Prólogo

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Rojo.

Eso era todo lo que sus ojos alcanzaban a divisar. El glorioso cielo de lo que se suponía sería una mañana diferente al resto, se convirtió muy pronto en el perfecto espectador de una masacre.

La infante miraba las nubes tintadas de ese rojo ligero, aquel que recién comienza a formarse, mientras recordaba las palabras mañaneras de su madre dándole aviso del presagio que traía el carmín en el cielo.

— La noche será fría, Akira. Abrígate bien.

Se sentía flotar sobre agua, sin tener conciencia de una sola parte de su cuerpo, únicamente mirando a la nada.

La pequeña desvió su atención hacia su mano derecha donde yacía el cuerpo sin vida de su padre cubierto de un rojo opaco y un líquido que la cubría a ella desde las rodillas y culminaba con ligeras gotas en su cara, mientras que a su izquierda estaba su madre casi de la misma forma, la única diferencia era la cantidad de rojo en ellos.

Aquella agua no era la figura inocente que su mente imaginaba, más bien, era un enorme charco sangriento.

No era sorpresa que un nuevo accidente minero ocurriera en Zaun, era prácticamente el día a día de la ciudad olvidada.

Simplemente este era diferente.

Ninguno había afectado a tantas zonas y personas como lo había hecho dicha explosión, dejando incluso el cielo a los ojos que personas que jamás lo habían visto. Los Vigilantes no metieron sus narices en el asunto, de hecho, se dedicaron a mirar a la distancia la miseria que les rodeaba a los habitantes de lo bajo.

La pequeña se puso de pie totalmente desorientada, a sus cortos diez años era demasiado complicado entender lo que una explosión y muertos dejaban a su paso, ser parte de Zaun era tener que saberlo, sin embargo ella no parecía dimensionar el problema, ¿Cómo podría? Era tan sólo una infante en estado de conmoción.

—Tenemos que irnos. — Escuchó una voz masculina—. Vamos niña, hay que salir de aquí.

Akira no sintió mucho de lo que le estaba pasando, únicamente divisaba como el cuerpo de sus padres se hacía cada vez más y más lejano conforme sus pequeños pies daban un paso de manera involuntaria dejando atrás la tragedia más sangrienta de las minas de Zaun.

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