Aquí su camarada Percy Jackson, reportándoos otra vez.

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Primero me incliné ante Zeus. Luego me arrodillé ante mi padre.

—Levántate, hijo mío —dijo Poseidón.

Me incorporé, dudando de que hacer luego.

—Un gran héroe debe ser recompensado —proclamó con su firme voz—. ¿Hay alguien aquí dispuesto a negar los méritos de mi hijo?

Esperé a que alguien lo contradijera, ya saben, los dioses nunca se ponen de acuerdo en nada, y a muchos de ellos seguía sin caerles bien, pero ni uno solo de ellos protestó.

—El consejo está de acuerdo —dijo Zeus—. Percy Jackson, recibirás un don de los dioses.

Titubeé.

—¿Cualquier don?

Zeus asintió muy serio.

—Sé lo que vas a pedir. El mayor de todos los dones. Sí, si lo quieres, será tuyo. Los dioses no le han otorgado ese don a ningún héroe mortal desde hace muchos siglos. Sin embargo, Perseus Jackson, si tú lo deseas, te convertirás en un dios. Inmortal. Indestructible. Serás el lugarteniente de tu padre durante toda la eternidad.

Me quedé mirándolo, alucinado.

—Un... ¿dios?

Zeus puso los ojos en blanco.

—Un dios algo... tocho, por lo visto. Pero sí. Con el consentimiento del consejo completo, puedo hacerte inmortal. Y luego habré de soportarte toda la eternidad.

—Hum —murmuró Ares, pensativo—. Eso significa que podré hacerlo papilla tantas veces como quiera, y que él seguirá volviendo para recibir la siguiente paliza. Me gusta.

—Yo doy mi aprobación también —dijo Atenea, aunque no apartaba la vista de Annabeth.

Eché un vistazo a mi espalda. Annabeth trataba de evitar mi mirada, sin conseguirlo porque la veía dándome miradas de lado. Estaba pálida. Me vino un recuerdo de dos años atrás, cuando creí que ella iba a comprometerse con Artemisa y a convertirse en una cazadora. Yo había estado a punto de sufrir un ataque de pánico, sólo de pensar que la perdería. Ahora ella parecía exactamente en la misma posición.

Pensé en las tres Moiras y recordé cómo había visto desfilar mi propia vida en un fogonazo. Todo aquello podía evitármelo. La vejez, la muerte, la tumba. Podría ser un adolescente para siempre: en plena forma, poderoso, inmortal, trabajando al servicio de mi padre. Podía tener poder y una vida eterna.

¿Quién rechazaría semejante oferta?

Entonces volví a mirar a Annabeth. Pensé en mis amigos del campamento: Charles Beckendorf, Michael Yew, Silena Beauregard y tantos otros que ahora estaban muertos. Pensé en Ethan Nakamura y en Luke.

Y comprendí lo que debía hacer.

—No —dije.

El consejo enmudeció. Los dioses se intercambiaban miradas entre sí frunciendo el entrecejo, como si no hubieran escuchado bien.

—¿No? —balbució Zeus, incrédulo—. ¿Estás... rechazando nuestro generoso regalo?

Había un matiz peligroso en su voz, como una tempestad a punto de estallar.

—A ver, me siento muy honrado y tal —añadí—. No vayáis a entenderme mal. Es sólo... que me queda mucho que vivir. Me parecería horrible haber alcanzado mi mejor momento en segundo de secundaria.

Atenea me miro fijamente, pareciera que me estaba leyendo el pensamiento; algo que claro, supongo, ella puede hacer habiendo descendido del pensamiento. Su ceño dejó de estar fruncido y pasó a uno de comprensión.

De semidios a dios del OlimpoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora