Prólogo

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El sándwich

—Me quiero ir a la mierda.

Kate, ya harta de mis berrinches, rodeó los ojos. Como las otras veces, simplemente me ignoró y siguió escuchando a la chica que hablaba con entusiasmo acerca de la dichosa planificación de cómo sería el taller de escritura.

—Me voy a ir —afirmé.

Mi mejor amiga, giró la cabeza como la película del exorcista. No tuvo que decir ni siquiera nada amenazante como para que cambiara de opinión.

—Era bromis —reí nerviosamente.

Volví mi vista al frente, resoplando.

—Si elegís quedaros, empezaríamos hoy mismo —comentó la guía—. La idea es que disfrutéis tanto el proceso como los resultados de este taller para poder rencontraros con vosotros mismos.

—Parece una entrenadora personal con ese discurso de que las metas se hacen realidad con esfuerzo y amor—le susurré a Kate, con mala cara—. Yo ni siquiera sé que voy a comer mañana.

Aunque luego me lo cuestioné. ¿Me alcanzaría para una leche al menos?

—Luna —Kate me miró mal—, obviamente no nos va a decir que somos unos inservibles que recurrieron a estos tipos de talleres porque somos un fracaso escribiendo.

Buen punto.

—La primera tarea, va a ser la música —siguió hablando—. Como saben, los músicos necesitan de la escritura para hacer una canción, y muchos escritores necesitan de la música para sentirse inspirados. Muchas veces, ambas cosas juntas generan arte.

Nadie dijo nada. Pareciera que la chica hablaba sola. Miré a mi alrededor, a las demás personas en la misma sala con la misma intención. Todos parecían querer irse, a la par de que aún tenían esa pequeña esperanza, esa diminuta llama interior que les decía que lo intentasen una última vez. Que... tal vez, algún día podrían ser escritores y autores profesionales.

—Bien. dicho esto, empezaremos yendo hacía otro taller, donde se encuentran chicos y chicas que buscan lo mismo que vosotros —la guía nos sonrió.

—¿Morir? —enarqué una ceja.

—Luna —Kate me chocó el hombro con el suyo, poniendo una cara de desaprobación ante mi comentario.

—Son mis traumas y yo elijo que chistes hacer —le empujé yo también.

Ella hizo un ademán de golpearme en el brazo, a lo que yo comencé a pellizcarle la piel disimuladamente. Kate odiaba que yo dijera ese tipo de comentarios. Pero ya eran parte de mi ser. Por lo que siempre terminábamos peleando, ella enojándose por mis chistes suicidas y yo defendiendo de que eran graciosos.

—¿Sucede algo, chicas?

Las dos dejamos de golpearnos el hombro y de pellizcarnos, cuando sentimos la mirada de varias personas. Efectivamente, todos nos miraban.

—No —Kate apoyó su brazo en mis hombros—. Sólo estábamos... diciendo que este proyecto parece ser increíble y nos puede llegar a abrir puertas a muchas... futuras editoriales.

—¡Lo más probable es que vivamos debajo de un puente en unos años! —le susurré.

—¿¡O no, Luna!? —Kate me miró con una sonrisa falsa.

Yo le miré mal.

Ella me miró mal.

—Sí —terminé diciendo, fingiendo una sonrisa mientras miraba al resto de personas e intentaba que Kate quitase su brazo de mis hombros—. Que hermoso es comenzar proyectos que te inspiren a mejorar como persona.

Hablándole a la Luna [En Proceso]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora