V. Lo que quedó después de ella.

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Recostada en su pecho sentía que todo iba bien, sin importar los rumores que día con día se volvían una aterradora realidad, o lo que aquella inminente oscuridad que se cernía sobre ellos significaba para la pureza de su sangre. Él era lo único que le importaba, lo único que parecía real en medio de aquel campo. 

Y no quería pensar en algo diferente, finalmente parecía que todas las piezas de aquel rompecabezas se unían entre sí, sabía que para muchos aquello que habían compartido no era más que sólo un momento sin importancia pero para ella lo era todo. Eran todos esos años sintiendo el corazón desbocado, cada obstáculo, pelea o situación que los había separado finalmente dando frutos. Estaban ahí, juntos sin importar lo que más de una vez los había separado. 

Habían dado el paso. 

Y no se refería al sexo, sino a lo que sus besos y caricias habían dicho entre líneas. Se habían escogido, lo sabía por la forma en la que él la miraba y la aferraba a su pecho, como sino estuviese dispuesto a dejarla partir una vez más y para ella era recíproco. 

—¿Crees que tengas problemas sino vas mañana a la tienda?, me gustaría quedarnos aquí por... umh... ¿siempre?, o al menos todo el tiempo que tarden en encontrarnos.— Murmuró ella dejando una hilera de besos en la comisura de sus labios que iba descendiendo hasta su cuello. 

—Que George se encargue— Respondió mientras dibujaba figuras invisibles en la tersa piel de la rubia—. Tengo mejores cosas que hacer aquí. 

Ambos sonrieron como un par de idiotas enamorados, porque justamente eso eran. Ambos existían solamente en aquella burbuja perfecta llena de pasto, flores y sus cuerpos desnudos aferrados el uno al otro y no deseaban que fuera de otra forma.

—En ese caso... creo que estamos muy bien escondidos así que nos queda mucho tiempo por aprovechar— Pasó sus brazos al rededor de su cuello y se aproximó a una distancia tan peligrosa que le robó el aliento, sus labios estaban tan cercas que el mínimo movimiento terminaría por unirlos en un beso. 

Pero el estruendo hizo todo lo contrario, trayéndolos a la realidad de la que habían creído escapar al menos por un rato. Sintieron el suelo temblar y en un movimiento rápido se alejaron con pesar, como si su cuerpo estuviera entrenado para actuar ante el riesgo y es que últimamente así era. Intercambiaron miradas de preocupación y se pusieron de pie, siendo conscientes que quizá su burbuja de felicidad y paz había explotado para siempre. 

—Quédate aquí— Pidió Fred mientras se ponía el traje de forma algo torpe y apresurada. 

—No busques deshacerte ahora de mi, Weasley. Estamos juntos— Le recordó esbozando una débil sonrisa que no lograba su cometido de aligerar la situación —Además, esta es mi casa. 

—Créeme, deshacerme de ti es lo último que quiero. 

La rubia dejó sus tacones en el suelo junto a la manta que había estado bajo ellos y se lanzó a correr junto al pelirrojo, aunque ambos estaban bastante incómodos por los trajes de gala que traían puestos. La bonita túnica azul que traía no era precisamente el mejor atuendo para correr en medio de un prado. 

Visualizó la escalera que se cernía sobre ellos y subió con tanta agilidad como le era posible, con el chico siguiéndole por detrás. Dejaron atrás el bonito prado y estuvieron en un cuarto pequeño que solamente tenía una puerta de madera pequeña incluso para la rubia y la escalera que llevaba al prado. Abrió la puerta y agachándose regresó a su casa donde el ruido parecía haberse alejado pero en el piso aún había rastros de lo que había ocurrido; pedazos de pared se habían caído a pedazos y las pequeñas macetas que tenía colgadas se habían hecho trizas. 

—Thea, regresa— Le pidió señalando con la cabeza la puerta que daba a aquel maravilloso prado que de ninguna forma no mágica habría podido esconderse debajo de su casa, pero al final de cuentas únicamente su padre sabía cómo o por qué lo había conseguido. 

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⏰ Última actualización: Jul 20, 2022 ⏰

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La última profecía | Fred Weasley.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora