CAPÍTULO I: SHEN QINGQIU SE DA POR VENCIDO EN LA BÚSQUEDA DE SU ALMA GEMELA

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Shen Qingqiu tiene una marca espiritual en su muñeca derecha.


Es diminuta y su amorfes no significa nada —tan solo es la prueba que en algún lugar de este inmenso mundo su alma gemela espera por él—.


Las marcas espirituales en el cuerpo de una persona están destinadas a crecer y ramificarse con el paso del tiempo —similar a como lo hace un árbol— pero también a florecer y enraizarse.


Sin embargo la suya siempre ha sido solo una semilla.


Durante las peores noches que experimentó en la mansión Qiu el Señor de Pico acarició su marca espiritual, soñando que su alma gemela algún día lo rescataría.

Pero eso nunca pasó y él dejó de creer en la bondad de las personas.

Su marca siempre se mantuvo igual. 


Fue su corazón el que cambió con el tiempo, volviéndose mucho más frío y desconfiado — inclusive injusto y un poco cruel—. 


Su órgano vital estaba hecho de piedra para poder protegerse a sí mismo de modo que nunca nadie volviera a lastimarlo.

Shen Qingqiu ya no esperaba más por su alma gemela. Sabía que jamás aparecería pero tampoco le importaba.

Ya no.

Estaba acostumbrado a la soledad y —además— estando solo nadie sería capaz de traicionarlo nuevamente porque nadie se quedaría a su lado.


Pese a eso no se había deshecho de la peculiar marca.


Podía hacerlo. 


Podía usar sus uñas, un cuchillo —tal vez a Xiu Ya— y cortarse aquel trozo de carne borrando así —de una vez y para siempre— la marca y dejando en su lugar una cicatriz sobre su piel. 


Sin embargo no se atrevía a hacerlo ya que la pequeña marca espiritual había estado con él durante tanto tiempo que perderla resultaba algo inimaginable.


La vida de Shen Qingqiu había comenzado miserablemente y terminaría de forma aún más miserable puesto que había sido encadenado por su propio discípulo en una celda fría y húmeda. 


Debido a eso su piel tenía nuevas marcas que le dolían y quemaban pero ninguna de ellas era tan cruel como su marca espiritual —que jamás creció—.


Y —aunque Shen Qingqiu había soportado las peores torturas— su estoicismo se rompió en cuanto Luo Binghe amenazó con arrancarle el brazo derecho.

Las afiladas uñas del demonio rozaron la marca espiritual del cultivador cuando lo tomó por la muñeca, haciendo que un terror agudo atravesara el pecho de Shen Qingqiu.

Por primera vez el erudito intentó moverse sin poseer un gramo de fuerza —o energía— en su cuerpo.

Luo Binghe se rio de sus patéticos intentos por liberarse.

Shen Qingqiu no dijo nada. Sabía que el demonio no podía entenderlo. 


Después de todo la diminuta marca espiritual no representaba solo un fracaso más sino que era lo único que le quedaba. 


Había estado con él desde que era pequeño, había sido su única compañía cuando tenía pesadillas y no había desaparecido de su cuerpo incluso cuando se convirtió en una persona diferente.


No quería perderla.

Luo Binghe se burló del miedo que le producía pensar en eso.

— Shizun es tan patético. Está completamente solo y es miserable. Nadie lo ama y, aun así, ¿Shizun todavía piensa que su alma gemela espera por él?— su ex discípulo lo soltó del brazo y usó su bota para golpear con ella la muñeca del Señor de Pico. Pateó una y otra vez hasta que la muñeca de Shen Jiu se rompió —Juguemos un juego, Shizun. Así será más divertido.

El Rey demonio se alejó —riendo— dejándolo adolorido y con la muñeca hinchada —pero con su marca espiritual intacta—.

Esa noche Shen Qingqiu sonrió aliviado y cerró los ojos.

Unos días después Luo Binghe regresó y trazó un círculo en el suelo de la prisión —usando para ello polvos verdes y plantas demoníacas—. El inmortal lo observó detenidamente —y con mucha más inquietud que de costumbre—. 


Su mano sana se aferraba a su muñeca derecha —como si de esa forma pudiera protegerse del demonio—.

Cuando terminó Luo Binghe tomó al cultivador por el cuello y lo arrastró dentro del círculo que anteriormente había dibujado. En cuanto lo hizo el círculo se iluminó al tiempo que la energía espiritual recorría el adolorido cuerpo de Shen Jiu.

El resplandor verde inicial se tornó rojo.

Rojo como la sangre. Rojo como el hilo del destino.

— ¿Qué es lo que has hecho? — siseó.

— Pensé que sería más divertido de este modo. De ahora en adelante cualquier daño que sufra Shizun su alma gemela también lo padecerá.

Los ojos de Shen Qingqiu se abrieron, horrorizados. Y —antes que fuera capaz de asimilar la situación— Luo Binghe ya había desenvainado a Xin Mo, clavándola posteriormente en el hombro derecho del inmortal.

El dolor era ya algo habitual para él por lo que se había acostumbrado a su compañía. 


Sin embargo saber que esta vez su alma gemela también lo compartiría hacía que doliera mucho más.

Repentinamente sangre cálida brotó de una herida que apareció de la nada en el hombro derecho de Luo Binghe, manchándole las túnicas.

— ¿Qué? — gruñó el demonio e, incapaz de aceptar la evidencia, usó su espada nuevamente para herir el brazo del Señor de Pico provocando con ello que otra herida apareciera en su cuerpo—¿Qué significa esto?


Shen Qingqiu no podía hablar.

Solamente podía mirar en silencio la ya familiar cara de su alma gemela.

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