Llueve. No solo al otro lado de la ventana que me separa de la realidad en la que (sobre)vivo. También lo hace dentro. No en mi casa, ni en mi habitación, llueve en mí. Sé que es una comparación muy manida, pero creedme que es muy cierta. Es una llovizna muy fina, de esa de la que nunca te preocupas pero te acaba empapando de forma que cuando te des cuenta ya sentirás el agobio de la ropa pegada a tu cuerpo.
Es como la niebla.
Es bonita
hasta que te pierdes dentro.
Es como las mariposas.
Son hermosas
hasta que el amor muere con ellas.