Garganta

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Dios, cómo duele esto.

Para el juicio guiado por el corazón, parece que lo que más duele es una víscera, y para aquel dirigido por la cabeza, lo serán las emociones. Pero no. El mayor tormento no es psíquico ni neuronal, sino somático. Lo que duele es un conducto. Va desde los bronquios, bronquiolos, carina y laringe, pasando por las cuerdas vocales desgarradas de tantos quejidos que brotan de la propia voz. Es la garganta por donde debe fluir el aire, pero no puede pasar porque está obstruido, porque los músculos se tensan tanto que no se pueden mover y se comprimen sin destensarse para volver a jalar aire, dando la sensación de que uno va a morir asfixiado. No ayuda que la nariz también se congestiona; primero se va llenando de agua que se escurre de las fosas nasales hasta que duele la piel de tanto secarla mediante la fricción de un pañuelo. Después, se seca la mucosidad y tapa la cavidad nasal, deteniendo nuevamente el flujo del aire.

Es por eso que uno se ve obligado a abrir la boca para inhalar y exhalar, pero con cada movimiento el ardor en la garganta se intensifica, porque la vía oral no tiene la protección que sí tiene la respiratoria. La boca no está hecha para respirar, así que ante el cambio de ambiente fresco, húmedo y cálido por uno más seco y sofocante, el estómago se revuelve y dan ganas de vomitar. Se producen arcadas desde el centro del abdomen que parece que lo parten a uno en dos, pero eso no ocurre y duele más la lenta agonía que un golpe contundente. Se siente el ácido subir desde el estómago a través del esófago y la faringe hasta ir a dar a la garganta, otra vez. ¡Oh! Pobre garganta que debe aguantar doble padecer.

A veces las espinas del sufrimiento rompen el tejido y el sabor de la sangre causa aún más náuseas, sintiéndose como si un pétalo rozara la úvula o campanilla que cuelga sobre la parte más profunda de la boca, en donde empieza la lengua y definitivamente ya no es garganta, y uno empieza a ahogarse ya no sólo con su saliva, vómito o el aire mismo, sino también con la sangre que adopta forma de flor. Tanto la nariz como la boca ahora están bloqueadas, así que cada nuevo episodio de esa extraña enfermedad se siente hasta ese punto como una cuestión de tiempo; a ver cuánto tardan las flores en ahogarlo a uno y morirse.

¿Habrá alguna operación capaz de extirpar el sufrimiento sin dejar secuelas? Esto es más un síndrome que un cuadro puramente patológico; es más como una gripe que como un infarto. No basta cambiarte el corazón. No basta eliminar tus emociones, ellas no son el problema, porque tampoco son el agente causal, sino el amor. ¿Qué operación puede erradicar al amor?; ¿qué operación garantiza que no volverás a pescar un resfriado? Que no volverás a enamorarte. La única salida es extirpar todo el sistema orgánico involucrado por otro que ya no sea capaz de reaccionar igual. Por uno que ya no pueda volver a sentir ni tristeza, ni alegría, ni nada.

Pero claro que yo no quiero dejar de quererte. Claro que no quiero no sentir mi corazón latir en mi pecho nunca más, porque cuando no estás tú, lo hace, pero es un mecanismo automatizado al que no le encuentro ninguna gracia, porque no noto lo mágico que es el milagro de estar viva. Yo quiero seguir hablándote todos los días, tardes, noches y madrugadas. Quiero imaginar cómo son tus besos, tus manos; tu piel sobre mi piel. Mas al alma mía no le alcanza lo que mi mente intenta recrearle para sustituir la realidad: tú no estás aquí. Los únicos labios, manos y piel que me tocan son los propios de mí. No te tengo aquí a mi lado y todo mi cuerpo lo sabe aún si mi mente se convence de que me amas.

Mi cuerpo no siente tu amor, porque no estás. Sólo siente angustia al voltear en la cama y no verte, no sentir tus caricias ni oír tu voz. Sólo tiembla en espasmos porque cada rincón ínfimo te extraña. Yo sé que algún día vamos a lograr corresponder cada una de nuestras pasiones, anhelos y ocurrencias, sólo me pregunto si mi cuerpo va a aguantar sin elegir el rumbo de extirpar el dolor, y con él todo rastro de sentimientos afectivos hacia ti. Esto es una lucha avasallante del día a día, en la que yo decido si vale la pena sufrir por esperarte o si erradico toda pena de tajo, renunciando sin retorno a este loco sueño de estar junto a ti. Y quizás, también a amar a cualquier otro ser como te amo a ti, porque nadie podrá representar en mi vida lo que en ella has venido a ser tú.

AusenciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora