Mis lágrimas están bañadas de sangre, una sangre sucia y fría. Ha pasado un día, un solo día y ya no aguanto más. Estoy consumido bajo una nube llena de un sombrío y asfixiante humo, ni siquiera la fábrica de mi barrio suelta tanta polución como el que me está rodeando. El constante recuerdo me hace tener más miedo aún del que sentí en su día. Ya no está a mi lado, ya no volveré a verla nunca más.
Todavía recuerdo la primera vez que la vi, mis sentidos únicamente se centraron en una dirección, en ella. No había pasado la pubertad, pero sentí algo especial, ella me parecía la chica más guapa que había visto nunca, y eso me hacía sentir un idiota cada vez que me hablaba. Yo estaba sentado en mi pupitre aislado de lo que la profesora de literatura estaba explicando, entonces llamaron a la puerta, una chica nueva iba a ocupar la mesa que tenía libre a mi lado. Era la más lista de la clase, y aunque mis notas siempre fueron buenas, parecía un tonto comparado con ella, en realidad es que me desconcentraba y no paraba de imaginar cosas que nada tenían que ver con las asignaturas. Así cómo el destino nos presentó, el tiempo nos convirtió en amigos.
Los años de escuela quedaron atrás cuando ella se enamoró por primera vez, no de mí, por supuesto. Al principio pensé que sería un inicio de algo que no llegaría lejos, que acabaría siendo una historia sin futuro. Naturalmente había tenido muchos tíos rondándola, quizá demasiados para mi gusto, y yo estaba contento porque ninguno llegó hasta su corazón, excepto Jordi. Esa historia se hizo muy larga, que digo larga, se hizo eterna por las constantes quedadas que tenía con ellos dos juntos; las incesantes oportunidades de conocer a otras chicas en citas dobles orquestadas también por ellos dos; las tonterías que me contaba cuando la hacía tan feliz, y todas las discusiones por las que pasaban por gilipolleces que en realidad no resolvían nada, más que su relación se hiciera más fuerte, y cómo no, yo estaba ahí para oírlo todo porque eso es ser un amigo, escuchar lo que tu amiga siente, quiere y padece por un imbécil que está ganando la batalla. Mi batalla. Cuatro largos años tuve que aguantar a Jordi, y durante ese tiempo me replantee muchas cosas, ya que gracias a esa relación me di cuenta de que debía reaccionar si no quería perderla.
Jordi no era más que un intelectual fracasado, estaba tan preocupado en su futuro y en los negocios que podía llegar a tener que la dejaba de lado en muchas ocasiones. Ella también quería llegar a ser algo importante en la vida por eso fue a la Universidad, para poder conseguir su meta. Fue en una puta cafetería donde se conocieron, a causa de un café de mierda que un camarero incompetente confundió, seguramente por prestar más atención a una tía que en hacer su trabajo bien, y en vez de dárselo a Jordi se lo dio a ella, lo que hizo que él se acercara a reclamar su café y así poder entablar la gran conversación que los unió en una cita ese mismo día por la noche.
Y mientras ella se esforzaba por tener un buen futuro; yo trabajaba de lunes a viernes como un cabrón. Dejé mis estudios a los dieciséis años ya que no daba pie con bola en el instituto, pensar en ella y estudiar eran dos tareas incompatibles. Pensé que si ganaba algo de dinero y lo ahorraba podría pensar en construir una vida para ella. Así que me dediqué a la construcción, pero no como señor en un despacho diseñando bocetos, si no poniendo los ladrillos de los edificios hiciese frío, aire, lluvia o un calor desvanecedor. Y a pesar de todo el esfuerzo pensar en ella me hacía inmune a todo.
Tardó un buen tiempo en conocer mis sentimientos, y todo valió la pena porque ella llegó a quererme de la misma manera, aunque debo decir que jugué un poco sucio. Un día llegó a mi casa muy enfadada con Jordi y me pidió consejo, ese fue el momento en el que la luz de mi cabeza se encendió y maquiné un plan. Nada diabólico. Simplemente hice de buen amigo consejero respondiendo a sus cuestiones y diciéndole qué era lo que debía hacer. Cosas como que no la merecía, que necesitaba a alguien mejor. Aquella palabrería barata no hizo que me jurara amor eterno ni mucho menos, pero sí logró que ese cretino se largara de su vida para siempre. Fue en ese momento cuando sentí que había ganado la batalla, que no la guerra, porque mi querida "Elena de Troya" todavía no era mía.
ESTÁS LEYENDO
Siento lo que hice (reeditado)
Short StoryRelato corto sobre el amor. Un amor que es arrebatado y que no puede volver a nacer. ¿Qué se puede hacer cuando pierdes al amor de tu vida? ¿Qué se puede hacer cuando sabes quién ha acabado con su vida?...