02. A Abraham Portman

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 — Hace mucho tiempo, había un pequeño llamado Abe.

— Que eras tú.

—  Que era yo y vivía en un lugar maravilloso, con un extenso jardín del verde más precioso que he visto alguna vez. Jamás fui tan feliz, como en ese hermoso hogar para niños.
Mi sitio favorito en el mapa, es una isla cerca de Gales donde el sueño de todo ser humano, se hace realidad, Tigrisco: la infancia es eterna. 

— Abuelo, Frankenstein me gusta mucho más que Peter Pan. El sueño de dar vida a los muertos. Eso es mejor que jamás crecer.

— ¿Quieres entonces que lea a Frankenstein de Mary Shelley?

— No, ese Frankenstein no. Tu historia, la de Viktoria Frankenstein y el corazón de plumas. 

— Esa Tigrisco, ya no es mi historia... La señorita Peregrine, la responsable era muy lista y fumaba una pipa. Tenía el amor de una madre para con todos los niños.

— Ella tenía el amor de la madre de Enoch.
Cuéntala con fotos... Y se convertía en un ave.

— Es una buena reflexión... Siempre creí que ese lugar, era tan acogedor como su corazón de plumas. Podríamos declararla reina de la isla de la felicidad, de no ser por su gran tristeza y su amarga vestimenta símbolo de una viudez extraña, todo culpa de los monstruos con largos brazos y tentáculos como estos...

Su corazón de plumas ya no volaba.

...

— Siento mucho tu pérdida, Jake— habló Miss Peregrine, con los ojos fijos en algún lugar. La inexistencia suprema del contacto con el amor de su vida, le presionaba el pecho y con ese humo que la envolvía sin piedad intentaba abrir los causes de su corazón.
En otras palabras, Abe había muerto y con él la posibilidad de comunicarse con Frankenstein.
Él, cazador de monstruos frecuentaba los alrededores de bucles descubiertos por esos monstruos que la sometian a la regresión de vidas y extraños experimentos para evolucionar la raza.
Siempre, Frankenstein hallaba la ocasión ideal para dejarle una carta dirigida a Alma. Funcionaba como una especie de nexo en medio de esa tragedia.

— ¿Ya lo sabe?

— Si Abe estuviera vivo, sabría que llegarías a visitarme— mencionó apenas, recordando que jamas obtuvo una respuesta por parte de Frankenstein de la mano del cazador.
Miró con una sonrisa superficial intentando darle calidez al muchacho. Él, pensó con profundidad el sistema epistolar, es decir de cartas, entre las personas que conformaban ese sistema ideado en bucles e infancias felices.

Jake había descubierto el lugar exacto de la isla gracias a la última carta de esa mujer, correspondida a su abuelo. Pero no era la única que había leído.
A pesar de acabar de conocerla, él sí que no aprobaba ninguna de sus sonrisas por verdaderas. Sabía que feliz, había sido unos mil años atrás y que el corazón ya no le emprendía el vuelo del amor.
— Tomemos el té afuera— agregó la directora, sin borrar su risueña expresión. Como si buscara esa ayuda del entorno para lograr desorientarlo de toda verdad.

El nieto de Abe, la veía distinto que todos los demás, como sí fuera consciente de la pena que la consumía más nociva que el fuego para el consumo de su pipa.
Estaba frente a la carne verdadera, dueña de su historia favorita en la infancia. El amor, trascendente a fronteras, épocas, género y el tiempo. El tiempo, tanto daño y con un mañana imposible.
La observaba y oía hablar, a pesar de estar en frente suyo, la notaba a millas de lejanía con corazas imposibles de derribar. La habían besado algunas veces, muchas veces. Le habían tocado la piel y esos dientes habían resplandecido en medio del abrazo más puro.
El amor y sus bases futuras, ideales que un adolescente siempre espera, para Jake era el de Frankenstein y esa corazonada de plumas.

𝗙𝗥𝗔𝗡𝗞𝗘𝗡𝗦𝗧𝗘𝗜𝗡 | 𝘮𝘪𝘴𝘴 𝘱𝘦𝘳𝘦𝘨𝘳𝘪𝘯𝘦Donde viven las historias. Descúbrelo ahora