uno - recordar el mundo...

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Uno – Recordar el mundo...

      Gota tras gota, los recuerdos se iban acumulando dentro suyo hasta formar un lago lleno de memorias. Momentos que transcurrieron a lo largo de su vida, insignificante o importante, no importaba, seguía siendo parte un todo. Un sistema en donde cada pieza conformaba parte del motor que lo movía día día, que le permitía ser la persona que era.

      Pasado, presente, futuro. Todo conectado en un mismo lugar. Mutable e inmutable, histórico. La mente era considerada la creación más maravillosa que los ángeles pudieron haberle otorgado a los humanos. Pequeñas ramificaciones que partían de una misma base, cada una con su motivo y valoración, eran únicas e inagotables. Podrían pasar los días, los años volar, pero aquel recuerdo seguía ahí sólo que escondido en el fondo de aquél lago para luego salir a la superficie como tal sirena en busca de su marinero. A veces parecía confuso, otras tan claro como el agua más cristalina, pero lo cierto que el todo no era lineal. Subía, bajabas, volvías y avanzabas.

      No solo estaban los recuerdos, sino que también había pensamientos, conexiones hechas de manera tan rápida que no sería posible seguir su paso ni aunque corrieras con todas tus fuerzas. De manera automática todos tus sentidos se asociaban y formaban un texto en tu mente. Por último, los sueños. Aquellos escapes que tu mente se tomaba cada vez que se sentía abrumada de la realidad. De día o de noche, lo que verdaderamente importaba era su contenido. Sin embargo, al despertar te era difícil recapitular qué había pasado y tal como la arena, se te escapaba de las manos hasta caer en el fondo del lago. Uno podría decir que la mente era un ser malvado al querer hacernos olvidar de aquella salida hacia otra en realidad, pero en realidad era una estrategia: así, podría volver a utilizarlas vendiéndotelas como algo absolutamente nuevo y nunca antes experimentado.

      A él le gustaría creer que cuando era un mero niño, le encantaba soñar despierto. Sí, Aether tenía una luz increíblemente cálida, pero él siempre quiso más. Por alguna razón, tenía la sensación de pasarse las horas de la noche observando las estrellas en vez de descansar, porque no importaba dónde se mirase siempre había una historia nueva que descubrir, nuevas personas por conocer, más aventuras por experimentar.

      Había una persona que la llamaba pequeño ángel y él pensaba que era un apodo muy grande para él. Solía responder que no era verdad, después de todo él no era alguien poderoso, no había curado a miles de persona, no los había bendecido por sobre los demás. En respuesta, aquella dulce voz – la cual, si se hundía más en su lago podría distinguir que era de una mujer – que él era un ángel porque era sagrado.

      Si seguía nadando por sus ramas, recordaría que aquella persona era su madre, la persona que no solo lo había engendrado, sino que lo amó y cuidó toda desde el primer momento en que supo de su existencia. Él supuso que la palabra "sagrado" venía desde el amor de una madre y no era más que eso. Después de todo, ¿qué infante desconfiaría de la palabra de su madre? Años más tarde, recordaría finalmente este momento y se arrepentiría de su decisión.

- Madre – dijo alguna vez, mientras terminaba de armar el ramo de flores que había juntado -, ¿dónde vivimos?

      Su madre había entendido la pregunta perfectamente y la respuesta no tardó en llegar.

- El reino en el que vivimos se llama Aether, cariño.

- Ae...therr – tuvo que pronunciarlo dos veces más para replicar los sonidos que su mamá había emitido. - ¿Qué significa?

- Aether en una lengua no tan lejana significa "el aire más puro de las montañas" – ella le había explicado sin mirarlo a los ojos, mientras cortaba las verduras en la mesa de su acogedora cocina -, otros también le dieron el significado de "el cielo más alto".

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