♠️ Kismet and Nemesis ♠️

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Satoru no es fan de quedarse vagando por todo el instituto, pero ¿qué más puede hacer bajo estas circunstancias? Tiene pendientes dentro de quién sabe cuánto tiempo, y Yaga le prohibió escaparse a algún otro lado; su tono fue lo suficientemente serio como para hacerle entender que es preferible no molestarlo.
—Esto es un asco —se queja, empujando con la punta del zapato una pobre piedra—. ¿No puede ir alguien más en mi lugar?
Pensándolo bien, alguna otra persona sería demasiado idiota para desempeñar su papel. Restregando los dientes, se resigna y deja las cosas tal cual, guardando sus actuales molestias para la próxima y desafortunada maldición que se le cruce.
Mientras se gasta el tiempo merodeando por los alrededores, de forma que no acabe estresándose por esperar la reunión, se cruza con un paquete en el pasillo de los dormitorios. Sus ojos le permiten ver que es para Mao Tokugawa, pero ella no tiene previsto regresar; dentro de un día más estará de vuelta, o al menos eso es lo que escuchó.
Lo toma por si acaso, como buena alma benevolente que es, y lo lleva consigo.


Deja el paquete en su cuarto favorito: el de películas, ignorándolo un rato. Mientras las cosas yacen preparadas, revisa su celular, notando que es justo la hora en la que se debe llevar a cabo la reunión.
Llega 8 minutos después.
Las caras hostiles que le dirigen son una joya, pero le parece que no se molestaron lo suficiente; falta más sazón en su tono, más quejas, sermones.
¿Debería llegar 15 minutos tarde para la próxima?
Como es de esperar, Yaga es el único que le retiene al final. Está sacado de quicio y en parte acostumbrado a sus demoras.

—Deja de ser un idiota; debes llegar a tiempo a las reuniones —le recuerda, casi murmurando para no dejar que se escuche su enojo en caso de que alguien siga detrás de la puerta—. ¿Sabes que se me están acabando las justificaciones a tus estúpidas y además innecesarias demoras?
—¡No hay que enojarnos tanto! Luego aparecen arrugas y parecemos pasas. —juguetea, tratando de aligerar el ambiente.
Yaga se enfurece más, y toma eso como su carta para irse.
—Satoru-
—Ah, mire la hora —Vuelve a ver su celular—. Debo atender a uno de mis chicos. Me pidió un entrenamiento especial, y quién sería yo si no atendiera un llamado de auxilio. —dramatiza, guardándolo en su bolsillo, y hace una seña de paz con los dedos inmediatamente después.
De ser posible, Yaga frunce con mayor fervor el entrecejo.
—Vuelve a interrumpirme y-
Se escapa.
Después de huir al cuarto de "entrenamiento especial", cambia sus prendas y busca en el repertorio de películas, interesándose en la que tiene la mejor portada, tomándola entre sus manos y casi corriendo a ponerla, no sin antes preparar un poco de palomitas acarameladas, agarrar todos los dulces que puede de su escondite, y sentarse a sus anchas.
Mira de reojo el paquete que dejó en una esquina en el momento que su trasero toca el mullido cojín, pero como puede, despega la mirada y sostiene el control con una mano, acomodando las cosas con la otra.
Después se tomará la molestia de mirar a Mao sobre el hombro mientras abre el paquete. No hay prisa.


Definitivamente no lo consumirá la intriga.
Al menos eso es lo que se aferra a pensar. Sus ojos son incapaces de estar al tanto de la película, desviándose al paquete cada cierto instante, haciendo que pierda el hilo de las cosas y se frustre en el proceso.
Es de madrugada, aún hay tiempo. Será cuestión de horas para que su sistema ceda y le gane el sueño, no tiene porqué apresurarse.
Se llena la boca de palomitas, esperanzado a que la dulzura lo distraiga del deseo de husmear. Luego, recuerda que, hasta este punto, Mao debe estar acostumbrada a su insoportable forma de comportarse. Realmente no debería haber problema si le da una miradita.
Larga un agresivo suspiro a través de la nariz, rodando los ojos y tomando nuevamente el control una vez que limpia el caramelo de sus dedos con la lengua. Pausa la película, endereza y estira la espalda después de levantarse, y simplemente le toma tres pasos llegar hasta el paquete, inspeccionando.
Levanta sus lentes oscuros por si las dudas, viendo a mayor detalle la caja y presionando tentativamente uno de los bordes, amenazando con abrirla.
—Seguramente será algo aburrido —comenta para sí mismo, usando un preciso ritual que corta el centro de manera superficial—. Ni siquiera hay energía maldita o algo, ugh.
Husmea el contenido, encontrando delgado papel decorado, tarjetas que no está interesado en leer, y un curioso atuendo resguardado con un plástico transparente y brilloso que de inmediato le abre la boca.
Destrozándolo con las manos, suelta una sonora carcajada, extendiendo el vestido frente a sus narices.
—Me retracto. Esto no es aburrido en absoluto.

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