No sentía nada. Estaba literalmente frente al borde de un precipicio y no sentía nada. La sensación de vértigo había desaparecido por completo. Notaba cómo el viento balanceaba mi melena de un lado a otro a su antojo. Podía escuchar el barullo que nacía de la ciudad desde aquí arriba. Veía cómo la gente iba y venía; me gustaría saber de dónde sacaban las fuerzas necesarias para seguir caminando, fuerzas que yo ya no tenía desde hacía tiempo.
Lo único que había dentro de mí era un vacío inmenso. Y es que el vacío pesaba, pesaba mucho.
Os preguntaréis cómo había llegado hasta aquí. Estaba subida, en la azotea de un edificio con más de diez plantas, a 30 metros del suelo, al borde de una cornisa. Creo que todo se podría resumir con una respuesta muy típica que solemos dar los humanos: «fue por un cúmulo de cosas».
Ese «cúmulo» se había hecho tan grande y profundo que logró rebosarme por completo. Estuve mucho tiempo intentando no ahogarme en él y seguir nadando, aunque fuese a contracorriente. Pero llegó un día en el que me encontré profundamente hundida y toqué fondo, así que me rendí por completo. Estaba agotada y decidí simplemente flotar; dejé que fuese la marea quien decidiese mi rumbo. Esta había conseguido tomar completamente el control sobre mí, tanto el físico como el mental.
Podría seguir contando algunas más de las razones por las que había decidido estar hoy aquí, las que me habían hecho llegar hasta este punto, porque eran muchas, pero ya no importaban, porque al fin sería libre. Libre del miedo, de la angustia, del dolor, de mis pensamientos, de los problemas, de la culpa y de todos estos horribles y oscuros sentimientos. Al fin sería libre de mí misma. Hoy era el final, mi final; ya no había vuelta atrás.
Cerré los ojos, respiré profundamente y empecé a contar:
—Uno, dos, y...
—¿No crees que hoy el cielo está más bonito que nunca?
De repente, una voz masculina interrumpió mi cuenta atrás. Abrí los ojos, giré lentamente la cabeza y ahí estaba él: un hombre observando el cielo, sentado a escasos metros de mí. No daba crédito. Miré hacia todos lados confundida y no dejé de preguntarme: «¿de dónde habrá salido?».
Él agachó la cabeza y posó su mirada en la mía, lo que me pilló por sorpresa. Decidí que, en lugar de apartar la mía, se la devolvería. Pasaron unos segundos sin que ninguno de los dos hiciera un solo gesto, hasta que fue él quien resolvió acabar con ese juego de miradas que parecía interminable. Me guiñó un ojo y me dedicó una sonrisa.
Nunca había estado tan confusa como en ese preciso momento. Pensé mucho si dirigirme a él o no, pero no podía soportar ni un segundo más aquel silencio abrumador, tan insoportable como un millón de sirenas sonando a la vez, así que me decanté por hablarle:
—¿De dónde has salido tú? —Me temblaba la voz.
—De ahí —dijo mientras señalaba la puerta que daba acceso a la azotea—. Subí las escaleras y llegué hasta aquí, supongo que como tú. Confieso que me ha costado trabajo, creía que estaba en mejor forma física.
¿Qué estaba pasando? ¿Esto era real y estaba ocurriendo justamente ahora, en este momento? Mi mente no dejaba de dar vueltas intentando encontrar alguna explicación. Debía de haber algo detrás de su tanto misteriosa como rara aparición.
—¿Cómo sabías que iba a estar aquí? —No me anduve con rodeos.
—No lo sabía, ¿por qué iba a saberlo? —respondió.
En ese momento caí. Me di cuenta. Supe qué era lo que estaba pasando, la única explicación posible, el único cabo suelto que podía haber dejado. Me di un golpe con la palma de la mano en la frente y pronuncié el nombre de Pilar en voz alta.
