⛈ ; Dulces de miel

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Ha estado indeciso desde que llegó a la pequeña dulcería que rara vez frecuenta. Vuelve a pasar su dedo sobre el cristal que lo separa de aquellos dulces de fresa, y luego los desliza hacia el espacio de los dulces de manzana. No sabe cuál escoger, hay tantos sabores, y su hermano sólo le dio un par de monedas para "deshacerse" de él, que es como lo llama. Su vista se dirige hacia unas pequeñas paletas de distintos colores y sabores, relame sus labios con sutileza, y su mirada viaja hacia una pequeña bolsa de ositos de goma, dónde al lado hay gusanos de goma y otros tipos de formas. Mira las monedas en su mano, y al darse cuenta de que no le alcanza el dinero desvía la vista hacia unos dulces de chocolate.

Se está poniendo nervioso, lleva alrededor de unos diez minutos mirando el vidrio que contiene dulces que ya todos los niños que habían se han ido de la dulcería hacia sus casas o a algún parque. Mueve sus pies con inquietud, y de su sien caen pequeñas y cristalinas gotas de sudor, que recorren su mejilla hasta su mentón. El ajustado gorro de marinerito ya le está molestando, y tiene inmensas ganas de sacárselo y destrozarlo a causa de su indecisión. Aún siendo un pequeño niño de nueve años siente que puede morirse en cualquier momento, se siente demasiado frustrado.

-«¿Desde cuándo elegir dulces fue tan difícil?» -se pregunta el de hebras azul marino con un puchero.

-¿Aún sigues eligiendo tus dulces? -pregunta el viejito que atiende aquella dulcería, que ha estado observando con gracia cómo el más bajo no ha podido elegir los dulces que va a comprar.

-¡Es que es muy difícil! -exclama el pequeño Sherlock con irritación, sus cejas se curvan, sus ojos se cierran ligeramente, y sus labios hacen un mohín bastante tierno, a lo que aquel viejo sólo puede dejar salir una sonora carcajada.

-Pero puedes comprar un poco de todos, así podrás llevarte muchos -sonríe el de canas, mientras apunta hacia el cristal que guarda aquellos tan anhelados dulces.

-Es que también hay gomitas... -murmura Holmes, y apunta hacia dichos caramelos de goma.

-Entiendo... entonces no te alcanza el dinero, ¿no es así? -pregunta el señor, y un pequeño suspiro se escapa de sus labios resecos. El pequeño asiente lentamente.

Y antes de que Sherlock pudiera decir algo, el sonido de la pequeña campanilla anunciando que llegaron nuevos clientes lo interrumpe, por lo que gira su cabeza lentamente, encontrando tres niños en el umbral de la puerta; uno bastante más alto que él, de hebras castañas y con una sonrisa dulce y amigable plasmada en sus labios delgados, y otros dos niños de su misma altura, ambos rubios y de orbes rojos como la misma sangre, sólo que uno tiene una "extraña" cicatriz desde su oreja derecha hasta su mejilla, dejando algo curioso al peliazul. Los tres caminan con mucha tranquilidad hacia la vitrina donde atiende el señor entrado en edad, deteniéndose frente a esta.

-Buenos días Albert -saluda el viejo con una sonrisa.

-Buenos días señor Edward -sonríe el niño más alto-. ¿Le quedan paletas de chocolate?

-¿Para mi mejor cliente?, por supuesto -sonríe, y saca de uno de los cajones un par de dichas paletas-. Aquí tienes -le entrega las paletas de chocolate al de orbes esmeralda, aún con su característica sonrisa.

-Gracias -agradece el menor, y agarra las paletas en sus manos.

-¿Y de fresa y miel? -pregunta uno de los rubios, específicamente el que tiene la mayor parte de su frente cubierta por sus cabellos de oro.

Holmes se queda embobado viendo al último niño que ha hablado, dándose cuenta de que tiene unos hermosos ojos rubí, que combinan con su piel lechosa y su cabello dorado, además de tener unos labios bastante finos y delgados, algo rosados también. Este mismo se da cuenta de que el de hebras azul marino tiene su mirada fija en él, así que con lentitud gira su cabeza en su dirección, y le regala una dulce y sutil sonrisa, por lo que Sherlock sólo atina a sonrojarse levemente y desviar su mirada con algo de brusquedad.

Dulces de miel || SherLiamDonde viven las historias. Descúbrelo ahora