Narra Elena
Un grito me hizo despertar de aquel placido sueño. Abrí los ojos y me senté sobre mi lugar, aún era temprano. Creí por un momento que lo había soñado, pues no había rastros de alguien en la casa, al menos no de alguien ruidoso.
Volví a recostarme sobre la cama, esperando volver a conciliar el sueño. Y de pronto, nuevamente ese grito. Ya algo aterrada, bajé de la cama y me dirigí lentamente a la puerta de mi habitación.
–¿Mami?– llamé esperando su respuesta.
No la obtuve.
Aproximé valientemente, o quizás ingenuamente, mi mano a la perilla de la puerta, y justo antes de tocarla; se abrió bruscamente dejando ver el rostro de temor de papá.
–¡Elena!– exclamó tomándome en brazos.
Su brusco comportamiento solo me asustaba más. Finalmente, provocando que comience a llorar, me abrazó contra su pecho cubriendo mis ojos, y fue cuando él bajaba conmigo en brazos por la escalera que escuché los otros gritos.
–Papi– susurré buscando su consuelo.
–Amor, escucha, pasó algo malo y debemos irnos– me respondió aún agitado mientras tomaba una mochila de la cocina.
–¿Dónde está mami?– respondí entre sollozos mientras salíamos de casa.
Papá se detuvo en seco al escucharme hablar, se arrodilló y finalmente me soltó dejándome de pie frente a él, permitiéndome presenciar aquella escena de horror en la que nos encontrábamos envueltos. Llamas al rojo vivo envolvían las casas a nuestro alrededor, había gente corriendo de un lado al otro buscando refugio. Pude ver personas en el suelo envueltas en sangre, gente de la cual, poco después, entendí su cruel destino.
Fue ahí, frente a mi rostro de temor, que papá rompió en llanto.
–Mami vendrá después, amor– soltó con un fuerte nudo en la garganta mientras acariciaba mi mejilla.
Pronto un hombre armado se aproximó corriendo a nosotros, me paralicé. Antes de que llegase, papá me entregó su mochila.
–¡CORRE!– Me gritó ocasionando que huya.
Corrí.
Corrí como nunca antes había corrido, y me escondí lo más lejos de casa que pude llegar antes de cansarme, subí un árbol y me refugié ahí mismo, buscando consuelo de mi temor en las hojas y ramas que me abrazaban bruscamente.
El resto de aquella larga noche, la luna fue mi única compañía.
Poco antes de que el sol saliera, logré calmar mi llanto. Y una vez pude ver este entre unas montañas a lo lejos, decidí que era hora de volver a casa por mis padres. Tomé mi mochila y bajé del árbol lastimando mi brazo izquierdo en el proceso, aún temerosa y ahora adolorida me encaminé hacia donde creí era mi hogar, pero estaba demasiado pequeña para recordar el camino. Caminé en círculos un par de horas hasta finalmente descansar junto a una gran roca en medio del bosque, fue ahí cuando decidí abrir aquella dichosa mochila.
Dentro había agua y bastante comida, pero en esos momentos no sabía que debía racionarla, por lo que, sin preocupación, comencé por comer una de las arepas que, estaba segura, había cocinado mamá. Aquella, ahora fría comida, me hizo recordarla y llorar. En un intento de distraerme del recuerdo, inspeccioné más a fondo el contenido de aquella mochila, encontrándome con algo que terminaría atesorando por años: una foto de mi familia que nos tomaron un par de años atrás.
Manteniendo fijo el objetivo de distraerme del tema, me sequé las lágrimas y la doblé para posteriormente guardarla en el bolsillo derecho de mi pijama. Una vez alcé la vista, logré divisar a lo lejos de nuevo aquellas montañas, parecía lo más cercano que resaltaba, a pesar de estar tan apartado de mi ubicación. Creí que, si mis papás las llegasen a ver, sabrían que yo me dirigí a ellas, pues parecen un buen punto de reunión.
Fue entonces cuando comenzó mi trayecto, y en el proceso de este entendí las ventajas de racionar la comida. Me tomó varios días llegar a estas, pero finalmente; llegué. Ahora enfrentándome a un conflicto mayor: subir una. Ese día aprendí lo conflictivo que es correr para subir una montaña, el dolor de cabeza más grande que he tenido, lo sufrí ese mismo día.
Afortunadamente, no había finalizado con mi trayecto cuando vi un nuevo objetivo, una pequeña y colorida comunidad que se veía refugiada entre la sierra. Buscando ayuda, y un poco de comida, me dirigí a la casa más cercana tocando la puerta al llegar. Nadie respondió.
Luego me dirigí a la que se encontraba al lado, esta vez sí abrieron la puerta.
–Hola– susurré frente a una señora de vestido azul.
–Hola, pequeña, ¿te caíste? Estás muy sucia– dijo riendo ligeramente mientras examinaba mi brazo izquierdo aún herido. Frunció el ceño al verlo.
–Tu herida es vieja, está infectada, ¿dónde está tu mami?– me preguntó extrañada.
Fue ahí, cuando todo el llanto que había retenido la última semana, estalló en mí.
–Hey, no llores... ¿perdiste a tu mami?– me preguntó nuevamente sin conseguir una respuesta.
La señora salió a la puerta de su hogar haciéndole una seña a alguien para que fuera con ella.
Narra Camilo
–Camilo, baja a desayunar– llamó mamá tras la puerta de mi habitación, me removí sobre la mi cama gruñendo en respuesta.
–Tu tía cocinó empanadas– agregó provocando que me levante de la cama casi de un salto.
Salí de mi habitación encontrándome a mamá en el camino, la cual rió al verme.
–Vístete, estás en pijama– dijo entre risas.
Miré hacia abajo encontrándome con la confirmación de su comentario. Volví a mi habitación suspirando, esta vez acompañado por mamá, quien me vistió decentemente al llegar. Una vez ya estaba listo, me tomó en brazos y me llevó a la mesa del comedor para dejarme sentado junto a mi hermana Dolores.
Grave error.
Al ver mi única oportunidad frente a mis ojos, la aproveché; aplaudí fuertemente cerca de su oído derecho, aturdiéndola.
–¡Camilo!– me regañó papá.
–¡Camilo, discúlpate!– exclamó mamá mientras Dolores pasaba lentamente su mano por su oreja derecha con el fin de aliviar el dolor.
–Perdón– dije de mala gana. Dolores respondió dándome un empujón en el hombro izquierdo provocando que ría.
–Ya verás– susurró.
El desayuno comenzó como cualquier otro, conversamos, reímos y al final de este, invité a Mirabel a jugar fútbol con los hijos de la señora Rodríguez; Rafael y Valentina. Ella accedió, exclamamos aquel famoso "¡La familia Madrigal!", para complacer a la abuela y cuando todos se habían levantado de sus asientos, Mirabel y yo partimos.
–¿Y a dónde van ustedes?– preguntó la tía Julieta deteniéndonos en la entrada.
–¿Podemos salir a jugar, mami?– le preguntó mi prima a su madre.
–Bien, pero no tarden mucho, ¿okay?– respondió esta provocando que emanen sonrisas de nuestros rostros mientras nos abría la puerta.
Al ver la libertad frente a nosotros, corrimos a buscar a nuestros amigos. Llegamos a casa de su mamá, tocamos la puerta y esta les permitió a ellos que salgan a jugar con nosotros.
Mirabel y yo estábamos perdiendo la partida cuando se me ocurrió la idea de convertirme en mi papá para tener ventaja por la altura y fuerza
–¡Eso no es justo!– exclamó Rafa mientras Mirabel y Valentina reían al verme.
–¡Camilo!– exclamó la señora Rodríguez.
Mis amigos y mi prima me miraron con lástima. Con miedo al regaño, me aproximé a ella justo después de volver a mi forma original.
Al llegar, la vi. No sabía que los hermanos Rodríguez fueran tres.
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Tu Encanto
FanfictionEn algún lugar remoto de Colombia durante los años 40s, se encuentra una asustada niña de apenas unos seis años, que huyendo de un conflicto armado y en busca de sus padres termina en un pueblo alejado de su hogar. Una bonita casa llama su atención...