Pilar era mi compañera de piso desde hacía dos años. Era una persona extremadamente observadora, así que seguro que debió de darse cuenta de que estos días me había estado comportando de una manera más rara de lo habitual, si es que eso era posible. Apenas salía de mi cuarto y cuando lo hacía parecía un muerto viviente; ya me resultaba imposible seguir fingiendo tener buen ánimo cuando no era así, aunque lo anhelaba. No pensaba que me conociese tanto, pero al parecer estaba equivocada, como la mayoría de las veces. Debió intuir algo al verme salir de casa tan tarde y tan repentinamente, sin dar ningún tipo de explicación. Recuerdo decirle un simple «adiós», muy seco y cortante. «Seguramente me habrá seguido hasta aquí», pensé. Era un desastre, no servía ni para disimular.
—Ha sido Pilar ¿verdad? —me dirigí directamente a él—. Ella os ha avisado, y tú debes de ser uno de esos negociadores o psicólogos de los que manda la policía en este tipo de situaciones, por eso estás aquí.
—¿En qué quedamos? ¿Negociador o policía? —preguntó a la vez que imitaba el gesto de una balanza con los brazos.
¿Estaba tomándome el pelo o era alguna clase de estrategia? No lograba captarle, me tenía completamente desconcertada. Parecía no haberse tomado en serio nada de lo que le acababa de decir.
—Puedes estar tranquila, no soy nada de eso, ni siquiera conozco a ninguna Pilar —respondió y volvió a mirar hacia el cielo.
Pasaron unos minutos y ambos permanecimos en el más absoluto silencio. Él no dejaba de observar la luna y las estrellas sonriendo, y yo no dejaba de darle vueltas a lo que estaba pasando. Mi mente iba a cien mil revoluciones por segundo. Nunca había creído en las casualidades y menos en las de un calibre tan extraño como esa. Tenía que haber alguna explicación, me negaba a pensar que era una simple coincidencia. Solo se me ocurrió una última cosa, por muy loca que pudiese parecer, y antes de darme cuenta ya estaba pronunciándola en voz alta.
—¿Eres Dios?
El hombre agachó la mirada de inmediato, se fijó en mi semblante serio y soltó la mayor de las carcajadas.
—No, no soy Dios... ¡que Dios mismo me libre de ser él! —exclamó mientras seguía riéndose a carcajada limpia—. Menuda responsabilidad... Yo prefiero ir más liviano por la vida, sin tantas cosas por las que preocuparme. Creo que, si lo fuera, me volvería loco. Pero gracias, me lo tomo como un halago.
Miré hacia otro lado, avergonzada. Por supuesto que se iba a reír... «¿qué clase de pregunta es esa, Silvia? Solo a ti se te ocurriría. Aunque fuese Dios, él jamás te diría: ¡sí, hola, soy Dios, encantado de conocerte!». Qué estúpida era.
—Oye, tengo curiosidad. —Lo miré en cuanto se volvió a dirigir a mí—. ¿Qué haces ahí subida? Por lo que has dicho antes supongo que te quieres suicidar, pero no sé, podría haber otros motivos. Puedes estar haciendo uno de esos estúpidos retos de internet que están muy de moda ahora y hay alguien con una cámara grabando desde abajo, qué sé yo...
Pero ¿qué narices...? No daba crédito.
—¿Y a ti qué te importa? —Ya empezaba a sacarme de mis casillas.
En ese momento, fijé mi vista de nuevo hacia el frente; estaba a punto de explotar. Podía sentirlo, era una experta conocedora de esa sensación. La situación me estaba sobrepasando por completo y no me veía capaz de afrontarla. Lo único que deseaba era que este tipo desapareciese con el mismo truco de magia con el que había aparecido.
Tomé aire, le volví a echar un vistazo de reojo y vi cómo agarraba una mochila que tenía al lado de sus pies. Sacó una bolsa, la abrió y empezó a comer.
—¿Quieres? —preguntó mientras me ofrecía una patata.
