Perdición.

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Y sus ojos se apagaron como dos enormes soles que mueren.

Aquellos ojos que me castigaron y bendijeron con su gentil luz.

Oh, perdición dulce que me atormenta y me desvela sin darme respiro.
Esos ojos que pertenecieron a mi amada, aquella con tal sonrisa que envenena.

Dulce veneno que de sus labios brotaban, o su piel blanca como perla que descansa en el lecho del mar.

Tan libre y tan aprisionada de sus ojos. Eso ojos fueron mi perdición.

La maldición de esos ojos, esos ojos que cautivaban mi vida, la destrozaban y la volvían a armar, siempre dejando una parte viva para que mi amor por ella renazca.

Su cabello de seda, liso como el mar y con destellos de estrellas, siempre en su máximo esplendor.

Sus ojos son una visión de mi muerte, causada por la pasión por ella, ella, ese ser tan gentil y grácil que recorre mi vida y me deja vacío.

Me siento frío. Mi espíritu se despide de mi cuerpo y la veo a ella. Tan grácil, tan plena. Por siempre y para siempre serás mi perdición.

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