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5 de Julio, 1983
6:56 PM

Chanel se pasaba horas encerrada en su habitación escuchando música. No le importaba socializar con su familia, el único miembro de ella al que realmente le tenía cariño era a su hermana.

En el tocadiscos se reproducía Revolver y Blake, la hija menor de sus padres, estaba con ella en su cuarto. Ciertamente a la pequeña no le interesaba el sonido musical que emitía el aparato, se encontraba contenta en el piso jugando con sus muñecas. Su madre había salido a comprar y le pidió que la cuide un momento mientras ella volvía y su padre regresaba del trabajo; aceptó de mala gana.

De repente, escuchó que la puerta principal se abría y su hermana casi que salía corriendo hacia el lugar del ruido. El motivo de sus desesperación era el apego que sentía por sus padres propio de su edad, aunque el que, por alguna extraña razón, Chanel nunca experimentó.

Se levantó suavemente de su cama, pausó su tocadiscos que en ese momento hacía sonar I'm Only Sleeping y salió hacia la puerta con una tranquilidad increíble mientras observaba a su padre abrazar a Blake.

—Hola padre.— saludaba solo por cortesía; sabía que su padre podía enfadarse si no lo hacía.

—Cómo estás, Chanel?— dijo aún con la vista puesta en la más pequeña. La mayor ya estaba acostumbrada a que su hermana sea el foco de atención de todo el mundo, sin embargo, no le molestaba en absoluto.

—Supongo que bien. ¿Cómo estuvo tu trabajo?— lo único que quería hacer era salir corriendo hacia su habitación.

—Bien, aunque ser ministro de economía no es fácil, ¿sabes?— bromeó, y a Chanel le dieron naúseas —¿Y la universidad?

—Bastante bien, hoy vimos un tema nuevo, era fácil.— le respondió brevemente, intentando acabar la conversación lo más rápido posible.

—¿Y tu madre?— dijo su padre omitiendo el comentario anterior. Por segunda vez, ya estaba acostumbrada a eso. A su padre le importaba una mierda como le iba en la universidad, solo quería que se gradúe pronto así podría irse de la casa y dejar de ser mantenida por él.

—Tenía entendido que mamá había salido a hacer las compras.

—Dios mío, ya le dije que no salga sola...

Esta vez habló la niña:

—¿Viste a la princesa Diana, papi?

Ya hacía tiempo que Blake tenía algún tipo de fascinación inocente hacia la princesa de Gales. Tal vez era admiración o atracción de alguna forma, Chanel juraba que era lo primero.

El mayor soltó un suspiro.

—Ya te dije que mi trabajo no tiene nada que ver con la princesa, Blakie. Todavía no ví a Diana.

—¿Por qué no puedo conocerla?— hizo un puchero.

—Blakie, cariño, no podemos hacer eso. La única forma de p...—se interrumpió a sí mismo —Espera... Sí hay una forma.

Obviamente que Chanel no entendía nada. La gente mucho más inferior a la realeza, como lo eran ellos, no podía conocer de alguna forma a alguien tan importante como Lady Di.

—¡Sí!— continuó William Whiteloof —Podría pedir tener una cena con Lady Di y el príncipe Charles.

—¿Acaso eso es legal?— preguntó la mayor con mucha intriga.

—Sí, aunque primero debe ser autorizado por la Reina.

Ay, la Reina, la Reina. Ella no comprendía porqué todo debía pasar primero por la Reina. Una de sus mayores incógnitas era saber como la vieja podía manejar todo lo que se le asignaba.

Una muy emocionada Blake iba a hablar, pero el sonido de la puerta la interrumpió; era la señora Whiteloof.

La niña de lanzó a su madre para abrazarla, la mujer aceptó gustosa.

—¡Dios mío!— exclamó aún abrazando a su hija —La gente casi me devora

—¿Que te hicieron?

—Creo que querían fotos.

[...]

Habían pasado exactamente tres semanas y el señor Whiteloof traía buenas noticias a su familia.

Entró a la casa como todos los días y le comunicó a su familia que en la cena les diría algo muy importante. Recordando los días anteriores, Chanel ya sospechaba que sería.

La joven, su madre y Blake pusieron la mesa lo más rápido posible. A su hermanita casi se le cae un vaso, suerte que lo agarró en el aire y pudieron devolverlo a la mesa sano y salvo.

Al sentarse en ésta, William empezó a comer bajo la atenta mirada de su familia. Bueno, bajo los ojos de Rose y Blake, sinceramente a la hija mayor no le importaba mucho ese tema sobre la cena con los príncipes.

—¿Qué?

Chanel podría jurar que su madre estaba a punto de pegarle un golpe.

—¿Qué ibas a contarnos, papi?— preguntó Blake, clavando sus intensos ojos azules en el hombre. Su hermana mayor siempre pensó que su mirada tenía algún tipo de hechizo, eran tan inquietantes que parecía que te miraban el alma.

—Ah, cierto. La Reina aprobó la cena con el príncipe Charles y la princesa Diana. —dijo con tanta simpleza que la joven comenzó a reír por lo bajo.

Apenas terminó de hablar, la señora Whiteloof y la menor de la familia se lanzaron a abrazar al hombre. La mayor solo se quedó en su asiento mientras se disponía a comer, sin tomarle mucha importancia al asunto.

—Será en cinco días en la noche. La cena durará 3 horas. Espero que estén contentas con la noticia— su esposa e hija menor asintieron frenéticamente. —Bueno, bueno, basta de tanta emoción. Coman que se va a enfríar.

Las mujeres paradas se sentaron y el resto de la comida fue acompañada con una amena charla, de la que Chanel no participó, por supuesto.

[...]

—¡¿Estás lista, Nelly?!— escuchó a su madre gritar desde la planta baja. Si había algo que odiaba en este mundo, era que sus padres le llamasen Nelly; por eso no pudo evitar rodar sus ojos.

—¡Ya voy!— le respondió ella mientras se miraba por última vez en el espejo de su habitación. Tenía miedo que su vestido se viera mal o se desacomodara, ya que no era común en ella usar ese tipo de prendas.

Rápidamente bajó las escaleras y miró a su familia: su hermana tenía un vestido rosa bastante simple, su madre tenía un vestido tipo tubo que le llegaba hasta los tobillos de color rojo, y por último, su padre llevaba un traje y una corbata azul marino.

Se subieron a una limusina mandada por la Realeza. Blake se echó a reír cuando su hermana casi se cayó al entrar, a lo que su madre la calló rápidamente para conservar los modales que habían establecido unas horas antes.

Chanel solo esperaba que la velada sea tranquila y soportable, cosa que no creía posible.

Etéreo | Diana de GalesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora