COMO LA MAYORIA DE LAS HISTORIAS JUGOSAS COMIENZA UNA FIESTA

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Dan apartó el guión y miró a su hermana con expre- sión seria y triste.
--Jenny -dijo-, no quiero ir a esa fiesta. Ese vier- nes probablemente vaya a casa de Deke a jugar a la Playstation y luego seguramente a Brooklyn a estar con Vanessa, su hermana y sus amigos. Como todos los viernes.
-Pero ¿por qué, Dan? ¿Por qué no quieres ir a la fiesta? - preguntó Jenny, dando puntapiés a las patas de la silla, como una niña pequeña.
Dan meneó la cabeza con una sonrisa amarga en los labios.
-¡Porque no nos han invitado! ¡Porque no nos van a invitar! Déjalo, Jenny. Lo siento, pero así son las cosas. Somos diferentes a ellos, lo sabes perfectamente. No vivimos en el mismo mundo que Serena van der Woodsen, Blair Waldorf y toda esa peña.
-¡Oh, qué quejica eres! ¡Me pones negra! -dijo Jenny con gesto de exasperación. Se levantó y puso los platos en el fregadero, frotándolos con furia con una
esponja. Luego se dio la vuelta de golpe, con los brazos en jarras. Llevaba un camisón de franela color rosa y tenía el rizado cabello todo alborotado porque se había acostado con la cabeza mojada. Parecía una minimaru- ja enfadada con unos melones diez veces mayores de lo que le correspondía a su cuerpo.
- ¡M e da igual lo que digas, yo iré a esa fiesta! - in- sistió.
-¿Qué fiesta? -preguntó su padre, apareciendo en el vano de la puerta.
Rufas Humphrey seguramente habría ganado el pre- mio al padre que más vergüenza causa a sus hijos. Ves-
tía una camiseta manchada de sudor y unos calzoncillos boxer a cuadros rojos y blancos, y se estaba rascando la entrepierna. Hacía varios días que no se afeitaba y su barba gris le había crecido desigualada, y aunque en partes era larga y espesa, en otras tenía calvas. Llevaba el rizado cabello sin peinar, los ojos inyectados en san- gre y un cigarrillo enganchado en cada oreja.
Jenny y Dan se lo quedaron mirando un momento en silencio. Luego, Jenny suspiró y se volvió hacia el fregadero.
-Nada -dijo.
Dan hizo una mueca irónica y se apoyó en el respal- do de la silla. Su padre odiaba el pretencioso Upper East Side. Mandaba a Jenny al Constance porque era un colegio muy bueno y porque él una vez había salido con una de las profesoras de Lengua de allí. Pero odiaba la idea de que Jenny sufriese la influencia de sus com- pañeras de clase, "esas señoritingas de sociedad", como las llamaba. Dan sabía que a su padre le iba a encantar aquello.
-Jenny quiere ir a uno de esos refinados bailes de caridad la semana que viene -dijo.
El señor Humphrey cogió uno de los cigarrillos de detrás de su oreja y se lo metió en la boca. Jugueteó con él.
-¿A beneficio de qué? -exigió.
Dan se meció en la silla con una sonrisa autosufi- ciente. Jenny cerró el grifo y le lanzó una mirada furio- sa, desafiándole a que prosiguiese.
- N o te lo pierdas •-dijo Dan-. Es una fiesta para recaudar dinero para esos halcones peregrinos que viven en Central Park. Seguramente les construyan unas mansiones para pájaros o algo por el estilo.si no hubiese miles de personas sin techo a quienes les iría muy bien el dinero.
-¡Cállate, sabelotodo! -dijo Jenny, furiosa-. Sólo es una fiesta. Nunca he dicho que fuese una bue- na causa.
- ¿A eso llamas una causa? - gritó su padre-. Ten- dría que darte vergüenza. A esa gente sólo le gustan esos pájaros porque son bonitos. Porque les hacen sentir que están en el bonito campo, como si estuviesen en sus casas de Connecticut o Maine. Son decorativos. ¡Típico de los que se dedican al ocio, inventarse una obra de beneficencia que no ayuda a nadie en absoluto!
Jenny se apoyó contra la encimera, miró el techo y desconectó de la voz de su padre. No era la primera vez que oía aquel sermón. Pero aquello no cambiaba nada. Seguía queriendo ir a la fiesta.
-Quiero divertirme, nada más -dijo con cabezó- nería-. ¿Qué tiene de malo?
- Lo que tiene es que te acostumbrarás a las tonte- rías de esas señoritingas y acabarás siendo igual de falsa que tu madre, que se rodea de gente rica porque teme usar la cabeza - gritó su padre, con el rostro sin afeitar enrojecido-. ¡Joder, Jenny! Cada vez me recuerdas más a tu madre.
Dan se sintió mal de repente.
Su madre se había marchado a Praga con un conde o un príncipe o algo así y básicamente era una manteni- da, dejando que el conde o el príncipe o quien fuese la vistiese y la alojase en hoteles por toda Europa. Lo úni- co que hacía todo el día era ir de compras, comer, beber y pintar cuadros de flores. Les escribía dos o tres veces al año y de vez en cuando les mandaba un regalo. Para
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⏰ Última actualización: Apr 09, 2015 ⏰

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