LA VENTANA POR LA CUAL ME TIRE

Uno: todos parecen tener problemas.

Sigo sentada ante un policía que parece el más tonto de su academia, ¿Cómo es que a algunos los contratan para hacer un determinado trabajo si no tienen ni idea de nada? Unos valen para algo y otros para nada, seamos claros. Eso era algo que no entendía mi querido amigo Samuel porque era una de esas personas idealistas que se piensan que el mundo era suyo y estaban allí para comérselo...

. . .

Esto es una mierda.

A través de la ventana se pueden ver árboles plantados por los ayuntamientos para que parezca la ciudad menos contaminada. Rodeándolos por todos los costados hay un sinfín de edificios de ladrillo por donde se asoman señoras por las ventanas a mirar lo que hacen el resto. Se ve la carretera llena de tráfico a esta hora crucial del día, hasta se escuchan los pitidos ensordecedores de los coches intentando que el de delante vaya mas rápido cuando debería saber que si están en un atasco no puede hacer nada. Se escuchan los taladros de los obreros perforando las calles por milésima vez con la intención de arreglar las cañerías de una vez. Los ruidos, las prisas, el sol en lo alto del cielo, las nubes que intentan taparlo...

—Presta atención Anabel — esa soy yo, pero prefiero Ani; y la que me ha llamado la atención es mi querida profesora María Cristina de clase de historia, que pelmazo con los borbones, que más me dará su vida si ya son más fósiles que otra cosa.

Suena el timbre que da por fin comienzo el descanso de media hora en la que salir de esas cuatro paredes. Todos los de la clase casi como si tuvieran propulsores salen corriendo por la puerta, ¿por qué siempre la gente corre? ¿Nunca nadie se para a relajarse o a reflexionar? La vida está llena de que haceres me dice mi madre cada vez que me ve sin hacer nada, que pelma, que pasa si en realidad estoy pensando en alguna pregunta vital sobre la vida porque me quiero convertir en filósofa algún día. Es mentira.

Recojo todo lo que tengo en la mesa, lo meto en mi mochila y salgo de la clase en dirección a la salida del edificio, las paredes comienzan a asfixiarme. Por detrás de mí comienzo a escuchar voces y pasos acelerados hacia mí, pero no le hago caso y decido ponerme mis cascos con la intención de olvidarme de la civilización por unos veintiséis minutos al menos. Después de sonar nada mas que un minuto de la canción noto como alguien me agarra del hombro y hace que me pare consiguiendo que me gire hasta estar justo en frente suya.

—¿Piensas esperarme? — me pregunta Samuel, mi único amigo, casi como si hubiera corrido un maratón.

—Creí que te habías volatilizado, pero parece que no puedo escapar de ti.

—Que graciosa — me contesto con sarcasmo.

Salimos por fin del recinto del instituto y nos dirigimos hasta "nuestro lugar" o más bien el banco que estaba justo debajo del último árbol que pillaba justo en un parque detrás del instituto. Nos sentamos y el comenzó a sacar cosas de su mochila como si fuera el bolso de Mary Poppins: que si donetes, que si bocadillos, que si zumos, que si una libreta donde apuntaba sus ideas, una segunda libreta donde las daba forma y una tercera donde ya comenzaba a escribir el relato. Se sentó como un indio en el banco, cogió la tercera libreta y comenzó a escribir mientras iba cogiendo donetes con la mano que tenía libre. Me tendió la caja para que cogiera uno y yo me negué, no tenía hambre. Puso su cara de concentración mientras escribía alguna historia de amor adolescente y cliché con un final feliz, muy predecible. Frunció el ceño y sacó la lengua como si pudiera llegarle mayor iluminación, nunca entendí el motivo por el que hacía eso.

Después de un rato los dos callados, él creyéndose un escritor y yo mirándole como si fuera un mono de un zoo, se levantó de repente...

—¡Agh...! — gritó y con esto arranco la hoja que estaba escribiendo y la rompió en pequeños trocitos irregulares — nunca voy a llegar a ser un buen escritor, siempre termino en el mismo punto de no retorno — se tumbó abatido sobre la hierba.