Hubo un reino inhumano, malo y vil. Dónde ahí sólo podía reinar el príncipe Daniel, de catorce años, caprichoso e infantil.
Una guerra civil se desató.
Los monarcas cayeron.
El guardia tirano que acompañaba al príncipe desapareció.
Y el príncipe, de...
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- Vaya, es hora ya de merendar.
El sonido de la cuerda rozando el cuero que cubría las manos de su verdugo, junto al metal filoso cayendo a gran velocidad, fue lo último que recuerda escuchar, antes de que todo se oscureciera.
Eso es lo que recuerda de su primera vida; su muerte.
Misma que sabe valió la pena, pues incluso ahora, el sentimiento de ciega lealtad estaba grabado a fuego en su corazón. El saber que murió por lo que amo, por lo que creyó y siempre buscó proteger.
El ruido del despertar, mismo que sonaba por segunda vez, lo sacó de sus amargos recuerdos, los cuales habían plagado su cabeza desde que volvió a nacer.
La luz del sol entraba por su ventana, el ruido de vehículos y gritos de madres hacían eco, su mente todavía nebulosa ante el sueño.
Jhon Lawrence, mejor conocido como Johnny. Era el nombre del rubio alfa que se negaba a levantarse de la cama.
Sabía no era la primera vez que tenía sueños de su primera vida, pero anteriores veces eran de grandes ojos cafés, completamente diferente a los suyos que eran azules, mirándolo con coquetería mientras le dictaba órdenes.
Pero esa misma noche, en la que fue la fiesta en la playa y el había llegado con la furia ardiendo a fuego lento, atacó al chico que había visto estando cerca de su Ali, la chica que lo había dejado porque no era lo suficientemente bueno.
Había destrozado la radio de la muchacha, había sido enfrentando por un desconocido de complexión delgada y pequeña.
Había golpeado a alguien.
No era la primera ni la última vez que golpeaba a alguien, no tenía piedad con nadie si este se metía con él.
Pero los mismos ojos que lo perseguían en sueños habían parpadeado con terror, terror por él. Por un momento había temido, como había tenido esperanzas. Tal vez finalmente su amor había vuelto.
Tan rápido como llegó esa esperanza, de igual forma se fue.
Este omega ni siquiera podía levantar su pierna para atacarlo, no podía ni levantar su puño sin temblar.
