La Huida de Snape

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En cuanto Alecto se tocó la Marca Tenebrosa con el dedo, a Bella y a Harry les ardió ferozmente la cicatriz. Bella perdió de vista la estrellada habitación y se encontró a los pies de un acantilado, sobre unas rocas contra las que batía el mar. La invadía una sensación de triunfo: «¡Tienen a los chicos!»

En ese momento oyó un fuerte estallido y se halló de nuevo en la sala; desorientada, con un igual desorientado Harry debajo suyo, levantó la varita, pero la bruja que tenía enfrente ya estaba cayendo hacia delante; la mujer dio tan fuerte contra el suelo que el cristal de las librerías tintineó.

—Nunca le había lanzado un hechizo aturdidor a nadie, salvo en las clases del Ejército de Dumbledore —comentó Luna con leve interés—. Ha hecho más ruido del que suponía.

Y no sólo ruido, pues el techo había empezado a temblar. Detrás de la puerta que llevaba a los dormitorios se oyeron pasos y gente que corría: el hechizo de Luna había despertado a los alumnos de Ravenclaw que dormían en el piso de arriba.

—¿Dónde estás, Luna? —preguntó Bella.

—¡Tenemos que meternos debajo de la capa! —dijo Harry.

Por fin Bella le vio los pies; jaló a Harry corrió a su lado y Luna los tapó con la capa invisible en el preciso instante en que se abría la puerta y un torrente de miembros de Ravenclaw, todos en pijama, irrumpía en la sala común. Cuando vieron a Alecto tendida en el suelo, inconsciente, gritaron sorprendidos. Poco a poco la rodearon, como si se encontraran ante una bestia que podía despertar y atacarlos. Entonces un valiente alumno de primer año se le acercó con decisión y le dio un empujoncito en la espalda con la punta del pie.

—¡Creo que está muerta! —anunció con entusiasmo.

—¡Fíjense, están contentos! —susurró Luna, sonriente, mientras los chicos cerraban el corro alrededor de Alecto.

—Sí, qué bien... —murmuró Harry.

Bella cerró los ojos e, impulsado por los latidos de la cicatriz, se sumergió otra vez en la mente de Voldemort. Andaba por el túnel que conducía a la primera cueva, porque había decidido asegurarse de que el guardapelo seguía en su sitio antes de ir a Hogwarts. Aunque no tardaría en descubrir que...

Se oyeron unos golpes en la puerta de la sala, y los chicos que estaban dentro se quedaron paralizados. La débil y armoniosa voz que salía de la aldaba en forma de águila preguntó: «¿Adónde van a parar los objetos perdidos?»

—¡Y yo qué sé! ¡Cállate! —gruñó una tosca voz que Bella atribuyó al hermano de Alecto, Amycus—. ¡Alecto! Alecto, ¿estás ahí? ¿Los tienes ya? ¡Abre la puerta!

Los alumnos, aterrados, susurraron entre ellos. De pronto, sin previo aviso, sonaron unos golpes estruendosos, como si alguien estuviera disparando a la puerta con una pistola.

—¡ALECTO! Si viene y no tenemos a Potter y a Price... ¿Quieres acabar como los Malfoy? ¡CONTÉSTAME! —bramó Amycus aporreando la puerta, que seguía sin abrirse.

Los de Ravenclaw retrocedieron, y algunos —los más asustados— subieron por la escalera y regresaron a la cama. Entonces, mientras Bella se preguntaba si no sería mejor abrir la puerta y aturdir a Amycus antes de que a éste se le ocurriera hacer algo, oyó otra voz que le resultó muy familiar.

—¿Le importaría decirme qué hace, profesor Carrow?

—¡Intento entrar... por esta... condenada puerta! —gritó Amycus—. ¡Vaya a buscar a Flitwick! ¡Que la abra ahora mismo!

—Pero ¿no está su hermana ahí dentro? —preguntó la profesora McGonagall—. Hace un rato el profesor Flitwick la ha dejado entrar, ante su insistencia, ¿no? ¿Por qué no le abre ella? Así no tendría que despertar usted a todo el castillo.

Bella Price y Las Reliquias de la Muerte ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora