La hogareña

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Todos hemos oído hablar de los psiquiátricos y de los manicomios, lugares que dan cobijo a aquellas personas cuya lucidez mental abandonó sus cuerpos, arrancando su último estrago de libertad y encerrándolas en un pozo oscuro donde la locura avanza a gran velocidad, adueñándose de su voluntad.

Esta historia tuvo lugar en la pequeña ciudad donde me crié, Ceuta, un emplazamiento estratégico localizado en el norte de África. Allí aguardaba el centro psiquiátrico de mayor seguridad de todo el país, realmente aquello parecía el verdadero purgatorio, almas sin uso de razón encerradas en una cueva de la que ya no podía salir, estaban condenadas a vagar hasta que la muerte le otorgará la libertad para escapar de tal castigo.

Centenares de pacientes residían entre sus altos muros, muchos de ellos enfermaron debido a los tratamientos experimentales que recibían para paliar sus desórdenes mentales, parecían zombis sacados de una película de terror, a penas respondían a estímulos, sus miradas vacías atravesaban cualquier ser u objeto que se les pusiese delante. La inmensa mayoría estaba encerrada en habitaciones acolchadas de color blanco, inmovilizados con camisas de fuerza, no tenían ningún contacto con la realidad exterior, sus familiares los habían abandonado. Cada cinco horas los enfermeros acudían para proporcionarles las medicinas que procuraban su recuperación, pero lo que realmente hacían era inhibir aún más la poca humanidad que en ellos residían convirtiéndolos en verdaderos objetos inertes.

Días atrás se hizo eco en la ciudad la llegada de un nuevo paciente, causó mucho revuelo en la pequeña localidad por el historial que traía consigo esa persona. Una mujer procedente del país vecino, Marruecos, cruzó la frontera en una furgoneta brindada seguida de varios coche policiales, según los clínicos de allí era muy peligrosa, durante años tuvo atemorizada a los habitantes del pequeño pueblo marroquí de Fez.

En los noventa una aleada de secuestros y asesinatos se sucedieron, los lugareños no dieron crédito en ese momento de lo que estaba pasando, muchos niños desaparecieron y no se supo de ellos hasta años después cuando se descubrieron sus restos en una pequeña casa en las afuera. Obra del demonio pensaban algunos, no sabían que detrás de los homicidios estaba una mujer cuyo rostro y figura pocos vieron, aquellos que tras las sombras la encontraron, atemorizados quedaron para los restos, la llamaban "la hogareña". Cada noche salía en busca de niños que deambulaban solos por las callejuelas, iba con el cuerpo y la cara cubierta, siempre ofrecía algún dulce para llamar la atención de los pequeños para llevarlos a su casa y allí cometer el crimen. Se dice que una bañera llena de sangre tenía y que cada amanecer tras matar y desangrar a los jóvenes, se sumergía y bebía de ella, los demás restos los guardaba en una pequeña habitación de la casa bajo el suelo.

Aquella persona enferma fue encerrada en una habitación de máxima seguridad del centro, pocos enfermeros entraban a verla por el pavor que ello le producía, a pesar de que estaba inmovilizada con una camisa de fuerza, su presencia atemorizaba a todo aquel que delante de ella se pusiese. Dos veces al día se le suministraba los calmantes y un medicamento experimental que inhibía su voluntad, poco efecto le hacían, siempre mantenía la mirada fija, aunque ida, se tambaleaba hacia delante y atrás como si de una persona autista se tratase, de por vida iba a estar encerrada en el centro.

La misma mañana en la que la paciente ingresó en el manicomio, el director general de las instalaciones mandó un comunicado a la prensa para informar a la población de que las medidas de seguridad que se tomarían, serían las necesarias para garantizar la tranquilidad de todos y así alejar las preocupaciones de los ciudadanos.

Muchos tenían miedo, la historia de la hogareña ya se había extendido por todos los rincones de Ceuta, numerosas quejas llegaron al centro, el comunicado no sirvió de nada, la gente asustada se congregaba frente al psiquiátrico para manifestarse y pedir su clausura, pero sus palabras no fueron escuchadas. Mientras tanto dentro de sus muros estaba teniendo lugar una reunión con la comisión ejecutiva del centro para buscar una vía para atajar la situación porque no sólo los ciudadanos se quejaban sino que también los propios trabajadores. La habitación 628, que era donde estaba la hogareña, se encontraba en un pasillo aislado, tenuemente alumbrado por una bombilla casi fundida. Los enfermeros y el propio médico que acostumbraban visitar a aquella perturbada mental, decían que en ese corredor se oían los gritos de la mujer que había perdido la razón y que parecía estar poseída por el mismo diablo. En multitud de ocasiones se tuvo que cambiar al personal que accedía a esa habitación acolchada de blanco debido al pánico que sentían al poner un pie en ella.

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⏰ Última actualización: Apr 06, 2015 ⏰

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