Alucinación Favorita | One Shot. Capítulo uno.

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Mi corazón latía fuerte, apresurado y con miedo; el temor corría junto con la sangre en mis venas, enviando sensaciones extrañas y obligándome a encogerme sobre mi cama. Mis piernas parecían pegadas a mi torso, y mis brazos intentaban protegerme de cada intruso que estaba a sólo metros de mí, queriendo atacarme. Pero nada valía, porque el miedo no se iba y los atacantes tampoco. 
Observé las dos partes que componían mi habitación llena de gente: de un lado, personas vestidas de blanco que irradiaban tranquilidad y dulzura, con pequeñas sonrisas en sus rostros amables. Me llamó la atención un niño de aparente joven edad, con cabellos dorados y lleno de rulos cortos sobre su cabeza… él tocaba el arpa con dedos rápidos pero delicados; sé que era Cupido, por las flechas que tenía atadas en su espalda. La otra parte me daba miedo y adrenalina a la vez; un líquido rojizo caía desde el techo hasta el suelo, el ambiente era oscuro, y muchas más personas estaban acumuladas allí, todos casi desnudos con sus cuerpos llenos de sangre seca y miradas atemorizantes. A pesar de ello, los blancos, parecían seguir en su burbuja de amor y paz, mientras observaba como los otros tramaban algo. Un hombre me miraba con una sonrisa psicópata y yo ahogué un gemido, cuando vi como su mano sucia y rajada era tendida hacía mí. 
–Puedes venir con nosotros, y dejarás el miedo de lado –dijo con una voz sorprendentemente grave que me hizo estremecer. Tragué saliva a duras penas, con agua apenas existente. 
El hombre rodó los ojos al ver que no respondía y de repente se mostró molesto.
–Niña estúpida, arderás en el infierno –escupió atemorizante, asustándome aún más.
<<¿Acaso no lo estoy ya?>> preguntó una voz en mi cabeza. Intenté ignorarla, estaba tan preocupada que era algo mínimo después de lo que tenía enfrente de mí. 
De su cuello resaltaba una vena extraña y su color de piel parecía de un rojo intenso, inclusive sus dientes eran algo amarillentos y sucios. Intenté, de veras que lo hice, que sus palabras no tengan efecto sobre mí…, pero era imposible; es como estar en un campo de guerra, en medio de un tiroteo, y tú desarmada, expuesta a miles de peligros. 
Abracé aún más fuerte mis piernas, y entonces me di cuenta que no podía parar de llorar, sobre todo, al ver como un hombre vestido de negro sacaba una navaja y le clavaba a una mujer delante de él, por la espalda. 
Sentí mi respiración entrecortada y observé como el cuerpo de la mujer caía seco sobre el suelo, con una indescifrable sonrisa en su rostro sucio. Mi última visión de ella, fue su sangre espesa expandiéndose por el piso, y todo el mundo del lado derecho, del lado del mal, riendo a carcajadas limpias, como si escucharon el mejor chiste de todas sus mugrientas vidas. 
Tapé mi rostro con manos temblorosas, sin ser capaz de seguir observando a esa mujer apuñalada por la espalda, y vibré en un fuerte grito. Sin embargo, eso sirvió solamente para que sus demoníacas risas resuenen como ecos en mis oídos. Y no paraban de reír. No se detenían. Me digné, –y con mucho esfuerzo–, a quitar mis manos de mis ojos cubiertos de lágrimas y contemplé la situación: las personas del lado izquierdo, “las buenas”, me miraban con rostros angélicamente preocupados pero nadie hacia nada, sólo observaban como yo me moría de desesperación; en cambio, los del lado derecho, seguían riéndose y burlándose de mí. El tipo que me había dicho que iría al infierno, era el que más reía de todos ellos, y no entendí por qué. 
Yo no había hecho nada, diablos, era una chica normal. ¿Acaso todas las chicas superaban este tipo de situaciones extrañas y demoniacas? Se burlaban de mí, y de la chica muerta que no tenía ninguna gracia porque era una de ellos, ¿entonces qué? ¿Estaban igual de locos como yo, o ellos eran psicópatas? 
Del lado blanco y tranquilo, un hombre alto, con piernas altas y tonificadas, torso y brazos con algunos tatuajes cautivantes, avanza unos pasos y grita:
–¡Dejen de burlarse de ella! –sorprendiendo a todo el mundo. Incluso a mí. 
Su cabello castaño corto, parece tan suave que yo deseo fuertemente ir y tocarlo. Oh dios, siento como el llanto para, las carcajadas se detienen para terminar siendo miradas furiosas del lado derecho, y mis nervios se tranquilizan un poco. 
Cuando avanza otro paso más, yendo hacia lo oscuro del mal, todavía se ve como un ángel. Un bellísimo ángel con piel resplandeciente.
–Creo que deberías callarte, Justin –dice alguien detrás de él, una rubia de largos cabellos con un vestido blanco hermoso y simple.
Él mira al que me amenazó, desafiándole con la mirada.
–Déjala en paz –su voz clara y concisa me llena de armonía. Y casi voy sintiendo como la paz inunda mi cuerpo lentamente…
–¡Oh, vaya! –exclama con ironía, en respuesta el otro –. Justin, deberías dejar de entrometerte en donde no te conviene. 
Odio como suena la voz amenazante de ese tipo, hace como si la armonía de Justin se pierda en la abundancia de mis pensamientos, y luego llegue la de él… horrorizándome de nuevo. 
–Satanás… déjala –dice con tranquilidad. –Sólo es una niña. 
<<Sólo es una niña>>. Sólo soy una niña. 
Satanás sonríe con esa repugnante sonrisa sucia. 
–Ella irá con nosotros –escupe con asco, mirándolo tan fuertemente que hasta yo siento miedo. Pero “Justin” sólo se ve tranquilo y dulce. 
–Ella se queda aquí –discute.
Y yo, casi estoy gritando para quedarme aquí, pero… no me salen palabras.
–Tus alas están en peligro –dice el hombre rojo, sus ojos entrecerrados –. Cuídate… y cuídala. 
Mi cuerpo se siente pesado y tenso, y no puedo permitirme nada más que recostar mi cabeza en la almohada en un intento de recuperar paz y que el dolor de cabeza instantáneo, se separe de mí. Mágicamente sé que me quedo dormida, de repente.
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La puerta se abre con cuidado, y sin abrir los párpados de mis ojos, sé que Marie está entrando para darme mi medicina típica de todos los días. Pero me llevo una sorpresa a registrar que un olor extraño llena la habitación… la mezcla desconocida de una loción masculina, y aire libre. Intenté escuchar mis voces en mi cabeza, que ordenaban que me mantenga como estaba, sin ningún indicio de estar despierta. Y obedecí una vez más.
Pasos ligeros se escucharon, el sonido de pisadas contra el cerámico del suelo parecía ser lo único interesante para mis oídos, ya que todo estaba en absoluta calma, no como hace unos momentos de mi fuerte disputa entre el cielo y la tierra. De repente, me siento atraída a quién sabe qué, y no puedo negar que mi curiosidad es gigantesca, mucho más que mis habilidades sumisas de obedecer siempre. 
Una melodía suena, las cuerdas de una guitarra me relajan increíblemente y estoy totalmente concentrada en ellas, cuando empieza a sonar una voz… dulce. No puedo descifrar con palabras. Sólo me queda por decir que tenía un poder gigante, más grande que mis voces… el poder de ponerme en un transe inmediato. 
«Me siento y espero 
¿Un ángel contempla mi destino? 
¿Y ellos saben? ¿Los lugares donde vamos?
Porque he hablado 
La salvación permite que sus alas desplieguen 
Pues cuando me recuesto en mi cama 
Los pensamientos corren en mi cabeza 
Y siento que el amor ha muerto 
En cambio estoy amando ángeles 
Y a través de todo ella me ofrece protección 
Mucho amor y afecto. 
Yo sé que la vida no me hará daño 
Cuando vengo a llamar ella no me desamparará 
En cambio estoy amando ángeles 
Cuando me siento débil 
Y mi dolor camina calle abajo 
Miro hacia arriba y sé que siempre voy a estar bendecido con amor 
Y mientras el sentimiento crezca 
Ella le da carne a mis huesos 
Y cuando muera el amor 
En cambio estoy amando ángeles».
Mi respiración se siente lenta y, como si hubiera dormido un día entero, me siento descansada y en paz. La armonía de mi cuerpo es tan grande, que no me importa una mierda mis voces y me permito sonreír un poco, abriendo mis adormilados pero brillantes ojos a la par. Busco acostumbrarme al blanco casi gris del techo, y a los acordes de la guitarra, –sin la maravillosa voz que tanto embellecía mi perdida alma–, y me siento casi sin aire cuando veo a un hombre sentado en la esquina de mi habitación, con las piernas enredadas como indio, su guitarra marrón apoyada en ellas y su cabeza y espalda apoyados en la pared blanca sucia. 
Sus ojos cerrados me permiten observarlo sin timidez. Desde mi cama, y a un metro de distancia, puedo notar sus pestañas largas y espesas apoyadas sobre sus mejillas, con una nariz respingada y boca corazonada y de un rojo apetecible. Entonces recuerdo que este chico, músico, cantante o ángel, –lo que sea–, fue el único que me defendió en ese momento horrible que viví una vez más. Su valentía era admirable, y sé que él no tenía miedo cuando Satanás se enfrentó. 
Mis voces coreaban que debía dejar de mirarlo y alejarme de él… pero algo me llamaba, y no estaba segura si eran sus habilidosas manos para tocar la guitarra, o su increíble rostro pacífico. Cuando abre los ojos, me encuentro con un par de perlas avellanadas que me observan sin sentimientos, y hace lo que menos quiero que haga… deja de tocar. Ahora sí que todo es un verdadero silencio, y sólo se escucha mi respiración jadeante y entrecortada. 
No puedo evitar callar mi mente, empujar mis voces a un cofre con llave, y sentarme en la cama para su dirección, con un signo de interrogación imaginario en mi rostro. 
–Hola –dice. 
Sólo dice eso, y yo siento mi estómago inundarse de raras sensaciones agradables. 
–Hola –repito. 
Mi voz no se nota como la de él, que es tranquila y apasionada, sólo se escucha nerviosa y atormentada… como fueron en los últimos años. 
El silencio reina y aprovecho para observarlo con minuciosidad, al igual que él hace conmigo. De repente, recuerdo que él me ayudó anteriormente y… algo dentro de mí se enciende. 
–Creo que te debo un gracias –digo en un pequeño murmullo, y hago un gran esfuerzo para hablar. 
Al observar su reacción, no encuentro nada extraño. Creo que ni siquiera respira.
–¿Y eso por qué? –pregunta. 
Trago saliva como si tuviera dagas a lo largo de mi garganta; y suspiro. Es que a su lado estoy tan nerviosa que no puedo ni respirar con tranquilidad.
–¿No recuerdas? Ayer me ayudaste, defendiéndome contra los malos del lado derecho. Eres el único que me defendió. 
Frunzo el ceño, y cuando él pestañea, se ve sorprendido; luego vuelve a su normal mirada inexpresiva y solamente dice: 
–Es mi deber. 
Francamente, no entiendo sus tres palabras, pero me permito sonreír sin mostrar los dientes mientras mi corazón da como cinco vueltas de felicidad. 
–Prometo que estarás bien, por lo menos, hasta que estés conmigo. 

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