzadas y apretones de manos, podré dejar atrás este papel. ¡Perfecto, es una gran noche para destrozar los sueños de alguien! —añadió con un toque de humor ácido, utilizando su característico sarcasmo como escudo protector—. Estoy listo para que ella me odie.

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Departamento en Queens. Horas antes del evento

Lucy, subía las escaleras de manera enérgica. Llevaba puesto unos auriculares y ropa deportiva. Desde que había visto aquel vestido de novia en el aparador de una tienda, había tomado el hábito de ejercitarse, aunque ahora aquel vestido ya no era la inspiración. Debía reconocer que Oliver, tenía razón con aquello de correr. Esta práctica reducía su estrés y su manejo de dudas al menos a la mitad.

Se apresuró a abrir la puerta tarareando la tonada de la canción que escuchaba mientras movía su cuerpo con disimuló al ritmo de la música.

Por favor, por favor no cuelgues... espera...

Apenas entró, posó sus ojos hacía Sarah con curiosidad. Ella estaba de pie en la sala y llevaba una acalorada conversación telefónica.

—Espera, solo dame un segundo...
—hizo una mueca de súplica, mientras Lucy caminaba hacia la cocina sin hacer ruido, observando entre veces a su dirección—. Te estoy pidiendo, que sólo me otorgues unos minutos... espera... —repuso, y se retiro un poco el teléfono de la cara con un semblante inexpresivo y cubriendo el micrófono con su mano.

La Cenicienta de Queens (Por Editar)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora