Abismo

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Advertencia: El siguiente capítulo tiene contenido sensible, tal como violencia, lenguaje vulgar, abuso sexual, homicidio, que no debe ser aceptado y debe ser tratado con delicadeza y respeto.

A pesar de lo que leerán a continuación, no hay incesto, y lo explicaré al final del capítulo.

Abismo

Una historia de muertes y tragedias.

Eso fue lo que pensé cuando una joven sonriente se plantó ante mí y me solicitó una habitación, a pesar de que su mera presencia en el lugar iluminaba todo. La guié hasta la número seis y me agradeció efusivamente, sin borrar su sonrisa.

—Nadie puede ser tan feliz —le comenté a mi madrina dos días después, en los que estuve pendiente de la joven, quien saludaba a todos con un beso y un abrazo, y contaba chistes y se reía a carcajadas.

—Tú eras así de feliz. Claro, luego te llegó la adolescencia y ahora piensas que todos deberíamos ser igual o más tristes y trágicos que tú.

Ella se encogió de hombros y siguió comiendo.

—Yo creo que actúa —insistí.

—Mi niña, tú siempre quieres tener la razón. —Bebió un largo sorbo de café—. Con el tiempo aprenderás que sí hay personas felices, y mientras más felices son, más han sufrido. Sólo que aquellos que conocen el dolor, pueden entregarse a la felicidad plena, en mi no tan humilde opinión.

Mordí mi labio inferior, indecisa, y seguí comiendo. ¿Y si mi madrina tenía la razón? Negué a la vez que le daba un mordisco a mi arepa. Yo era una adolescente, y como tal, siempre quería llevar la razón.

Cuando dormía, Yesenia me visitó en mis sueños. Fue la noche más larga de mi vida.

Me encontraba en una zona como abandonada, llena de follaje y maleza; tenía calor, estaba sudando y me sentía pegajosa. Caminé por dos horas, o al menos así lo sentí, hasta que llegué al límite de la zona. Una vieja carretera se interponía entre unas casas y yo. Me quedé unos segundos embelesada con el amanecer que poco a poco se abría espacio en la oscuridad del cielo.

—Eres muy joven para estar aquí sola —dijo una fina voz a mi lado.

Di un salto y miré a la persona que habló.

Era una niña.

Alcé incrédula una ceja y me crucé de brazos.

—Fácilmente te llevo más de diez años. ¿Estás perdida?, ¿dónde están tus padres?

La miré de arriba abajo, vestía una franela tres tallas más grande, le llegaba a las rodillas, y unas sandalias que habían visto años mejores; su cabello negro, sin embargo, estaba prolijamente peinado. Al ver sus ojos, quedé muda. Eran de color agua, pero eso no fue lo que me dejó sin habla, sino que eran los ojos más tristes que yo había visto en mi corta vida, y estaban llenos de odio.

—¿Mis papás? —Saboreó cada sílaba lentamente—. En mi casa. —Señaló hacia las estructuras al otro lado—. Desde aquí no se ve, está casi al final del barrio —me especificó.

—Seguro están preocupados por ti.

Ella rió y empezó a jugar con una de las mangas de la franela.

—Puedes acompañarme y lo comprobamos.

Una alerta roja se prendió dentro de mí y recordé todas esas veces que mi madrina me dijo que tuviera cuidado con las personas y no acompañara a nadie desconocido a ningún lugar.

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⏰ Última actualización: Dec 17, 2021 ⏰

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