Capítulo 2

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• Más difícil de lo que esperaba •

Madison

Siempre fui consiente que cambiar de un lugar a otro, era una tarea que se me complicaba bastante. Nunca fui fanática de los cambios repentinos ni los que tuvieran un gran peso en mi vida, prefería siempre quedarme en lo que ya conocía y con lo que me sentía segura.

Pero ahora, que deje atrás toda mi vida en Canadá para cambiar a los aires Europeos en Alemania, me doy cuenta de que tal vez me privé mucho en el pasado de los cambios, que no todo son malos. Hoy se cumple mi segundo día desde que llegué.

El primero fue algo alocado, puesto que Martha, hermana de mi padre, no me dejó descansar ni un segundo y me mostró cada rincón de la ciudad que creyó era necesario. Me explicó reglas básicas y algunas cosas que debería tener en cuenta cuando comenzará a moverme por las calles de Alemania. Después de eso, regresamos a su departamento en donde me mostró lo que sería mi nueva habitación por un tiempo indefinido y me dejó desempacar todo.

He terminado de sacar mis cosas, el armario se encuentra totalmente lleno de ropa. Alguna aún con la etiqueta, puesto que fueron productos de compras impulsivas que hoy por hoy no me gustan tanto.

—Madi, ¿Estás despierta? —sonrío al escuchar la voz de Martha a través de la puerta— necesito un favor de tu parte.

Abro la puerta, encontrándome con una mata de rizos dorados que se extienden por su rostro. Los ojos grises le brillan con felicidad al verme.

—¡Mira qué radiante estás! —me abraza a pesar de que intento negarme— de verdad que viajar te ha cambiado mucho, en Canadá siempre tenías la misma cara de amargada.

—Claro.

—Ven, necesito que me hagas un favor —saca una pequeña hoja del bolsillo de sus pantalones, entregándomela, dejándome ver que se trata de una lista de compras— no podré ir al supermercado hoy y la despensa está vacía ¿Puedes ir?

Miro la nota con recelo, ha escrito todo lo que necesito en inglés, pero hay marcas en alemán que no me suenan de nada.

—¿Estás segura de que quieres que yo vaya? —le devuelvo la hoja— no creo que pueda.

—¿Cómo que no? ¡Claro que puedes!

—Las cosas están en alemán, el supermercado, en sí está en alemán. ¿Cómo haré la compra?

Me mira como si la respuesta fuera obvia, la tuviera frente a mí y no me diera cuenta.

—Madi, tienes que salir y enfrentarte. En algún momento tendrás que hacerlo sola, es mejor que comiences ahora —vuelve a darme la hoja y me empuja a salir de mi habitación—haz la compra, no sé cómo, tienes diecinueve años y eres capaz de resolverlo sola.

—Martha —me quejo— solo me harás pasar vergüenza.

—Bien, pues es mejor ahora —asegura.

—No puedo, no sé ni siquiera cómo saludar —detengo mi caminar, ambas a mitad de la sala— necesitaré unas clases de alemán.

No lo decía en serio, no tenía pensado tomar alguna clase pronto. Sabía que lo necesitan si mi idea era quedarme aquí por mucho tiempo, pero iría aprendiendo lo básico con el tiempo.

—¿Unas clases?

—Sí, pero ya será después, ahora-...

—¡Tengo al profesor perfecto!

—¿Qué?

Antes de que pueda decir algo, ella brinca hacia su habitación en busca de su móvil. A veces me preguntaba cómo ella, con casi cuarenta años, podía tener incluso más energía que yo. Martha se veía joven y mantenía una vida bastante estricta en busca de mantenerse así misma, pero aun así era sorprendente verla brincar y correr de aquí para allá. Cuando regresó, tenía una gran sonrisa en el rostro mientras escribía con rapidez.

Reconozco sus miradas © [REESCRIBIENDO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora