Celia se quedó atónita y la observó unos segundos sin saber qué responder. La sorpresa era evidente en su expresión y Ruth era consciente de ello, por lo que aguardó hasta que la mujer frente a ella reaccionase.
-Oh -respondió quedamente-, ¿de qué se trata?
-La nueva sucursal necesita un responsable.
-¿La de Canadá? -Cuestionó.
-Ajá. La misma.
-Bien, buscaré uno de inmediato -estaba extrañada de que le pidiese a ella buscar un responsable pues eso era algo que hacía únicamente Ruth.
-No me has entendido -la detuvo.
-¿Entonces?
-Siéntate y déjame terminar, Celia -ella, atónita, obedeció-. Necesitan un responsable para pasado mañana a primera hora. Debe ser alguien que ya lleve tiempo en la empresa y conozca absolutamente todos los entresijos de ésta -Celia asintió con la cabeza-. Tendrá que dar una buena formación a los nuevos empleados ya que no controlan todo, parece que las cosas no les entran en la cabeza al mismo ritmo que a los nuestros -Ruth hizo un gesto de desdén con la mano, molesta por tener que hacer lo que iba a hacer-. Tienes que ir tú.
Celia murió en vida ante aquella oración. Tienes que ir tú. Aquello palpitó en su mente como su propio corazón hacía en su pecho. ¿Tú? O sea, ¿ella? Tardó en reaccionar ante los ojos cansados de Ruth, quien no dejaba de observar su semblante pálido de repente y como sin expresión. Había que darle un empujoncito para salir de aquel trance, así que no demoró más.
-Celia -la llamó-. Ruth llamando a Celia, conteste -bromeó. Aquello pareció sacar a la joven de su mundo y volver al real junto a su jefa.
-Ruth, ¿yo? -Balbuceó nerviosa-. ¿¿YO??
-Sí, tú. No puedo confiar en nadie más -Celia la escuchaba, aún desconcertada y realmente preocupada-. Eres la única aquí que puede hacer esto bien, Celia. La única que puede manejarlo. Tienes la preparación, la autoridad, la fuerza y no tienes problemas con el idioma. Además no hay familia a cargo tuyo, una cosa menos de la que preocuparse.
-Pero Ruth... -no sabía bien ni qué responder ante aquellas palabras-. ¿Canadá?
-Canadá, sí -la detuvo con la mano antes de que volviese a abrir la boca-. No es discutible, Celia. Me duele más que a ti, ¿sabes? Pierdo mi mano derecha y no me van a poner a nadie de tu nivel para substituirte. En realidad, no me van a poner a nadie. Estaré sola con el trabajo de las dos y yo hace mucho que no hago ciertas cosas, así que imagina cómo me siento. ¡Pero no tengo a nadie más calificado! Ni más que tú ni a tu nivel, nadie más que pueda enviar.
-Por... -tragó saliva-. ¿Por cuánto tiempo?
-Pues de dos a tres meses, en principio.
-¿En principio? -Saltó de la silla como un resorte.
-Sí. Hasta que todo esté bajo control. Por la información que nos ha estado llegando, aquello es ciudad sin ley. Costará darle forma a todo y, además, hacer que sean capaces de desarrollar con eficiencia su trabajo.
-¿Y tengo que hacerlo yo? ¡Yo no estoy preparada aún! ¿Y después qué? De vuelta a España y a este puesto, ¿o me despedirás porque tendrás a alguien?
-Después, tendrás dos opciones, igual que tienes dos opciones ahora.
-¡Sorpréndeme! -Arguyó sarcásticamente.
-Podrás volver a este puesto, o podrás quedarte allí con el equivalente a mi puesto.
-¿Qué? -Atinó a pronunciar-. Tu puesto...
-Sí, Celia. Serías la jefa allí, nadie sobre ti, excepto los dueños y el consejo de accionistas.
-Oh, Dios. ¡Oh, Dios! -Se dio aire con las manos, sofocada-. ¡Jefa! O sea, ¿Presidenta de la delegación central canadiense?
-Exacto. Si es que decides quedarte allí, obviamente. Siempre puedes regresar a España y retomar lo que tienes ahora.
