VII

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El resto de la noche fue tranquila. Chanel había dormido en la habitación de Blake, dejándole espacio a Diana en su propia recámara. Al día siguiente, Whiteloof se levantó con un ligero dolor de cabeza, tal vez producido por su —casi— estado de ebriedad la noche anterior; no quiso ni imaginarse como se sentiría su invitada.

Efectivamente, la princesa se despertó con una resaca muy fuerte. Así que le sirvió un café bien fuerte y amargo, y la mandó a bañarse con agua fría. Ayudó un poco, pero aún así seguía sintiendose un poco mal.

Tuvo que irse a casa alrededor de la media mañana. Chanel quería acompañarla y echarse la culpa a sí misma de su retraso, pero Diana le obligó a guardar silencio y ni siquiera presentarse al palacio. Protestó, pero no llegaba a ningún lado seguir debatiendo, entonces hizo lo que se le pidió y la dejó ir.

Al cabo de algunas horas, la princesa la llamó y le contó que todo había salido bien y que no se habían enojado por haber faltado una noche. Whiteloof le creyó.

En fin, los días pasaron y llegó el lunes, día en el que Arabella llegaba de Suiza. Así que Chanel alistó sus cosas y fue a esperarla a la estación de tren. El camino fue un poco dificil; al estar en otoño, Londres se ponía muy lluvioso y ese día no fue la excepción. Odiaba caminar debajo de la lluvia y eso le jugó en contra, además de que las veredas y calles estaban muy mojadas y resbaladizas.

Estaba descansando en una silla mientras sostenía los brazos cruzados mirando atentamente las personas que llegaban al lugar; estaba un poco desesperada al no ver a su amiga.

De pronto, una figura agitada se apuró a salir del tren; era ella. Su ahora corto y castaño cabello —su amiga supuso que se lo cortó en Suiza— estaba mediamente recogido con una coleta, y sus ojos color almendra se veían más profundos y dilatados de lo normal. A la menor le dió un poco de risa el abrigo que llevaba la recién llegada; era muy afelpado por dentro y tenía piel sintética en la zona de la capucha, que a propósito, era gigante y la hacía ver más pequeña de lo que era. Cuando la vió, le sonrió. Chanel se paró, mirándola fijo y sin saber exactamente que hacer, siempre fue un desastre para situaciones sociales de ese tipo. Arabella se acercó lentamente, al estar cara a cara, dejó sus dos maletas en el suelo y abrió sus brazos para envolver a su mejor amiga con estos.

La rubia quedó un poco sorprendida por su reacción. Ara nunca fue una afectiva y mucho menos el tipo de persona que da abrazos. De casualidad alguna vez le había demostrado su cariño amistoso por medio de indirectas. Chanel siempre entendió que se sentía incómoda con muestras físicas de cariño o cosas por el estilo, así que nunca la juzgó ni pensó que no la queria solo porque no solía decirlo.

Saliendo un poco de su shock, la abrazó también y estuvieron unos segundos así. Whiteloof pudo sentir el perfume caro que llevaba encima — seguramente suizo—, parecía dulce con notas suaves de rosas. Al separarse, Bella expandió su sonrisa.

—Seguramente odiaste venir a la estación con lluvia.— le comentó su amiga. Chanel sonrió al darse cuenta cuanto la conocía.

—Oh, ni te imaginas.— rió levemente —¿Cómo fue el viaje? ¿Llegaste bien?

Hizo una mueca de indiferencia, restándole importancia.

—Supongo que bien. Había buena comida y una atención genial. Al fin y al cabo, estoy respirando y eso es algo.

Sonrió y asintió, concordando con Arabella. Ella siempre tenía algo para decir o aportar.

—¿Y tu padre?— le preguntó con temor. Sabía que era un tema sensible y no quería echar a perder toda la comodidad que habían establecido.

—Bien, dentro de lo que se puede. Empezó a tener alucinaciones y mi tía quiere llevarlo a un asilo para personas con demencia. Odiaría hacerlo pero es lo mejor para su bienestar y el de ella.

—Uh, entiendo.— siempre se quedaba sin palabras cuando tocaban un tema así. Se sentía idiota pero prefería decir "entiendo" o "lo sé" a cagarla diciendo algo que pudiera herir a la otra persona.

—¿Y mi mamá? ¿La visitaste estos días?— le preguntó, metiendo sus manos en los bolsillos de su abrigo y mirándola con suma atenció.

—Sí. Está bien, te extrañó mucho estas semanas.

—Esa vieja terca.— exclamó ente dientes, sacándole una carcajada a su amiga. —Le dije que papá está cada vez peor y que le haría bien verla, pero sigue resentida con lo que pasó hace diez años.

—Entiendela, Ara. No es fácil superar una infidelidad.

—Lo sé, lo sé... Pero carajo, el viejo se va a morir pronto y no quiere ni llamarlo.

—No te preocupes, se solucionará.

Caminaron un poco más hasta que salieron del lugar y Chanel propuso ir a un bar para tomar algo y relajarse. Bella aceptó.

[...]

—Me estás jodiendo.— carcajeó Arabella, la rubia negó con una sonrisa.

—No, no lo hago.

—¿Te das cuenta que me estás diciendo que la princesa de Inglaterra, la jodida Diana de Gales, te invitó a salir varias veces? Me estás tomando el pelo.— le dijo su amiga, riendo entre palabras producto de la borrachera en la que se estaba metiendo.

—¡No me invitó a salir! Solo hicimos encuentros de amigas. Somos amigas solamente, lo juro.

Bella hizo una mueca de incredulidad, haciendo que Chanel rodara los ojos.

—¿Me la presentarás?

Alzó las cejas en un gesto de sorpresa.

—Bueno, si quieres. Pero debes prometerme que no le contarás a nadie.

—Le quitas lo divertido a la vida.— murmuró, para darle un sorbo a su bebida. Al ver que la rubia abrió su boca en signo de indignación, puso su mano en el pecho, justo encima del corazón. —Lo prometo.

Siguieron bebiendo en un silencio cómodo.

—Así, que... ¿la pasaste bien en Suiza?

Arabella sonrió levemente, haciendo que su mejor amiga inconcientemente lo haga también.

—Suiza es hermosa. Debes visitarla, Nelly. Es triste para mí ver a papá así, pero sé que es feliz donde está y con eso puedo estar en paz.

—Entiendo, Bella.

Volvieron a quedarse en un silencio para nada tenso. Terminaron rápidamente sus bebidas y pagaron, para salir del bar hacia la mojada calle de Londres.

—¿Quieres venir a visitar a mamá conmigo? Podemos cenar allí si quieres.— le preguntó la castaña, poniendose la capucha del abrigo. Chanel rió suavemente ante su acción, recordando la obsesión que tenía con ella.

—Claro, tu madre cocina riquísimo.

Se sonrieron mutuamente y fijaron su rumbo hacia la casa de la madre de Ara.

Etéreo | Diana de GalesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora