I. La maldición asesina.

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Había tanta paz, como nunca antes. La brisa corría cargada con el aroma de las lavandas y las violetas, mientras debajo suyo podía sentir el pasto que la abrazaba, invitándola a mantenerse siempre así; con los ojos cerrados y recostada en dondequiera que estuviera, sólo podía suponer que era el mejor lugar de la tierra, ¿Dónde más podría vivirse con tanta serenidad?

¿Dónde más alguien podría estar de forma tan despreocupada con el terror que había creado el que no debe ser nombrado?, pensar en él, en aquella maldita marca y en el horror de los últimos meses la hizo despertar de su ensoñación, o no del todo, sus ojos seguían cerrados y su cuerpo en aquel prado pero su mente fue lejos, muy lejos.

Los pasillos de aquel que hacía apenas un año fue su colegio estaban llenos de escombros, las paredes se caían y destellos de colores volaban por todas partes, era realmente caótico y ensordecedor pero ella se movía con rapidez evitando hechizos y con la varita en mano deseaba subir las escaleras; tener una mejor visión desde donde seguir luchando. Los mortifagos tiraban a matar mientras los alumnos desarmaban e inmovilizaban, Thea intentaba que los gritos y las paredes viniéndose abajo no la detuvieran. Sólo pensaba en subir, pese a todo lo que escuchase, subir, subir, subir.

Su respiración estaba agitada y agradeció aquel segundo en el que se detuvo porque le permitió ver a un mortifago que bajaba bruscamente las escaleras antes de que él la viera, o siquiera pudiese levantar su varita. La rubia fue rápida y desmayó al hombre que cayó como un peso muerto sobre los escalones dejando caer su varita tras de sí, y con un movimiento rápido de la propia Thea hizo que se encendiese en llamas, no estaba dispuesta a matar, no todavía y pese al infierno que habían provocado pero al menos si era un mago imbécil se le dificultaría regresar a pelear sin su varita. Siguió con paso decidido y poco más adelante vio el cuerpo de una chica, se acercó a este y buscó un pulso que probablemente no hace mucho aún estaba ahí pero ya era tarde.

Sintió un sabor amargo en su garganta y vio a su alrededor antes de cerrar los ojos de la chica, su mirada bajó y notó el color azul en su corbata. Era de su casa. Y con los ojos cerrados se veía joven... tan joven para estar ahí, y antes de que el mismo sentimiento de familiaridad la inundara; la reconoció. La había visto aquel mismo día apenas cruzar por el túnel y pedirle a su hermana que se fuera; era parte de su grupo de amigas. No podía ser mucho más grande que Alice y entonces aquel sabor amargo se expandió. Si aquella chica que tendría con suerte 16 años había podido escabullirse, ¿su hermana también?

El terror la invadió, con más fuerza y por un segundo el cadáver a su lado, los gigantes, los dementores y los mortifagos no le importaron. En lo absoluto. Al menos no para ella, sólo pensó en su hermana Alice; temeraria y que se la había pasado retando a los Carrow ese último año, quien había suplicado quedarse a pelear y que sólo tenía 14 años.

-Appare Vestigium- dijo con varita en mano, esperando que pese a estar al lado de la chica muerta un par de huellas doradas se formasen para ver de donde había venido y quizás si sus sospechas eran ciertas, ver si su hermana había logrado entrar a la escuela también. Para su fortuna pronto aparecieron y pudo visualizar como el mortifago que había desmayado lanzó una maldición asesina a la chica pelirroja, sintió una presión en el pecho y aguantando el miedo que sentía dejó el cuerpo detrás suyo, siguió el rastro de huellas que ambos habían dejado, en un momento dejó de subir y se adentró a los pasillos, notó pedazos de pared en el suelo y quemaduras en algunos muros que por suerte no se habían venido abajo. Avanzó hasta que las huellas doradas desaparecieron y decidió que lo mejor era seguir por el mismo pasillo hasta que algo la llevase a su hermana, rezó para no encontrarse con su cadáver mientras de los nervios su varita temblaba en su mano.

-¡Expelliarmus!- era la voz de una chica, rápidamente supo que no era su hermana pero se aproximó al aula de donde venía la voz. La puerta estaba abierta y la madera había sido claramente impactada con hechizos, se asomó y encontró a un mortifago con el cabello enmarañado batiéndose a duelo con una chica menuda, con el rostro sucio que se interponía entre aquel hombre y un joven hincado sobre el cuerpo de alguien, probablemente otra chica. Eran los amigos de su hermana y eso hizo que el pecho se le oprimiese.

La última profecía | Fred Weasley.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora