i. para tu entretenimiento

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Solo puede haber un puñado de cosas con las que entretenerse en un lugar aislado como los campos de entrenamiento. Si llegaban a preguntar, los supervisores les dirían que en el ejército no debe existir una preocupación tal como ocuparse en cualquier tontería para pasar el rato más rápido. Esto era debido a que, cuando uno decía «entretenimiento», terminaban pensando que empezarían algún juego de mesa (probablemente uno que poco tuviese que ver con la honradez que se esperaba de un uniformado) o, si se era imaginativo y lo suficientemente hormonado, que alguien se terminaría llevando por quitar la ropa.

Claramente, ninguna sucedería: pese a que la procreación era alentada, el propósito del Ejército de las Murallas era el de proteger al pueblo de manera intrínseca— no había lugar para las distracciones mundanas, una conclusión que compartían superiores, humanistas y todo el que pagara impuestos a la Corona. De esta manera se dejaba en claro que ninguna sucedería, y era cierto que un entretenimiento tan civil no tendría lugar dentro de las barracas, razón por la que ver a la pelirroja que barajaba las cartas era, sin duda alguna, algo tan inusual pero suficiente para terminar perdiéndose en lo que ella hacía.

Eso sí, el quedársele mirando no era algo que la gente iba a admitir. No solo se trataba de algo descortés por sí solo, aunque era bien sabido que estaba en la naturaleza humana el decantarse por aquello que se aconsejaba evitar; quedarse mirando a esa mujer era un acto de morbo, similar al ver a una bestia enjaulada o a un ser grotesco enjaulado. El tenerle al alcance de la mano, que ahora entre rejas sería incapaz de hacer lo que le trajo aquí era, por sí mismo, un entretenimiento... Dependiendo a quien le preguntaran, claramente. El grupo de hoy, por ejemplo, tenía opiniones variadas:

—Mejor hagamos otra cosa —era lo que dirían los más cautos.

—No hacemos nada mirando —era otro punto válido, uno que se decantaba por la neutralidad aunque su visión de aquella mujer no se desviase de los que dirían los autodenominados cautos—. Nadie nos castigará por mirar.

—Pues ella podría. No creo que sea una buena idea estar mirando a una asesina.

—¡Quien te oyera! No es una asesina, si lo fuera, no la hubieran dejado venir a este lugar. Sería como... tener un titán de mascota ¿tú tienes un titán de mascota, Elise?

—Pues no es inocente, tampoco. No estaría aquí si lo fuera, estoy segura de eso.

Como se podía ver, cuando se trataba de esta chica pelirroja, cautos e imparciales coincidían en algunos puntos: uno, y bastante obvio, era que esa mujer era en absoluto una persona deseable dentro de las barracas, como todos los miembros del batallón de castigo en el ejército, aún cuando terminasen dándole una atención igual de indeseable que ella; el siguiente punto en donde se les vería de acuerdo era en que se le debía tratar, ultimadamente, como a un animal monstruoso: podían mirarla, podían hablar de ella, pero acercarse sería estúpido considerando que algún crimen cometió. Pero cuando se trata de peligros, siempre está un tercer grupo: el temerario que, por razones variadas, vivía por probar su valentía y acercarse de todas maneras.

—Jugaré con ella.

—Johan, por favor —Elise, la cauta, ya tenía una mueca intentando disimular su desagrado y le frenó el paso para que no siguiera avanzando—. ¿No crees que es buscar problemas? Podrían decir que eres su cómplice, que la ayudas.

—Es solo jugar, Elise.

—No es por querer hacerle la bola a Elise —quien, a sabiendas de que le concederán la razón, no le torció los ojos a su compañero—, pero estoy bastante seguro que esas fueron las últimas palabras de muchos que se cruzaron con ella. Aparte, jamás la he visto jugando con alguien.

Animales en cautiverio || REINER B.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora