Parte Única

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A Rimuru no le resultaba nada extraño dejar ir.

Crecer hasta convertirse en un adulto implicaba tener que dejar atrás muchas cosas: sueños infantiles, viejos amigos, esa inocencia juguetona e ingenua... había pasado por todo ello.

Pero nunca había experimentado la muerte de un amigo cercano, nunca había pasado por la dura lucha de superar el dolor de perder a un ser querido.

No hasta que se despertó un día con la noticia de que Shuna había fallecido.

Sabia que iba a ocurrir en algún momento. No todo el mundo podía ser un Señor Demonio inmortal, e incluso en el pacífico mundo que había creado, la muerte siempre encontraría un camino.

Shuna había fallecido pacíficamente mientras dormía, que era todo lo que se podía pedir para la bondadosa y trabajadora Oni que había hecho tanto por la gente de Tempest durante su estancia en el Departamento de Producción.

El funeral fue un evento grandioso pero al mismo tiempo sombrío. Todos los habitantes de la ciudad acudieron a rendir homenaje a quien había sido uno de los primeros pilares sobre los cuales se había fundado Tempest. Y como rey de Tempest y amo de la difunta, era su deber pronunciar un sincero elogio en honor a la querida difunta, para que todos la recordaran en sus corazones.

Fue... sorprendentemente difícil.

Con cada palabra que hablaba, con cada gesto que enfatizaba, sentía que su partida se hacía más real, sentía que su dolor se hacía más pronunciado.

Había sido una amiga muy querida para él. Y aunque sabía que ella quería que ellos fueran algo más que simples amigos, él siempre la rechazaba. Porque no podía corresponder a sus sentimientos. Pero a pesar de aquel rechazo, el Oni había seguido adelante, saludando cada día con la misma gran sonrisa de siempre.

Verdaderamente, su presencia había sido una bendición para todo el mundo.

Y ahora se había marchado.
Para siempre.

Él pudo haberla salvado. Con la infinidad de poderes de los que disponía, estaba seguro de que habría podido idear alguna solución. Pero eso habría sido sólo retrasar lo inevitable. No importaría la habilidad definitiva ni la gran magia que utilizase, no podría evitar la muerte. Al menos, no sin sacrificar la vida de los demás.
Y él era consciente que aquel gentil espíritu de ella jamás lo habría permitido.

Siempre recordaría aquellos últimos momentos: cuando el féretro era bajado lentamente a la tierra, aquellos finos rastros de lágrimas resbalando lentamente por los rostros de la familia de la fallecida.

Había ofrecido a Benimaru y a los demás tiempo libre, pero el estoico Oni lo había rechazado, afirmando que Shuna no habría querido que abandonaran sus obligaciones por su culpa.
Si era así como querían afrontarlo, que así fuese.

Mientras derramaba sus propias lágrimas por aquella flor que se había marchitado para siempre, se sintió abrumado por la magnitud de todo aquello. La muerte siempre había sido parte de este mundo. Había matado a muchas bestias y a mucha gente. Debería haberse insensibilizado a todo ello, pero no era así.

Porque esta era la primera vez que experimentaba una verdadera pérdida.

Era un Gran Señor Demonio, uno que comandaba el poder de varios individuos de la clase de Señor Demonio menor, pero aún así formidables. Era un dios, uno con poder sobre el propio espacio-tiempo. Con su poder, había conseguido proteger a sus subordinados durante todo este tiempo.

Pero ni él mismo podía protegerlos de la Muerte para siempre.

Esta era la primera vez que había sido la víctima de la Muerte y no el causante de ella.

𝑻𝒐 𝑬𝒕𝒆𝒓𝒏𝒊𝒕𝒚Donde viven las historias. Descúbrelo ahora