Acacia estaba preocupada, en ningún momento debió perder de vista ese collar; llevaba toda una semana torturándose con esa idea, pero es que era cierto, fue muy tonta al perderlo, se distrajo muy fácil, ¿cómo iba a explicarle eso a su madre? Jamás la iba a perdonar, quizá la iba a castigar de por vida, mil veces le advirtió de forma rigurosa que no podía pasarle nada a esa amatista y ella lo sabía, se sentía destrozada, esa pieza era lo único que tenía de su padre. Aparte si se enteraba de cómo es que la había perdido, su condena mínima sería el calabozo.
Venía caminando escaleras abajo, sus clases habían terminado, pero esta vez no llevaba la emoción de siempre, se le notaba a distancia. Ni siquiera había vuelto a visitar alguna otra dimensión, no se atrevía, se sentía culpable, más que nada porque lo era.
Pensó una vez más en su encuentro con aquel chico de ojos encantadores, sonrió por un momento, pero todo lo que pasaba por su mente, terminaba por rememorarle la pérdida de su amuleto.
Suspiró cansada.
Siguió caminando con pesadez por todo el campo que estaba fuera de la academia, iba a su casa, mientras pensaba en la tarea que tenía que hacer. Llevaba la cabeza agachada, pero por alguna razón volteó hacia un lado, y fue casi por arte de magia, como si lo hubiera invocado con tan sólo haberlo pensado.
Él estaba como a quince metros de ella, caminando con decisión en la dirección contraria, directo a la entrada de la academia. Se alegró de verlo de nuevo, pues a pesar de sus palabras, sinceramente no creyó que se volvieran a encontrar, la probabilidad era de una en un millón. Sin embargo, los ojos le brillaron aún más cuando se percató de que en su mano llevaba colgando su collar, el cual brillaba mientras se balanceaba.
Chilló para sus adentros con emoción y corrió hacia él, gritando su nombre un par de veces hasta que él la vio y se detuvo.
Baz la tenía frente a él, con la respiración agitada, su piel arena pálida y pecosa con un ligero rubor en las mejillas y varios mechones de cabello revoloteándole por toda la cara.
Sonrió cálidamente ante la imagen.
Aquel único y dulce rostro era el que no dejaba de rondarle los pensamientos y los sueños.
Y también había sido el mismo que no le permitió entregarle el collar a su padre.
Aunque previamente hubiese estado decidido a llevarle una buena noticia a su mayor, el rostro de Acacia lo detuvo, así de simple, no pudo imaginar que le pasara algo, hubo un momento en que la imagen de sus ojos color miel desbordándose en dolor le asaltó el pensamiento, y no logró soportarlo, había una extraña sensación en su interior de no querer dañarla, era un sentimiento inefable hacia ella, como si supiera que tenía que protegerla de lo que fuera.
Baz estiró el collar hasta ella y Acacia lo tomó.
Ella no podía controlar esa emoción, que no sabía si era por verlo a él, por el hecho de que había encontrado su amuleto, o por ambas cosas; fuese cual fuese la razón, no pudo evitar abrazarlo.
—Gracias, Baz —dijo con evidente alegría, apretando la cintura del chico —. ¡No sabes cuánto lo busqué! —chilló soltándolo y viéndolo a los ojos con demasiada euforia.
—No hay de qué —sonrió él, complacido, derritiéndose por su actitud —. Pero ten más cuidado. Creo que es una pieza importante —la miró con seriedad.
La chica asintió dos veces con una sonrisa trazada en los labios. Definitivamente lo era: una joya de la familia. Su madre le había dicho que su padre se la iba a heredar en algún momento, pero él había muerto, así que Acacia la guardaba con mucho amor.
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Hopeless Kingdom
FantasySin él, todo era oscuridad. Sin él, su corazón no latía igual, ya no brillaba más. Su corona era dulce, brillante como el sol. Su padre implacable, arrollador como el mar. Su madre era presa y no parecía tener lugar. Si no volvía a saber de él, est...