Capítulo 1

128K 3.7K 1.8K
                                    


Aquello solo podía ser una pesadilla. Con cuidado de no hacer ningún sonido que pusiera en evidencia su presencia, dio un paso vacilante hacia la derecha. Con otros cuatro como ese podría salir de aquella habitación sin ser visto, salvando así su miserable pellejo. Todo había empezado aquella misma noche cuando, al terminar su trabajo como todos los días, recogió sus útiles de dibujo para dirigirse a los grandes ascensores que comunicaban los cincuenta y dos pisos de aquel inmenso edificio. Pero, una vez más, tal y como venía pasando desde que había entrado a trabajar tan solo dos meses antes como becario en aquella gran revista de moda, donde su supuesto aprendizaje para diseñar había quedado relegado por la desalentadora ocupación de llevar el café a sus jefes y hacer miles de fotocopias diarias, Keith salía de su pequeña y limpia mesa de trabajo con hora y media de retraso. Hora y media que, tras buscar todos sus accesorios, abrigo, bufanda y de más, se convirtieron en dos horas largas.

Pero aquel día, nada más meterse en el bien iluminado ascensor, recordó que había dejado las luces del despacho de su jefe encendidas, por lo que tras maldecir una y otra vez su torpeza y volver a subir los veintiséis pisos que le separaban de la salida, se dirigió con pasos rápidos hasta una de las puertas rojizas con el letrero de: "Christopher Douglas. Presidente". No fue hasta adentrarse dentro del despacho, que se dio cuenta de su terrible error. Ante él, sentado en la imponente silla de cuero negro que acompañaba a una mesa enorme y oscura, se encontraba nada más y nada menos que su jefe. Y si hasta ahí todo podía ser normal, Keith tuvo que llevarse las manos a los labios para ahogar cualquier sonido que se atreviese a salir de ellos. Entre las piernas de Douglas, y arrodillado de manera aparentemente sumisa, uno de los atractivos modelos de la compañía se encontraba con la cabeza metida en los pantalones de su jefe.

Las manos pálidas y estilizadas de Chris resaltaban entre aquellos cabellos negros, mientras que con firmeza guiaban el movimiento de la boca de aquel chico sobre él. Keith decidió que era hora de dar otro paso hacia la derecha. Quizás con una retirada rápida, su jefe no lo notaría. Era una situación de cualquier forma extraña. Para empezar, las amantes que se le conocían a aquel hombre eran todas del género femenino. O eso era lo que se decía en cada una de las revistas de prensa rosa. Es más, recientemente la noticia del inminente compromiso de Christopher Douglas con la hija del multimillonario director de una famosa compañía de marketing era noticia en toda la prensa del país. Keith nunca se había parado a pensar sobre si aquello sería o no verdad, fuera como estaba de sus intereses, pero la noticia se había dejado escuchar alto y claro durante un tiempo.

Cuando al fin pudo salir del despacho, y sin estar nada seguro de que no le hubiesen visto, corrió todo lo rápido que pudo de vuelta a los ascensores, olvidándose sus dibujos en su pequeña mesa. Llegó a su casa con la cabeza en las nubes y un pesado sentimiento de ansiedad en el estómago. Poco podía hacer sino esperar, no obstante. A la mañana siguiente, abrió sus ojos grises a las seis en punto. Trabajando en una compañía donde la puntualidad y el formalismo formaban parte de la rutina diaria, y con un presupuesto mayor al de cualquier otra revista de moda de la que hubiera oído hablar, Keith, aun en su puesto de becario, debía seguir a rajatabla todas aquellas normas que tan amablemente le habían repetido hasta el cansancio.

Desayunando deprisa y vistiéndose con algo de ropa que rayaba lo formal, salió apresurado de su casa para coger de nuevo el autobús. Los altos edificios de la ciudad pasaban por la ventana del vehículo a gran velocidad, pero la gente, habituada ya al impresionante paisaje, donde aquellas monstruosidades de metal, acero y ladrillo tapaban cualquier resquicio de horizonte, no prestaba atención más que a sus cascos de música, sus libros de bolsillo y algún que otro poco madrugador, a sus suaves ronquidos. En menos de media hora ya había llegado al alto edificio de azuladas cristaleras y de aspecto elegante. Saludando con un tímido "buenos días" al fornido guardia de seguridad que custodiaba las puertas, Keith se apresuró a llegar a los ascensores. Aún no sabía si su jefe lo había descubierto el día anterior, pero a su tutora no le iba a hacer nada de gracia el que le despidieran en su periodo de becario. Aquello no iba a ser nada bueno para sus, hasta ahora, elevadas notas.

Crueles intenciones (Extracto)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora