El Abogado Novato

Caso 1: Todo tiene un comienzo...

... y no es que yo tuviese uno normal.
Hacía poco que había conseguido mi distintivo de letrado, y ya estaba llevando mi primer caso. Puedo recordar como si fuera ayer lo nervioso que estaba. Me sudaban las manos y la corbata me picaba como nunca antes me había picado. Estaba en la sala de acusados esperando que llegase mi cliente. El mero hecho de pensar en mi defendida no hacía otra cosa que ponerme todavía más nervioso. Porque dudo que haya muchos abogados que hayan debutado defendiendo a su propia madre.

Era la mañana siguiente del día que me nombraron oficialmente un abogado. Había abierto un bufete, donde me encontraba en aquellos instantes. Esperaba, hojeando una revista, sentado en mi escritorio dentro de mi despacho. No pensaba tener visitas aquel día. Acababa de empezar y no pensaba en tener clientes hasta dentro de un tiempo. Hasta que de pronto, de un portazo, alguien entró en la habitación, haciéndome dar un respingo en la silla.

- ¡TEEEEEEEEEEEEEEEEEEEED!- empezó a gritar esa figura que no me costó reconocer.

-¿Shaun...?- pregunté yo, atónito.

Y ahí se encontraba, con un gesto nervioso, un armario empotrado, activo y sudoroso, viril e imponente, con lágrimas corriendo por su cara, la cual tenía una expresión de terror mezclada con una gran tristeza: mi hermano menor, Shaun.
-¡Ted, hermanito! -rugió abalanzándose sobre mí, rodeando mi pequeño cuerpo con los troncos a los que llamaba brazos. El olor a hombre me llegaba al alma y me estaba a punto de desmayar.
-¡Por lo que más quieras, suéltame Shaun!- mascullé intentando zafarme del gigante.- ¿Qué te pasa? ¿Hace cuánto que no te duchas? ¿Por qué estás llorando? ¡Oye! ¡Que me vas a manchar el traje nuevo! ¡Contrólate, por el amor de Dios!
El pobre hombre había estallado en llantos encima de mi hombro mientras me estrujaba con la que parecía intención de matarme. Se separó de mí, descubriendo su cara llena de lágrimas y mocos, la cual limpió con la manga de su camisa de cuadros. Nunca en mi vida lo había visto tan triste y asustado como entonces, ni si quiera cuando era un niño pequeño y venía a buscarme para dormir junto a mí porque temía al monstruo de su armario. Era todo un hombretón, pero a pesar de ello se asustaba fácilmente. Pero para mí era sencillo quitarle el miedo.
Le ofrecí un pañuelo, el cual dejó lleno de mocos en un santiamén. Le hice sentar en una silla en frente de mi escritorio, y le di un vaso de agua para que se tranquilizase. Una vez tranquilo, procedió a explicarme el por qué del escándalo que había formado.
-Verás, necesitamos la ayuda de un abogado. Y la necesitamos cuanto antes. Ha ocurrido algo espantoso y mamá está en problemas.
-¿Mamá?- pregunté, extrañado.- ¿Qué ha pasado?
-Se trata de papá... Lo han encontrado con un cuchillo clavado en el cuello en el comedor de casa... y mamá es la principal sospechosa.
Entonces me quedé sin aliento. Mis ojos se abrieron como platos y mi boca quería gritar, pero un nudo en mi garganta me impedía pronunciar una sola palabra. Un montón de pensamientos cruzaron mi cabeza, del estilo de "¿Por qué iba mamá a hacer algo así?"  O "¿De verdad mi primer caso trata sobre el asesinato de mi padre?". Estaba abatido. Empecé a ver borroso y mi corazón latía fuertemente.

Faltaba muy poco para que Shaun volviera a estallar en llantos, así que antes de que eso ocurriese, recuperé la compostura y me apresuré a decir:

-No te preocupes, hermanito. Yo salvaré a mamá.

Eso no hizo más que estropearlo más. El hombre rompió a llorar de nuevo, berreando palabras inentendibles. Se le veía bastante desesperado.

-Por favor, no llores, Shaun... Todo se arreglará... No entiendo ni una palabra de lo que me estás diciendo... -intentaba tranquilizarlo, con pocos resultados. Ver a mi hermano así me destrozaba el alma. 

Pasaron los minutos y al final se relajó. Una vez tranquilo de nuevo, reanudamos la conversación.

-Shaun, necesito que me expliques algunos detalles más- le pedí-. ¿Por qué has vuelto a llorar de ese modo?