«Estará de broma», pensé.
—¿Me estás ofreciendo una patata? ¿Ahora? —respondí. ¿Qué clase de individuo era este hombre?
—Bueno, estoy pensando que, si realmente quieres morir, tendrás que hacerlo después de haber comido algo rico, ¿no crees? La comida es uno de los mayores placeres que existen y estas patatas no es que sean las mejores del mundo, pero están bastante buenas. Vamos, no seas tímida, coge una.
No pude evitarlo, se me escapó una carcajada al pensar en la situación tan surrealista que me estaba tocando vivir.
—Mira, te voy a ser sincera, tú no estás bien —le espeté mientras me seguía riendo.
—Curiosa observación. Resulta irónico, porque soy yo el que no está bien, pero tú eres la que tiene toda la intención de tirarse desde un edifico de más de diez plantas —respondió burlón. Me quedé sin habla, sin ninguna réplica que ofrecerle.
—¿Sabes? Tengo una teoría sobre el suicidio —comenzó a hablar de nuevo. Parecía que le hubiesen dado cuerda.
—No me interesa —contesté tajante. Lo que menos me apetecía era escuchar un típico sermón motivacional en aquel momento.
—No importa, pienso contártela de todas maneras. Si no quieres escucharme, ya sabes, puedes tirarte mientras hablo, tienes vía libre. El suelo te espera, frío y duro, entero para ti.
Me dejó de piedra. Me dispuse a observar cada rincón de la azotea. Empecé a sospechar que todo aquello era una broma de mal gusto, y si estaba en lo cierto, esperaba que él o los responsables saliesen cuanto antes para poder acabar con ello de una maldita vez.
El desconocido, fan del cielo, las estrellas y las patatas, comenzó a hablar:
—Mira, todo el mundo dice que cuando alguien se suicida es porque quiere acabar con su vida, porque se cansa de estar vivo, pero mi opinión es que, en la mayoría de los casos, sucede al contrario y es porque te cansas de no estarlo; de no estar viviendo lo que soñabas, esperabas, querías, deseabas... Eso mismo te hace no vivir en absoluto, así que...
»¿Qué más da matarse si prácticamente ya estás muerto en vida? Es lo mismo. Por eso creo que la solución a querer morirse es aprender a vivir de nuevo.
»Te pongo un ejemplo: imagina que un pájaro cae en tu jardín. Ves cómo sufre por no poder volar, pero, aun así, sigue luchando. Cuando piensa en rendirse y pierde la esperanza, llega alguien que lo levanta, le da un pequeño impulso y le enseña y demuestra que puede volver a volar de nuevo.
Miré a aquel hombre que buscaba ansioso algún tipo de reacción por mi parte.
—¿Crees que con ese discurso vas a conseguir que cambie de opinión?
—No lo sé, ¿lo he logrado?
—No.
—Entonces, ¿por qué no has hecho nada durante todo el tiempo que has estado aquí? Yo huelo a dudas... —exclamó, acertando de lleno.
Porque tenía razón. La duda siempre estaba ahí. Por muy convencidos que estuviésemos de lo que fuéramos a hacer, siempre había un mínimo porcentaje de duda al que a veces nos aferrábamos para no hacer aquello que nos generaba miedo o que, por el contrario, ignorábamos para, definitivamente, dar el gran el paso.
Aun así, no quería que nadie aumentara ese mínimo porcentaje que yo tenía, no quería volver atrás y que ese hombre me viera insegura. No quería que se diese cuenta de que, de alguna manera, las palabras que me acababa de dedicar me habían afectado en gran medida.
—No, no, es que... —balbuceé—. Tú no sabes nada... —Fui incapaz de controlar el mar de lágrimas que empezó a brotar rápidamente, recorriendo mi pálido rostro a su antojo.
Aún cabizbaja, notaba cómo él no dejaba de observarme con una serenidad que asustaba. Supuse que era consciente de que estaba a punto de romperme.
