Hoy tu fantasma luminiscente tocó a mi puerta
y saboreé el deseo.
Te sentí a través de la bruma de la distancia.
El péndulo del dialogo marcó el ritmo
de nuestro encuentro imaginario.
Nuestras almas cercanas son pacientes,
nos entendemos en la tranquilidad,
en la dulzura.
Suspendida en el aire por la ingravidez
de tu recuerdo,
me alimento de la luz
que de ti brota como agua pura.
Te susurro pensamientos al oído
en medio de la oscuridad de mi casa,
ahí nos sorprende la madrugada
arrugada y cruda.
Los ojos de mi piel te ven con la claridad
de un adivino,
porqué en mi cuerpo quedó incrustada
la sonoridad grave de tu voz
que habla con mesura,
que gotea persiste en mi cabeza
y ahí se acurruca.
Tu calidez se abre paso entre las siluetas oscuras
de las multitudes rancias.
Te extraño tanto,
que el vacío de tu ausencia me drena,
me deja seca.
Entonces, me aferro a tu recuerdo
como una hoja al árbol rojo
de la ensoñación nocturna.
Porque de la noche son los lumínicos reflejos,
en ellos vibras,
y dentro de mí construyen su nido.
El tiempo había colapsado
y en fracciones permanecía
desecho,
más con un hilo de madeja los he ensartado
con aguja, y
mientras tomo un sorbo
de buen vino,
en un collar lo he convertido.
En uno que guardo dentro
de mi pecho en
sitio muy profundo, privado.