🐾 | UNO

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Park Jimin ya no lograba recordar con claridad cómo eran las noches apacibles de verano que pudo disfrutar hasta poco más de sus dieciocho años.

Sentía que aquellas largas jornadas nocturnas en las que podía salir de la mano de su hermana y sus amigos a bailar y cantar hasta el amanecer pertenecieron a otra persona, a un Jimin en otro mundo.

Las cosas habían cambiado mucho desde entonces y fue uno de los pocos que logró verlo justo delante de sus ojos.

Su padre era uno de los muchos científicos de alcance internacional que había sido convocado para analizar el virus pandémico que había sitiado poco a pocos las ciudades de todo el mundo, exceptuando por unas cuantas islas alejadas de los grandes continentes que cerraron todo tipo de contacto con el resto de la humanidad.

Como un joven aspirante a seguir los pasos de su progenitor, Jimin había sido criado entre libros desde pequeño y fue de mucha ayuda para Park Dong mientras estuvieron encerrados en cuarentena dentro de su casa, esperando a encontrar una solución para el inminente apocalipsis.

Más temprano que tarde, su padre debió viajar a uno de los epicentros de la peste, Italia, junto a otros respetados miembros de la comunidad científica para analizar lo que parecía ser la fase final de la enfermedad.

Dos semanas más tarde un grupo de constructores arribó a su acomodada casa quinta a las afueras de Seúl, por órdenes de Dong.

El hombre había solicitado el refuerzo de todos los perímetros de su hogar, con un sistema de seguridad prácticamente impenetrable , lleno de trampas acompañados por altas y poco vistosas paredes de hormigón cubierto de acero.

Su madre, Gwansun, permitió la construcción luego de comprobar que efectivamente su esposo y no algún vecino paranoico por el virus fue quien envió a los obreros a causar semejante alboroto.

Un día después de que la obra iniciara, Dong hizo una vídeo llamada. Su rostro se hallaba pálido y bajo sus ojos se dibujaban ojeras violáceas producto del agotamiento, a sus espaldas se veía lo que parecía ser un espejo doble enrejado y se escuchaban graznidos espeluznantes.

Dijo que sería breve, que de todas formas no tenía mucho tiempo y que esperaba que los constructores terminaran el trabajo antes de que la fase del virus comenzara a desatarse en el resto del mundo y los mandatarios anunciaran el colapso inminente de la civilización que conocían.

Encendió el interruptor que activaba la luz a sus espaldas y las tres personas al otro lado de la pantalla contuvieron el aliento, incrédulas.

Él dijo que los amaba y colgó.

Luego de que la pandemia se saliera de control y los muertos fuesen más que los infectados, ya no había sitio donde enterrar a los difuntos, muchos eran cremados pero poco a poco los hornos dejaron de dar abasto, haciendo que los cadáveres de acumularan dentro de iglesias, salones festivos y otros sitios de uso publico que abrieron sus puertas para que las morgues pudiesen depositar temporalmente a las personas.

No fue necesario que los lideres mundiales hicieran comunicados inútiles, las mismas personas comenzaron a compartir lo que acontecía en sus redes sociales.

El primero fue un joven en Milán, Italia, que filmó como los cuerpos acumulados en un tembló movían sus extremidades ligeramente, haciendo que a los espectadores se les pusieran los vellos de punta.

Muchos creyeron que se trataba de un truco o quizá de movimientos reflejos propios del cuerpo humano, más publicaciones como esas comenzaron a aparecer alrededor de todo el mundo hasta que finalmente una persona transmitió en vivo lo que se conocería como el inicio de la pesadilla y el final de su propia vida.

Apocalypse #ₖₒₒₖₘᵢₙ ( Omegaverse)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora