Capítulo 1

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Alguien se acercó hasta el hombre rubio que alimentaba al loro, haciendo una rápida reverencia antes de gritar:

— ¡Su Majestad! Tengo algo importante que decirle.

— ...

El rubio dejó que el loro se alejara volando y se volvió hacia su sirviente. Se sacudió los restos de comida de pájaros que se le quedaron en los dedos con indiferencia.

La luz del sol le dio en su bello rostro.

— ¡Se ha encontrado el anillo!

Los ojos del hombre se iluminaron una vez que escuchó esa palabra.

***

— ¡Chiquilla inútil!

La nariz no le paraba de sangrar. La voz a la que estaba acostumbrada hoy era especialmente dura.

La niña se mordió los labios y se limpió la nariz rápidamente con la manga sucia.

— ¡Zorra patética! ¡Te contraté por pura generosidad, lo menos que puedes hacer es hacer tu trabajo bien!

Se agarró el hombro, riéndose del hombre en voz baja.

— Cielo santo... Me paga dos Shillings por semana. Soy la única persona a la que podría contratar. — Murmuró.

Él levantó su mano otra vez. Blondina apretó los dientes y cerró sus ojos con fuerza.

Sintió un golpe en su cabeza. La sangre de su nariz goteaba por su mandíbula y la manchaba el cuello.

Según el hombre alzó su mano una vez más, ella decidió correr. Huir de la posada y del hombre tan rápido como sus pequeñas piernas se lo permitieran.

El nombre de la niña era Blondina. Había trabajado como recepcionista en la posada desde la muerte de su madre.

El trabajo no era fácil. Sus manos estaban dañadas de sus lentas y arduas tareas. Pero era la única opción que tenía. Para una pequeña huérfana como ella, era esto o ser vendida a algún pedófilo rico.

Soltó el aire con un jadeo. No pararía hasta llegar a la entrada de la villa.

Sujetó su collar con fuerza, la voz de su madre resonando en su cabeza.

"Blondina. Esto es un regalo de tu padre. Tenlo siempre contigo."

Su madre le entregó un pequeño saquito con un colgante en él.

Dentro del usado saquito, junto con el collar, había un anillo brillante. Era su único recuerdo de un padre al que nunca llegó a conocer.

Su madre siempre le decía que era la única cosa que él había dejado atrás, huyendo tan pronto como Blondina nació.

Empezaron a formársele lágrimas por la cara según recuperaba aliento, pero se forzó en aguantarlas.

"Tengo orgullo. Esto no puede hacerme llorar."

Sintió el anillo, seguro en el saquito. Quería proteger el legado de su madre desesperadamente. El colgante. Pero...

— Mamá, lo siento. No puedo más.

Este era su final. Tenía que anteponer su supervivencia a un anillo que le fue dado por un padre que la había abandonado junto a su madre.

Blondina empezó a correr a través de las ventosas calles de la villa. Iba a vender el maldito anillo. Ahora.

La joyería estaba al final de un pequeño callejón.

El olor a perfume le golpeó la nariz en cuanto abrió la pesada puerta de madera. Olía exactamente como un lugar al que irían las señoras que se arreglaban mucho.

Crie a la bestia bienDonde viven las historias. Descúbrelo ahora