I. No quiero estar aquí.

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El sonido de las teclas del computador de mi asistente hacía que el dolor de cabeza fuera aún más intenso. Gracioso, con todos esos años en la facultad de medicina, mis peores enemigos al momento eran los dolores de cabeza... Reí.

Dirigí ambos índices a las cienes, ese inútil remedio que me había dado mi madre en mis tiempos de instituto aún permanecía en mi cabeza, y aún después de un grado y universitario que desmentía cierta información lo creía.

—Es todo por hoy, Leila... —gruñí, lo bueno de tener una asistente desde el comienzo de mi carrera era que conocía mi carácter, la chica se detuvo y, antes de que pudiera articular palabra una vez más, estaba en la puerta de la oficina, cargando todos su chuches entre las manos ansiosa por abandonar el lugar.

—Hasta luego, Doctora Ellis. — habló con el mismo tono nervioso de siempre y más rápido que otros días me abandonó.

Sola en el consultorio número 34.

Un suspiro abandonó mis labios, tragué saliva y, por último, dejé que mi ánimo cayera al piso, a la par que mi cuerpo se dejaba ir contra el escritorio. Cerré los ojos, en una fantasía donde todo era salvar vidas y ser feliz; algo totalmente alejado de la realidad. ¿Cuánto tiempo había pasado desde que había perdido mi vida?

No quiero estar aquí...

Tales palabras retumbaron en mi mente unos segundos hasta que la puerta se abrió sin previo aviso, creí que Leila habría olvidado algo, pero, cuando vi quien era, supe que esa opción era demasiado buena para el infierno que parecía estar viviendo.

Aaron sonreía desde la puerta, esa sonrisa que desde la primera infidelidad delataba que la culpa le carcomía el alma, si es que un ser como él podía tenerla.

—Marcie... —su tono de voz en sí no era lo molesto, pero los recuerdos que evocaba eran lo que la hacían insoportable.

Ahí estaba, con su metro ochenta y tres, su tez perfectamente bronceada, y sus ojos arrepentidos. No hice más que mirarlo de reojo, traía el pijama quirúrgico que le había regalado hacía unos años, cuando nuestra relación estaba en su clímax, era gracioso que en todos esos años aún le entrara, con todos esos cuidados físicos extremos, los músculos debajo de aquellos delgados trozos de tela me daban la explicación al porque todos en ese hospital babeaban por él.

—Aaron, buenas noches. —hablé, esperando que con esa escueta respuesta pudiera notar las pocas ganas de hablar que tenía, y mucho menos con él.

—Venía... —entró y seguido de aquello corrigió—. Vengo... —enfatizó y después suspiró, ¿por qué estaba nervioso? —. ¿Quieres salir esta noche?

—No tengo tiempo... —Hablé tan pronto como terminó la pregunta. Me levante, haciendo como que buscaba cosas, sólo para darme tiempo e importancia, estaba a punto de echar la mentirá más grande del día—. tengo que checar expedientes; hacer papeleo, estoy algo ocupada con un proyecto personal y después saldré, tenía planeado algo... Tal vez otro día.

Sonreí, con la misma mueca llena de falsedad que ocupaba siempre que me invitaba a salir, hacía 6 meses que habíamos roto el compromiso y aún tenía intentos de reconquista. Por suerte, no hacía más que cagarla cada que, contra toda posibilidad, estaba a punto de perdonarle.

—Al menos déjame llevarte a casa, no traes carro...

El verle así, con la cara aplastada y los labios torcidos en un intento de puchero me habría causado lástima en el pasado, pero en ese momento solo podía aceptar porque pedir un carro a casa me saldría caro considerando que era hora concurrida.

—No pienses que harás méritos llevándome a casa... —Mi rostro tenso hizo que cualquier gestito de alegría se desvaneciera de su rostro. Lo miré de arriba a abajo, sabía que seguiría insistiendo, así que al menos marcaría un claro límite entre ambos —. Si voy contigo no corras chismes de que volveremos, simplemente me estoy ahorrando lo del Uber.

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⏰ Última actualización: Jan 13, 2022 ⏰

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