01. El elegido

660 58 6
                                    

 La ambigüedad del poder, el acto noble y voluntario de extinguir una y otra vez al futuro, pasado y presente por sostener la fortaleza de esos niños peculiares, impulsaba el motor de sus ojos.
Todas sus verdades, se alojaban en la repetitiva asimetría de esas nubes desplegadas en el cielo y tan solo las bocanadas de su pipa, diferían de entre toda la naturaleza involuntaria, variando sus formas. Se aferraba al vicio con la intención de ver que aunque sea el humo, siempre era distinto.

Los golpes sorteados a través de ese bucle, eran su eterna tortura para no ser golpeada por el destino y las terribles criaturas del Dr. Barron que acechaban vidas por pura ambición.
El único día existente, era para siempre y tenía la misma duración que sus penas. La incertidumbre y el misterio, eran galaxias enteras por descubrir. La presencia del amor de su vida en algún otro cielo, tan lejano al suyo era su perpetuo sometimiento.

Ese día, sucedía siempre y cada vez que la tutora del Hogar para Niños Peculiares, reactivaba el bucle protector de sus vidas. Nadie envejecía, la vida se mantenía tan intacta como el duelo de su amor. Sus vestiduras azabache, indicaban un extraño duelo que ninguno de los niños podía descifrar. 

— La señorita Peregrine siempre se encarga de nuestra felicidad ¿Pero quién la hace feliz a ella?— era uno de los miles de interrogantes que los niños conversaban en secreto, cuando ella no podía oírlos. Cada uno de ellos, portaba un pasado y algunos cargaban con la dulce compañía de sus hermanos, de lo contrario, encontraban grandes amistades. Pero esa mujer, era la única adulta en el bucle y ninguno de ellos podía descifrar su pasado y sus extraños comportamientos. Siempre dejaba un lugar para la soledad explícita, un vuelo por la isla le bastaba para saciarse un mínimo gramo de pena porque era imposible ignorar ausencias tan grandes como la suya.

El heroico Abe, combatiente de esas bestias que atacaban refugios creados por las Ymbrine, hacía tiempo no estaba presente a través de la correspondencia y Miss Peregrine supo que tan difíciles serían los tiempos que se avecinaban.

— ¡Señorita Peregrine! ¡Soy Jacob, el nieto de Abe!— oyó atravesando las nubes que conocía de memoria, supo de la llegada de alguien muy especial tan especial que adivinó el trágico destino del cazador.

— Vivimos en un constante 3 de septiembre, escapando de esos horrorosos asesinos. Si existiera un salvador... Viviríamos una vida normal, y por sobre todas las cosas lejos de usted— había gritado el joven Enoch en su rostro, minutos atrás dando comienzo a una trifulca.
Alma, había vivenciado todo su dolor en carne viva en el momento de perder a su madre, le entendía tanto el resentimiento que ni siquiera tenía el valor de contradecirlo. Al contrario de regañarlo, internamente solía darle la razón, pues ella misma tampoco se perdonaría jamás no haber podido salvar a esa mujer.

— ¡No digas eso, maleducado y desagradecido!— gritó Fiona señalándolo con el dedo índice, él emitió un rebuzno señal de su desaprobación a la defensa.

— Todos estamos totalmente de acuerdo. La señorita Peregrine ha sido lo más parecido a una madre que hemos tenido en nuestra vida— intervino Oliver, su mejor amiga.

— Yo sí tengo una madre— gritó provocando expresiones sorpresivas en sus compañeros, ante tal confesión a Alma se le anudó el estómago y no estaba lista para oír lo siguiente. Su culpa dictaba cruelmente que imaginó cómo Enoch les diría a todos que la desaparición de la mujer era su culpa.

— Por favor, hoy es un día muy importante y agradecería que todos estén concentrados en sus tareas. El nieto de Abe llegará en tan solo 24 minutos y... 43 segundos, deben buscarlo— interrumpió al instante, dirigiendo a cada uno de los adolescentes a sus respectivas actividades.
Así fue como Jacob llegó al hogar y recibió un tour de la mano de Miss Peregrine, Fiona que llegaba unos minutos tarde pudo verle en la expresión la fuerza de voluntad para estar entera. El brillo opaco de sus ojos en la discusión de hacía una hora se había esfumado, para mantener esa dureza que la caracterizaba.
Los niños recibieron con todo el gusto del mundo a su salvador, excepto Enoch, quien ni siquiera bajó las escaleras para recibirlo.

Caminó por los extensos pasillos del orfanato, viendo todo integrado gracias a su detención en el tiempo. Constantemente, sus ojos mantenían el ardor a punto de soltar las lágrimas pero el momento se postergaba. Tantos años de formación en el colegio pupilo de Miss Avocet no le permitían dejar la rigidez a un lado, debía ser una instructora firme y dedicada única y exclusivamente a sus protegidos. Si quisiera recordar el último de sus llantos, tendría que volver a la temprana infancia, cuando aún no se había sometido a esa estricta formación académica. Prefería no tomar en cuenta los llantos del hoy, en los que sus lágrimas guardaban los más profundos dolores.

Llegó con pasos que conocía de memoria, al laboratorio científico del mayor de todos los niños. Quizá, como él reclamaba diariamente, no era tan pequeño. Si bien Miss Peregrine tenía muy en clara la vida en cuanto a cálculos matemáticos, evitaba pensar que Enoch O'Connor ya tenía 118 años. El dolor en medio de su pecho se agudizaba al recordar cuántos años ese muchacho, había perdido de su vida por la aparición del peculiar mundo de la Ymbrine en su vida.

Corazones y cerebros de reptiles y diversos mamíferos se albergaban allí, en el seno de su peculiaridad. Alma observó con detalle el polvo de todos esos artilugios biológicos, había pasado mucho tiempo desde la última vez que alguien muy especial para ambos, había ideado aquel espacio para él.
Lo único que Miss Peregrine conservaba del amor de todas sus vidas, era ese muchacho que también llevaba la vida en la sangre, de una manera muy inusual.

— Lo siento...— el muchacho se notició de su llegada y rompió el silencio, la tutora dudó tres segundos y medio acerca del sentido de la oración. Su melancolía disparó para el sentido de una disculpa innecesaria. Abrió la boca y expulsó una ráfaga de humo de su pipa, sus ojos color esmeralda se iluminaron por completo.
— Ese sentimiento de insuficiencia que al contrario de acabarse, crece a cada débil pálpito de los estúpidos muñecos que revivo por tan solo segundos— continuó él, ella negó con la cabeza contrarrestando fuerzas a esa masa de preguntas imaginarias que no harían más que incrementarle el dolor. No quería obtener unas disculpas por parte del niño cuya madre era víctima por su culpa.
— Tan solo si mi madre me hubiese dado su peculiaridad... El récord de vida que puedo dar es de un minuto pero la consciencia no logro generar en esos seres. Pensar que mi abuelo, el mismísimo Víctor Frankenstein ha de ser una leyenda.
Mi padre tenía razón, señorita Peregrine, no soy un verdadero Frankenstein. Tan solo soy un simple y vulgar O'Connor intentando...— se desahogó mientras observaba el diminuto corazón en la palma de su robusta mano, sin poder terminar su discurso. De llorar, Enoch no sabía, el llanto más próximo había sido el de su madre al momento de despedirse. 
De alguna manera, verle los ojos azules a su tutora, era transportarse a la felicidad de su madre y no sabía por qué. Abe, acababa de morir y eso parecía no afectarle demasiado a la mujer, sin embargo a veces la oía llorar por la desaparición de esa persona tan especial.

 — Enoch, tu madre te ha dado la vida. Creéme que de todos sus triunfos, eres el más importante de sus logros— susurró Alma, abrazándolo y sintiendo como sus lágrimas caían en su hombrera oscura.

—  Mamá nunca pudo concretar su sueño de traer un muerto a la vida completamente... Ese hubiera sido su mayor logro— aclaró él, cerrando tan fuerte sus ojos que se sumergió en un mar de recuerdos infantiles.  La mujer fue capaz de sentir cómo el cuerpo de su protegido se helaba por completo, algún día la verdad saldría a la luz. Ese día, no estaba demasiado lejos.
El presente ganaba un detective hambriento de respuestas, buscando el honor de su madre y descubriendo que ese todo esos años había sido protegido por la mismísima muerta que su madre había traído a la vida.


𝗙𝗥𝗔𝗡𝗞𝗘𝗡𝗦𝗧𝗘𝗜𝗡 | 𝘮𝘪𝘴𝘴 𝘱𝘦𝘳𝘦𝘨𝘳𝘪𝘯𝘦Donde viven las historias. Descúbrelo ahora