Tarta de Manzana

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Está historia pertenece a moralollipop

Esta es nuestra historia. No la mía, ni tan siquiera la de nuestro variopinto grupo. Es la historia de una época. Una historia de realidad, donde los reyes gobiernan de forma absoluta y los príncipes despojan a su país incluso de la esperanza. Donde las torres con princesas se vuelven barricadas y no hay ni héroes ni monstruos, sólo personas... Pero empecemos por el principio. Nos encontramos en los últimos coletazos de la primera Revolución, si es que todavía tenía algo de ello; o en los primeros compases de la Restauración. Puede que nosotros no viviéramos en nuestras carnes la embestida revolucionaria, pero sin duda sufrimos sus temibles consecuencias. Somos sus hijos. Sólo se me ocurre explicarla como un primer amor: la idealizamos, ensalzamos lo bueno y demasiadas veces olvidamos lo malo. Pero aprendimos, nos volvimos más exigentes.

Este verano estaba siendo mucho más frío de lo habitual, lo cual provocaba cierto mal humor en la familia. El señor Combeferre no dejaba de quejarse de lo malo que era para la cosecha y se le notaba mucho más preocupado de lo normal, todo el día refunfuñando: "Esto es un castigo por todos estos años de blasfemia". Las preocupaciones de Antoine, sin embargo, eran más banales. Desde siempre le había gustado el bosque e iba siempre que su madre se lo permitía, lo cual se daba muy frecuentemente. La señora Combeferre poseía un conocimiento ancestral sobre la medicina natural, que pasaba de generación en generación, y le pedía ayuda con frecuencia. Desde que empezó a enseñarle esta pseudociencia se había convertido en la mayor afición de Antoine. Pero el caso es que Madre no le dejaba salir en los días de tanto frio...

Cuando ya había abandonado toda esperanza, pero, Madre se asomó a la puerta del salón.

-Cariño, ven un momento.

El chico la siguió hasta la cocina.

-¿Sí?

-¿Crees que puedes? -dijo sacando de una bolsa una de las muchas hierbas que habían estudiado.

-¡Claro que sí! -exclamó ofendido-. Es la Der...

Su madre le miró fijamente con una sonrisa irónica en los labios. No le gustaban los nombres científicos y Antoine lo sabía, pero le encantaba chincharla con esto. Hacía unos años le habían regalado un libro de un tal Linneo, el "Systema Naturae". Para Antoine fue uno de sus mayores descubrimientos, el cual le había motivado a hacer su propia aportación al mundo de la ciencia natural y estudiar las polillas que se enfilaban por las paredes de su casa.

-Ve. Ahora -dijo su madre con cierta sorna-. Hoy hace mucho frío cariño, ve rápido y no vuelvas tarde.

El chico se dirigió a la puerta.

-¡Abrígate!

-Sí... -Antoine cogió el abrigo y salió de casa.

Llevaba toda la mañana buscando la dichosa planta y ésta seguía sin aparecer. De repente lo asustó un ruido... ¿Un animal? No, no era un animal, parecían los pasos de una persona que se acercaba. Instintivamente corrió a esconderse detrás de un árbol, desde donde le vio: el que se acercaba era un niño que debía rondar su edad. Rubio, delgado, de rasgos fuertes y la piel muy blanca. Parecía un noble, o al menos rico por la elegancia de sus vestiduras, aunque iba todo de negro. Ausente, caminaba hacia delante con un ritmo constante y en silencio. No parecía peligroso, ¿por qué no iba a presentarse? No siempre tenía la oportunidad de relacionarse con otros niños que no fueran sus hermanos.
-¡Hola!

El chico rubio se sobresaltó más de lo esperado. Habiéndole sacado de golpe de su meditación, se giró con tanta mala suerte que se tropezó con una piedra y cayó, haciendo una mueca de dolor.

Relatos de Revolución Francesa (CERRADO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora