-Parte 3-

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Brisa, fría. Rocío helado. El silencio. Esa era la otra faceta de la guerra. Costaba dar el primer paso hacia el ruido, hasta los gritos, hacia la lucha. Costaba; yo lo sabía bien. Todos nos preguntamos si nos despedimos bien, si lo vamos lograr, si afilaron bien sus espadas, si tensaron adecuadamente sus arcos, si alguien consolará a sus familias una vez que no puedan volver. Muchas preguntas y quizás no haya ni una sola respuesta. Esa era la otra cara de la guerra, y era la peor de todas.

—Elodith, ¿estás bien? —pregunté al sentirla colocarse a mi lado.

—No, y nunca lo estaré —respondió con sinceridad.

—Bien, esa es la actitud de una guerrera —que malo que soy para mentir.

Vimos a nuestro líder pasearse por delante de nuestro ejército en su caballo negro: un enano que me enorgullecía. Comenzó a hablar, a dar su discurso. No podía escucharlo bien. Detrás mío un elfo lloraba, delante tenía un humano que no paraba de hablar y a mi costado a la temblorosa de Elodith. Esperen, ¿un elfo que llora? Me di vuelta, tan solo para asegurarme: no era un elfo, era un humano con las orejas más feas que había visto jamás. Por las barbas de mis antepasados, cómo odio esta cara de la guerra.

Pasaron minutos, y esos minutos llegaron a su fin. Comenzamos a marchar hacia el claro que dividía nuestras tierras con la de los enemigos: aún se encontraba manchada de sangre, pero sin muertos. Teníamos un trato: ninguno atacaría al otro cuando se rescatara a los cuerpos. Luchábamos, sí, pero todos merecían una sepultura justa. Los cuerpos ya eran masacrados en vida, ¿por qué masacrarlos en muerte?

Había una marcha melodiosa: los filos de las espadas, dagas, hachas y mazos rozaban contra las armaduras; las grebas sonaban fuerte y al unísono. El coro de nuestras voces cantando el lema de nuestra patria sonaba espléndido y..., un humano llorando. Intenté hacer oídos sordos, pero cada vez era peor. ¿Cómo es que había sobrevivido hasta ahora? Quien sabe cuántos amigos murieron para protegerlo. Y siguió, y siguió, y cada vez era más irritante.

—Chico... —comencé, paciente, pero no me escuchaba, o no me veía. — Chico... —dije esta vez un poco más alto, pero nada. En cambio, casi me pasó por arriba.

Malditos humanos. Y lo golpee en la espinilla. Ahora si me iba a mirar.

—Chico, si piensas que te van a perdonar la vida solo por ir llorando como una cría de humano que su hembra acaba de parir estás muy equivocado. Si no dejas de llorar juro por las barbas de mis ancestros que te cortaré la lengua y adornaré mi cuello con tus bolas —dije al voltearme. Dejó de llorar. Qué fácil es tratar con humanos.

Y entonces los cuernos sonaron. Y la melodía... la melodía me volvió a inundar los oídos.

Todos empezamos a correr. Había escuchado antes chistes de que los enanos no servíamos para esta parte de la batalla, que nuestras piernas eran cortas, que nos caeríamos. Pues déjenme decirles algo: cuando me caiga levántenme desde mis grandes huevos de enano.

Fue embestida tras embestida, herida tras herida, grito tras grito, Elodith tras Elodith, quien a cada segundo me preguntaba si necesitaba que me curara. La respuesta era sí, pero mi orgullo me hacía contestarle que no. Y fue entonces cuando un bruto me embistió de tal forma que me hizo volar unos cuantos metros. ¿Alguna vez un enano había volado? Me reí, aturdido, pero reí. De verdad los humanos podían ser muy graciosos. Yo soy Berglar, del clan Tür'Galhot, y nadie golpea a un Tür'Galhot. Así que, mientras tarareaba «Un enano sobre el mar» le clavé el hacha justo en medio del cuello.

Les estábamos ganando, por mucho. Incluso Elodith podía manejarse sola haciendo explotar cosas; sin embargo, había algo extraño. Si bien quedaban pocos, recordaba que había más soldados en el ejército enemigo. ¿Pudieron haber muerto durante la noche? Quizás algunos sí, ¿pero tantos? Imposible. No estaban tan heridos. Me quedé inmóvil, algo no estaba yendo bien. Ya había luchado en otras guerras antes, y esto lo había visto tan solo una vez.

—¡Cuidado! —escuché el grito de Elodith antes de hacer explotar más cosas. Quedé aturdido, pero eso me hizo dar cuenta de algo: ¿Dónde estaban los arqueros enemigos? No había ni una sola flecha enemiga en el terreno, tan solo nuestras.

—Es una emboscada... —alcancé a susurrar.

—¿Qué? —escuché decir nerviosa a la humana.

—¡Planean rodearnos con los arqueros! —exclamé, y entonces comencé a correr por entre los cadáveres, heridos y restos de armas rotas: debía encontrar a nuestro líder, debía advertirle. Aún ganaríamos, pero debía advertirle. Solo se necesitaba una flecha para lograr que la causa se perdiera. Le debíamos la vida; LO NECESITABAMOS CON VIDA.

Corrí y corrí, y podía sentir el grito de Elodith detrás de mí, pero no podía parar, debía advertirle a nuestro líder. No estaba por ningún lado, y en ese momento odié ser enano; sin embargo, por casualidades del destino o porque la Antigua Roca se compadeció de mí, lo vi. Corrí hacia él, acorté la distancia entre ambos. Me pregunto que habrá pensando cuando vio que un enano corría tan rápido como podía con la lengua entre la barba. ¿Se habrá reído? ¿Se habrá asustado?

—¡Va a haber una emboscada! —gritaba como humano loco. Nadie me escuchaba.

Cada vez me acercaba más, y el Líder al ver el emblema de mi escudo paró, porque sabía que si un Tür'Galhot dejaba de luchar en el auge de la guerra era por un buen motivo. Él se encontraba con su hacha incrustada en el cráneo de un humano, con la barba manchada de sangre y barro, y con una sonrisa victoriosa en el rostro.

— Tür'Galhot, hijo de la roca, ¿Qué sucede? —preguntó. Su voz era potente, tan dura como la Antigua Roca demandaba a sus hijos. ¿Se imaginan un enano con la voz chillona de los humanos? ¡Ja! ¡Qué vergüenza! Antes elfo a que eso.

—Tür'Khalahad —comencé diciendo el nombre de su clan —, veo un ejército pequeño, pero más pequeño de lo que era ayer. Vi al Rey unos instantes, pero luego desapareció. Un Hijo de la Roca nunca huye, y el Rey no es la excepción. ¿Dónde está el Rey y el ejército faltante? Creo, líder Tür'Khalahad, que el Rey está intentando tendernos una emboscada —oh, por los dioses de la Antigua Roca, no me vendría mal un poco de vino.

El líder seguía sonriendo, pero se le podía notar la rabia en la mirada. Vi como sacó con fuerza el hacha de la cabeza del bastardo que yacía muerto a sus pies y como inmediatamente se la clavaba en la pierna de otro humano que intentó atacarlo por el costado. Momentos típicos de las guerras enanas.

—Ya veo, Tür'Galhot —oh, por las barbas de mis antepasados, la fiesta grande está por comenzar. Ya quería ver a Elodith haciendo explotar cosas otra vez. 

La Última BatallaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora