La noche de los deseos

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Los días pasaban y la familia de Aisha continuaba en la villa. Sin embargo, llegaba la hora de abandonar aquel pequeño oasis cristiano y volver al paraíso granadino.

El aparente grito en la noche de la danza ritual junto al gran zumbido en el interior de la casa, hizo que sintieran miedo y tuvieran precaución los días posteriores a la reunión, pues aunque no averiguaron nada respecto a lo ocurrido, Fátima tenía una extraña sensación.

-Debemos irnos, Jatib -dijo la madre de Aisha a su esposo mientras terminaba de calentar un poco de leche para sus hijos.
-Relájate, querida -contestó Jatib-. Ya viste que no ocurrió nada. Sería nuestra imaginación.
-O un aviso de Dios para que nos vayamos ya -insistió preocupada-, Aisha no duerme bien desde aquella noche.
-¿Qué le ocurre a mi princesa? -preguntó Jatib cariñosamente a su hija mientras le acariciaba el cabello.
-Quiero bailar como aquellas mujeres -contestó sonriente-. Madre, enséñeme.

Los esposos se miraron y no supieron qué responder a las palabras de la pequeña. Nunca habían contado al pequeño Adil, y mucho menos a la pequeña Aisha nada de las artes de la danza que poseía Fátima para no despertar en ella el amor por la sensualidad y el erotismo. Noches y noches había pasado la madre de los niños amenizando las veladas de nobles de la corte del sultán, e incluso en tiempos pasados, deleite para reyes cristianos. Jatib, su paciente esposo, quedó prendado de su arte en cuanto la vio por primera vez en un palacio de recreo perteneciente a la familia real nazarí. ¡Qué hermoso cruce de miradas entre ambos la noche de los deseos!

Rituales y ofrendas a determinadas deidades qué ofenderían a todo buen musulmán, pero necesario para personas inconformistas y de bien para conocer la verdad de la creación. Lizz, curandera para unos y hechicera para otros, legó aquella noche a los dos enamorados deseos perecederos y maravillosos para su futuro.

A solas y alumbrados por una antorcha, los jóvenes Fátima y Jatib fueron aquella noche, a toda prisa hasta las faldas de la mismísima Alhambra, junto al río.

Lizz, paciente y amable, invocó a diferentes espíritus y entes astrales para que concediesen favores a los jóvenes.

-A Jatib, la fuerza y la entereza para hacer frente a las maldades del ser humano... -murmuró mientras una esfera blanca se posaba sobre la cabeza del joven- A ti, Fátima, el favor más grande que se le puede conceder a una mujer que algún día será madre -la esfera blanca se deslizó por la austera alcoba y se posó sobre la muchacha-, la elección de que su astral deje el mundo físico llegado el momento.

Aquella noche, los jóvenes apenas entendieron nada. Pasados unos años, los padres de Aisha agradecerían una y otra vez con alimentos y visitas el gesto de aquella entrañable mujer.

-Ay, mamá -exclamó Aisha entre sueños- Mamá, mamá, mamá... -murmuraba mientras sus padres la observaban y la doncella ponía paños húmedos sobre su frente para bajar la temperatura

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-El médico -interrumpió un esclavo de aquella casa de recreo en la alcoba de la pequeña.
-Pase... -pidió Jatib. Fátima no soltaba las manos de su hija-. Lleva así desde ayer.

El médico examinó el pecho de Aisha y fijó sus ojos en la mirada perdida de la niña.

-Es un enfriamiento -dijo acariciando sus mejillas-. Mañana, cuando el sol vaya cayendo, se encontrará mejor.
-Gracias, Brahim -contestó una Fátima más sonriente.
-Lizz me ha pedido que les entregue esto -dijo dando a Jatib un saquito que parecía contener algo pesado-. No lo abran hasta que Aisha esté bien.
-Gracias -contestó el padre de la muchacha-, puede retirarse tranquilo.
-¡Que Alá os guarde! -se despidió amablemente.

Los esposos no pegaron ojo y velaron el sueño de su hija toda la noche. Al alba, mientras Jatib daba una cabezada reclinado en uno de los extremos de la cama donde dormía Aisha, Fátima fue sigilosa a la mesita donde su esposo había dejado la bolsita que el médico les había dado. Con sumo cuidado, quito una cuerda que cerraba el saco y dejó al descubierto unas monedas de oro y plata.

-Fátima... -susurró Jatib- Brahim nos pidió que lo abriésemos cuando Aisha estuviese bien.
-Querido, mira -señaló Fátima la cama.

Aisha estaba despierta, sonreía. Sus ojos habían recuperado el brillo que la hacían especial y hermosa.

De pronto, las monedas de plata y oro cayeron al suelo y los deseos de Fátima se hicieron realidad. Sin saber cómo, la familia ya estaba en la ciudad de Granada, en el reino nazarí. Habían dejado atrás aquellas tierras enemigas. Aisha acababa de despertar con los ojos repletos de lágrimas. Nostalgia, felicidad, amor y tristeza inundaron su corazón. Todo había sido un recuerdo disfrazado de sueño.

La hija de Alá.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora