-¡Por todos los duendes de Gringotts, James! -el grito salió ahogado, casi sofocado por el puro terror-. ¡Padre nos van a matar! Nos va a resucitar para matarnos de nuevo. ¿Cómo se te ocurrió dejar un giratiempo al alcance de niños de tres años? ¿Ti...
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Todo estaba listo. La poción había sido preparada con precisión, el giratiempo estaba en su lugar y los polvos flu aguardaban en la chimenea privada de Severus Snape. A pesar de que sabían que este momento llegaría, nadie estaba realmente preparado para la despedida.
Los jóvenes viajeros del futuro sentían una mezcla de alivio y nostalgia. Habían cumplido su misión, habían podido recuperara a sus hermanos, y aunque no podían cambiar el pasado, al menos habían plantado las semillas de un futuro más sólido. Pero, por otro lado, los adolescentes de 1995 sentían una punzada en el pecho al verlos partir. Durante su estancia, esos extraños muchachos—sus hijos y sobrinos—les habían cambiado la manera de ver las cosas. Ya no eran rivales ni simples conocidos en Hogwarts, sino un grupo unido que, de alguna forma, sentía que se sostendría en el tiempo.
El silencio que se instaló en la habitación no era incómodo, sino cargado de emociones. No era sólo el fin de una aventura; era la confirmación de que la guerra que se avecinaba sería real y que cada decisión que tomaran a partir de ahora definiría el mundo en el que aquellos niños crecerían.
Algunos, como Harry, sentían el peso del destino sobre sus hombros. Sabía que debía enfrentarse a Voldemort, que la lucha era inevitable. Pero ahora tenía una razón más para pelear: la certeza de que un futuro con su familia esperándolo existía. Otros, como Draco, no podían dejar de pensar en lo que esto significaba para su relación con su padre. ¿Cómo podría convencer a Lucius de que no era necesario seguir el camino de los mortífagos sin poner en riesgo a su familia?
El sonido seco de alguien carraspeando rompió la burbuja de pensamientos. Snape, con su expresión inescrutable, los miró a todos con impaciencia.
—¿Están listos?
Draconis y James, quienes sostenían a los dos niños más pequeños en brazos, se miraron y asintieron al unísono.
—Sí, abuelo —respondieron al mismo tiempo, mientras ajustaban su agarre en los inquietos pequeños.
Antes de partir, los del pasado se acercaron a despedirse. Algunos fueron abrazos tímidos; otros, más efusivos. Hermione, con una sonrisa extrañamente genuina, revolvió el cabello de Draconis, mientras que Ron le dio una palmada en la espalda a James. Pansy y Blaise parecían inseguros sobre qué decir, pero al final, la azabache simplemente sonrió con complicidad.
Harry, con los ojos brillantes por las lágrimas contenidas, se acercó a James y le dio un apretón de manos que rápidamente se convirtió en un abrazo.
—Cuídense mucho —murmuró, tratando de sonar firme.
James sonrió, aunque había un tinte de tristeza en sus ojos.
—Ustedes también.
Los pequeños, en algún momento, habían bajado de los brazos de sus hermanos y corrían de un lado a otro, abrazando a los jóvenes que serían sus padres. Albus se aferró a Draco con fuerza, y el rubio lo levantó, sorprendido por la facilidad con la que la niño se había encariñado con él.