—Te propongo un juego —sugirió.
—No estoy para juegos —contesté, contundente—. Lo único que quiero es que te vayas y me dejes sola, por favor —supliqué.
—Solo quiero ayudarte.
—No necesito ayuda.
Intenté que me notara convencida de lo que le decía, aunque no lo estuviera en absoluto.
—Todos la necesitamos en algún momento.
Y esa frase consiguió romperme por completo, me hizo trizas. Decidí alejarme de la cornisa y me senté a su lado.
—No puedo pedirte que me ayudes.
¿De verdad necesitaba tanto la ayuda de alguien? Me di cuenta en ese instante, al oírme a mí misma decir esas palabras.
—No lo has hecho —me aseguró mientras me dedicaba una pequeña sonrisa.
—Ni siquiera me conoces, ¿por qué ibas a querer hacerlo?
Siempre me había costado mucho confiar en el buen hacer de las personas. Estaba segura de que ese extravagante señor tenía alguna segunda intención que desconocía, o eso me hacían pensar mis experiencias pasadas. Sin embargo, algo dentro de mí deseaba que no fuese igual a la mayoría de gente que había conocido, que resultase ser la excepción, y que yo estuviera equivocada al pensar en todo eso.
—Es cierto, no te conozco, pero es muy raro que este encuentro sea casual. Quizás yo estaba destinado a venir hoy aquí y encontrarte.
«Otro que no cree en las casualidades», pensé. No podía negar que sentía curiosidad y quería saber en qué consistía el juego que me iba a proponer, ya fuese a participar o no.
—¿Y qué clase de juego era ese que me ibas a proponer antes de que lo rechazara?
Me miró y sonrío. Esta vez la sonrisa fue mucho mayor, de oreja a oreja. Se le notaba muy ilusionado.
—En realidad no se trata de un juego, más bien es una apuesta; quiero apostar algo contigo.
Lo miré confundida, y él comenzó a explicarme en qué consistiría todo aquello.
—Quiero que me des siete días para demostrarte que mi teoría es cierta. Si no logro que cambies de opinión en ese tiempo y no consigo que recuperes, aunque solo sea un poco de esperanza por seguir viviendo, te prometo que yo mismo te volveré a traer aquí y no avisaré a nadie, así podrás llevar a cabo el propósito que tienes pensado hacer ahora mismo, sin interrupciones.
Me pareció increíble la convicción con la que me lo propuso; se notaba que hablaba completamente en serio. Me tomé unos minutos para pensarlo. En otro momento de mi vida lo más seguro era que hubiese salido corriendo, pensando que aquel tipo podría tratarse de un loco o algo peor, porque sinceramente, lo de estar un poco loco ahora empezaba a verlo más claro. Alguien en su sano juicio no le propondría algo así a una extraña con ideas suicidas. Pero no sabría explicar qué me pasó, solo que había algo en él, en su mirada, en sus palabras, en la forma de expresarse, que me atrapaba y supongo que yo tampoco estaba en mi sano juicio.
Logró convencerme.
«Son solo siete días», me repetí a mí misma.
—Siete días, ni uno más —le respondí a ese hombre ansioso por oír mi respuesta.
—Es lo que te he pedido. —Se levantó y me tendió la mano.
Yo hice lo propio, nos pusimos frente a frente y ambos nos dimos la mano para sellar aquella apuesta que acababa de empezar teniendo él todas las de perder. No sabía en qué me había metido, ni qué iba a pasar, pero ya no había vuelta atrás.
![](https://img.wattpad.com/cover/297393066-288-k490967.jpg)
ESTÁS LEYENDO
Volver a Volar
Teen FictionUna noche, Silvia no puede más. Siente que el vacío es demasiado profundo y el dolor demasiado grande, por lo que decide acabar con todo. Sin embargo, antes de dar el paso que interrumpirá su futuro, alguien aparece con palabras que la frenan en se...