-Y... ¿si no quiero ir? ¡Sólo en el supuesto de que así sea!
-No me quedará otra que despedirte.
-¿Me echarás?
-Si no cumples con lo que se te encomienda, sí. Me lo han dejado claro, soy la responsable de enviar a alguien; si no lo hago, pierdo mi puesto. Y créeme, con la situación que tenemos en España ahora mismo, no estoy dispuesta a que eso suceda. Yo si tengo hijos, Celia. No puedo arriesgarme.
-Te entiendo, Ruth. Tranquila -logró decir-. Presidenta...
-Vete ya a casa, prepara las maletas. Tendrás que marchar mañana.
-Pero, no te he dicho aún que lo acepto.
-¿A quién intentas engañar, nena? -Bromeó-. Si no quisieras ir, hace rato hubieses dado por terminada esta conversación, y eso lo sabemos bien las dos, ¿cierto? -Celia asintió.
Tras aquello, le hizo una serie de preguntas sobre qué iba a hacer allí. No tenía alojamiento, ni conocidos, ni vehículo, ni nada, y aquello sí que la preocupaba. Ruth le dijo que, hasta que decidiese si quedarse como presidenta, tendría coche de empresa, vivienda y un suplemento para dietas. Además, cobraría esos meses el sueldo de presidente. Respecto a los conocidos, eso ya no podía hacer nada, era cosa suya. Celia alistó todo lo necesario para no dejar a Ruth en bragas con unas tareas que no estaba manejando, se despidió de sus compañeros, recogió sus pertenencias y abandonó el edificio. Sabía que era poco probable que regresase a ese lugar, pues era demasiado ambiciosa como para abandonar la posibilidad de ser la presidenta de aquella delegación. La idea de conocer otro país se le antojó realmente atractiva, tanto como alejarse de las citas que su madre le organizaba.
«Esta oferta no tiene desperdicio», se dijo a sí misma mientras conducía hacia su piso, completamente nerviosa por lo que se le venía encima pero llena de una emoción que no recordaba haber sentido antes, no al menos con semejante intensidad.
En la cabeza de Celia solamente una palabra daba vueltas y vueltas, incesantemente: Montreal.
El día anterior, al llegar a casa, había empezado a preparar la maleta y avisar a su familia de su marcha escudándose en el teléfono para no correr riesgo de que su madre le diese un capón por decidir marchar. Estaba segura de que no lo vería bien, pues le gustaba tener cerca a sus familiares y no solía tomar bien, ni siquiera, periodos de vacaciones prolongadas de cualquiera de ellos, siempre y cuando no estuviesen cerca. Mientras hablaba con su madre, quien ciertamente puso el grito en el cielo, ésta le preguntó a qué hora se marchaba, pues quería pasar a despedirse de ella antes. Esa simple pregunta dejó a Celia en la inopia. ¿Cómo había obviado ese detalle?
Apurada llamó a Ruth y le preguntó, pues no le sonaba que le hubiese dado dicho dato. Ruth, tan tranquila, le respondió que debía reservar ella el billete y cargarlo a la tarjeta de la empresa, pues como no había estado segura de su aceptación no se había arriesgado a reservar un vuelo. Celia respiró algo aliviada al ser consciente de que podría, al menos, tomarse la licencia de amoldar el horario del vuelo a sus pocos quehaceres antes de marchar.
Cinco minutos más tarde, sentada en el sofá con las piernas encogidas y los pies apoyados en la suave tela del mueble, se dio cuenta de que tenía un problema, y no pequeño precisamente. Se puso pálida y, por un momento, le temblaron las manos mientras cogía su teléfono móvil para contactar otra vez con su todavía jefa. Al otro lado, le respondieron con voz y tono cansado.
-¿Qué pasa ahora, Celia? -Inquirió algo molesta la otra mujer.
-Tengo. Un. Gran. Problema -soltó.

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Amor 2.0
ChickLitCelia es una mujer joven, dedicada a su trabajo, divertida, cariñosa y apodada por sus familiares "La eterna soltera" ya que se niega a tener pareja. Quiere libertad, anhela disponer para siempre de su propio espacio y, a escondidas, disfruta extrem...