Capítulo 41: Fiesta de cumpleaños

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Solo necesitaba tranquilizarse. Así que tomó aquel nudo en la garganta y lo sumergió hasta su estómago. Allí, sin dudas, eventualmente desaparecería sin notarlo. La ansiedad la invadía y con ella unas ganas estresantes que servían como aviso de que al más mínimo inconveniente se desbordaría en lágrimas involuntarias.

—¡Oh, Nueva York! Un lugar sin dudas encantador, pero desordenado.

La morena sonrió levemente con amabilidad. Desde ahora debía tener presente cómo agradecer un comentario con un gesto de cortesía y clase.

—También debo admitir que es usted... —espetó acompañado de una mirada de superioridad—, un tanto exótica —añadió sin disimulo y sin importar si aquel comentario la podía hacer sentir incómoda—. Nada habitual a lo que el príncipe está acostumbrado.

Ya sabía a lo que se referían cuando decían aquello. Ya lo tenía claro. Pero se encargaban de repetirlo una y otra vez como si fueran discos rayados. No era la típica mujer extremadamente esbelta de pelo rubio, castaño o pelirrojo, pómulos marcados, piernas largas, sonrisa perfecta y nariz respingada. Ella solo era corriente. No tenía títulos, ni una gran fortuna, mucho menos alguna profesión trascendental. Solo era Lucy Andrews; una chica de veinticuatro años, que vive en Queens, en un modesto departamento carente de lujos, con su único familiar cercano fallecido y una madre cuyo paradero es un misterio.

—Pero supongo que tal vez, el príncipe solo quiere probar algo nuevo, más exótico... solo somos jóvenes una vez.

Se carcajeó, y Lucy sintió como aquellas palabras llegaban con juicio hasta sus oídos. Definitivamente no quería darle importancia. Se negaba siquiera a pensar que aquello estaba dirigido hacia su color de piel y también asumió en su cara deliberadamente que solo era el nuevo pasatiempo del príncipe. Aquel hombre de mediana edad que le acompañaba en la pista de baile del gran salón, no era más que un ególatra machista tachado en la prehistoria, con un título que supuestamente lo hacía noble. Pero definitivamente, la chica pensaba que el respeto no era algo que se pudiese otorgar y llevar en papel.

La morena buscaba a Edwards con insistencia, observando por encima del hombro de su acompañante. Habían pasado tan solo diez minutos, pero para ella estaba siendo una desagradable eternidad. Lucy se sentía aturdida. A donde quiera que sus ojos volteaban, solo veían a personas con trajes hermosos que se regocijaban con naturalidad en la atmósfera. Incluso era difícil apartar la mirada de las lujosas joyas alrededor del cuello de las mujeres y los ostentosos Rolex alrededor de la muñeca de los hombres. De inmediato, la chica se sobresaltó, saliendo de sus pensamientos cuando sintió la mano de su acompañante descender demasiado hacia su espalda baja. Lucy tragó saliva mientras el hombre sonreía con soberbia. La chica se sintió asqueada y algo en su estómago se descompuso, y justo cuando se disponía a retirarse, aunque fuese interpretado como un desplante, escuchó una voz familiar exclamar cerca de ellos.

—¡Me permite esta siguiente pieza! —expresó haciendo una cómica reverencia ante ella y extendiendo la mano—. Creo que la ha acaparado demasiado, por no decir que le ha provocado asco.

—¿Cómo te atreves…?

—¡Por supuesto!

Le interrumpió, contestando de inmediato, tomando su mano, sin siquiera detenerse a mirar la arrugada cara de aquel hombre. Prontamente la música volvió a resonar, inundando con la melodía el gran e histórico salón de techos muy altos y excelente acústica.

—¿Me ha extrañado? —preguntó con una brillante sonrisa gentil aunque un tanto altanera, y la miraba sin parpadear, esperando su respuesta.

Lucy se tragó un nudo en la garganta y guardó silencio, sus rodillas comenzaron a temblar. Había un fuego ardiendo en los ojos de aquel desconocido, el mismo fuego que despertó en ella una rara sensación.

La Cenicienta de Queens (Por Editar)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora