Parte 2

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Y al día siguiente del suceso que marcó su vida, así como se lo indicó el anciano Ernesto, la muchacha fue al mismo callejón de maravillas callejeras, de nuevo ignorando todo excepto el puesto de dibujos. Llevaba en su mochila lo que había dibujado el día anterior, porque después de salir corriendo del callejón el día anterior, fue directamente a la escuela y tomó las clases, aunque su mente estuviera repitiendo los momentos del callejón con detenimiento, tratando de pensar qué debía hacer. Había encontrado pasión en aquellos dibujos, en aquel hombre que con maestría retrataba miles de emociones, y que la había retratado a ella también. Pero en ese mismo callejón encontró el verdadero terror, uno tan grande que le había mojado la ropa interior, y que tuvo que secar un poco de papel y agua del baño, pero que con una sensación jamás se borraría de su mente.

Pero del callejón también recordó las palabras del anciano Ernesto: "ahora eres mía". Por cómo se comportaron los tres hombres, el anciano Ernesto era alguien importante, un líder. ¿Debía de contarles a sus padres, a la policía, a la escuela? No estaba segura, porque sabía que hacerlo haría imposible aprender de aquel artista de cuadros desnudos. Entonces, la niña tomó una decisión, y al término de las clases, se dirigió a su casa para dibujar por primera vez en varios meses. Y ese dibujo, hecho en la hoja arrancada de una de sus libretas escolares, es la que llevó al día siguiente en su mochila, en el callejón de las maravillas.

El anciano Ernesto no levantó la vista cuando la niña llegó a su puesto, pues como el día anterior estaba sentado en posición de árabe, moviendo únicamente su lápiz sobre la libreta de dibujo. La niña volvió a mirar los cuadros del hombre, y volvió a impresionarse, notando el increíble detalle del artista, que dotaba de sus obras un aire tan real, que sentía que las personas retratadas iban a salir corriendo del lienzo. Fue entonces que la niña notó a los tres hombres del día anterior, quienes estaban lejos, pero ahí estaban. La niña quedó aterrada, le temblaron las piernas y se le aceleró el corazón. ¿Iban a matarla? La niña pensó que fue estúpida por confiar en personas malas, y se arrepintió de su decisión. Entonces, el anciano Ernesto la miró detenidamente, y ella lo vio al él, asustada de cualquier movimiento de los tres hombres que la miraban fijamente.

-Así que has vuelto.

La niña simplemente asintió. Y luego el anciano Ernesto le pidió ver el dibujo, el cual ella sacó de su libreta, y se lo dio al tiempo que él le dio el propio. El anciano había dibujado la escena del día anterior, pero con los cuatro personajes desnudos. La niña miraba espantada los detalles de los cuerpos, todos sus partes expuestas, y aunque había sentidos que no coincidían del todo, el detalle general de su cuerpo era certero. Ella, en cambio, se había dibujado a sí misma como recordaba del día anterior, en el cuadro que el anciano Ernesto había hecho de ella. Como era de esperar, la diferencia de nivel era abrumadora, pero el anciano Ernesto mostró por fin una emoción, y fue una sonrisa al ver el dibujo.

La chica volvió en sí cuando el pelirrojo se sentó frente a ella. El chico usó la silla al revés, quedando sus piernas abiertas por el respaldo y frente a la chica, con solo el escritorio separándolos. La chica lo miró inexpresiva, un poco molesta por tenerlo cerca. No le gustaba la gente, además de tener acumulada la ansiedad de no poder estar dibujando. Era extraño que ambos personajes estuvieran ahí, pues la clase había acabado hace diez minutos, y en el salón de clase estaban los dos solos, a pesar de ser muy diferentes y haber intercambiado apenas un par de palabras a lo largo del semestre. El chico miraba a los ojos de la muchacha, con una pequeña sonrisa dibujada en los labios, la cual había conquistado miles de corazones.

-Eres una mujer interesante, Mayleth.

Mayleth, la chica quien estaba ansiosa por dibujar, quien había sido cambiada en el callejón del anciano Ernesto y quien no saludó a nadie cuando llegó al salón, miró desinteresadamente al pelirrojo. No tenía ánimos para socializar, no quería ni lo necesitaba, entonces nunca lo intentó realmente, y en su mente no tenía intención de cambiar sus hábitos sociales. Su libreta y su lápiz era realmente lo único que ella necesitaba conocer. Mayleth volvió a mover su vista a la ventana. "Okey" fue lo único que quiso decir, pero no dijo nada al final. No le interesaban los halagos de las personas, nunca le parecían honestos, y pocas veces los recibía. Entonces el pelirrojo decidió actuar, y hacer lo que había ido a hacer.

-Mayleth, quiero tener sexo contigo.

La chica volvió la vista al pelirrojo, que simplemente la miraba con esa pequeña sonrisa amable y esos ojos que la miraban divertidos. La chica entrecerró los ojos, era su primera vez escuchando la frase y no entendía las razones del pelirrojo para decir semejante vulgaridad en ese momento. El pelirrojo había dicho la frase porque verdaderamente quería tener sexo con ella. El motivo era simple: curiosidad. El muchacho vivía del hedonismo y la curiosidad lo llevaba hasta el punto de hacer esa petición.

Todas las mujeres del salón, que en total eran diecisiete, a excepción de Mayleth, habían tenido relaciones con el pelirrojo, y es por ello que las reacciones nerviosas de las mujeres fueran algo natural, pues con cientos de mujeres había tenido un momento íntimo. Pero Mayleth nunca admiró la belleza y guapura de este ser hedonista, y es por eso que el pelirrojo tuvo hoy la curiosidad de estar con ella. Mayleth, cuyos entrenados ojos de artista le habían permitido notar en las mujeres el resultado de acostarse con el pelirrojo, seguía debatiendo en su mente lo que acababa de escuchar, confrontando al mismo tiempo la moral, la seguridad de su salud, la curiosidad, y la necesidad de seguir con sus deberes.

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⏰ Última actualización: Jan 09, 2022 ⏰

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