Prólogo

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Un recuerdo para Roger Peyrefitie

Un recuerdo para Roger Peyrefitie
Durante un tiempo, lóbrego y triste en muchos sentidos, el lector español que
quisiera leer una novela de tema homosexual, si no era erudito y sabía sutilmente mirar el pasado, no encontraba aquí sino textos donde la homosexualidad aparecía como un vicio terrible —digamos algún libro de Maxence van der Meersch, como La máscara de la carne— o, en el mejor de los casos, como un dramático problema de conciencia, tipo Fabrizio Lupo de Cario Coccioli o la más antigua (pero asequible en España) La confusión de los sentimientos de Stefan Zweig. Podía rastrear algún texto de Gide (los homoeróticos casi inencontrables) o soñar en las dramáticas biografías de Oscar Wilde. No hablo de otra centuria, sino de Madrid o Barcelona, hacia 1965. Por supuesto en el extranjero se encontraban otras cosas —y otras libertades— aunque tampoco comparables a lo que ocurrió entrados ya los años 70. Pero ocurría, además, que incluso los que salíamos al extranjero —muy jovencitos entonces— a lo mejor no nos atrevíamos a solicitar esa literatura prohibida o maldita. Todo esto apenas cambió hasta la muerte de Franco. Es bueno recordarlo, o decírselo a quienes no lo supieran.

Con todo, los lectores españoles teníamos la suerte de que llegaban — más que hoy — libros editados en Argentina, y entre ellos descubrí yo en 1970, a mis diecinueve
años, Las amistades particulares y el nombre de su autor, Roger Peyrefitte, durante años el escritor más abiertamente gay de la historia europea, hombre polémico, exitoso y con fama de terrible. Peyrefitte —que hoy puede sonarnos a clásico, aunque vive aún— fue el autor homosexual por excelencia, descarado, culto y sin el menor complejo de culpa. No se consideraba un autor de primera fila (no era Gide o Genet, por hablar de literatura
francesa) pero era —es— un escritor de buen tono y de un absoluto atrevimiento para los años de su gran éxito, que fueron, sobre todo, las décadas del 50 y del 60.
Roger Peyrefitte, nacido en Castres en 1907, estudió, interno, en colegios católicos del sur de Francia, antes de estudiar Letras en Toulouse y luego Ciencias Políticas. En 1930 terminó sus estudios y entró en la diplomacia. Entre 1933 y 1938 fue secretario de embajada en Atenas, y de allí lo expulsaron —discretamente— por concupiscencias homosexuales con chicos jóvenes. Vive en París y abandona esa carrera en 1940. No le tentaba en exceso la doble vida. Sin embargo, en 1943, reingresa para servir al Gobierno de Vichy. En 1945 abandona definitivamente la diplomacia, no sabemos si para dedicarse a la literatura —como hizo desde entonces y abundantemente—, porque a los gobernantes de postguerra no les agradasen los colaboradores del Mariscal Péatin (que
no les agradaban) o porque la ficha secreta y sexual del señor Peyrefitte estuviese más
llena aún de escándalos homoeróticos…

Las amistades particulares («Les Amitiés particulières») fue su primer libro. Yo tengo ahora la primera edición francesa, editada en Marsella en 1944. La edición popular llegó algo más tarde —en 1949— y le valió el Prix Renaudot y una muy elogiosa carta de André Gide, reciente premio Nobel, y casi ya con un pie en la tumba, pero aún lógicamente el gran preboste de cualquier homoerotismo en Francia y en casi todo el mundo.

La carrera literaria y polémica de Roger Peyrefitte fue, a partir de ahí, meteórica.
Novelas, libros de viajes, obras de erudición histórica y continuas entrevistas de escándalo. Peyrefitte —tan elegante y tan deslenguado— inauguró el outing. Para la
sensibilidad actual, Roger Peyrefitte parece un tipo homosexual extraño, pese a su obvia
militancia, que incluye el haber sido cofundador de una de las primeras agrupaciones gays de Francia y del mundo —otra vez— Arcadie, que editaba una revistita muy seria. Pero si todo esto nos hiciera evocar a un barbudo luchador de izquierdas nos equivocaríamos. Pese al outing al que sometió a la diplomacia y a la Iglesia católica en algunas de sus más famosas novelas, como Las embajadas o Las llaves de San Pedro (ambas auténticos best-sellers), Roger Peyrefitte nunca olvidó sus modales o sus chaqués de clase. Derechista y casi racista, Peyrefitte defendía con uñas y dientes la homosexualidad y aún el tono griego de la pederastia, quizá como un estigma divino que volvía al caballero mucho más distinguido, exclusivo y elegante.

Aunque abundantemente leído por los gays (o criptogays) como es lógico, Peyrefitte
con su obvia temática —a veces centrada en personajes históricos, como en la novela El
exiliado de Capri— llegó a todos los lectores, fuera cual fuese su opción sexual, con
muchas ediciones, largas tiradas y populares ediciones de bolsillo. («Le livre de poche» —la colección más famosa de libros de bolsillo en Francia— publicó prácticamente toda la obra de Peyrefitte). Hasta finales de los 70 —cercano ya él a los 80 años— no empezó a eclipsarse su éxito. En esa época el mundo gay giraba y cambiaba y Peyrefitte se refugió en la Historia. Ahora es un clásico. Y el mundo gay le debe más de un homenaje, aunque su talante (culto, vivo, procaz) tenga mucho de otra época. Quizá ese primer y mínimo homenaje sea leer sus libros. Podría haberse comenzado con El fin de las embajadas, Los amores singulares o Nuestro amor entre tantos… Pero está bien
empezar por el principio. Las amistades particulares —llevada al cine en 1964, merecía un remake— es la historia de amor de dos adolescentes en un internado católico, allá por los años 20. Aquellos adolescentes (sin duda con rasgos autobiográficos del autor) son muy diferentes a los actuales. También el propio catolicismo y los internados —al menos en apariencia— son distintos. La novela es literaria y lírica, y en algún momento
puede parecer amanerada en aquellas relaciones entre chicos que sabían quiénes eran los pastores de Virgilio. Las amistades particulares no es una novela de ahora, ni siquiera de 1944. Pero es un clásico ya, y merecidamente, sobre cierto tipo de idealizado y fáctico amor masculino entre adolescentes. La expresión «amitié particulière» (una amistad con atracción sexual) se ha convertido, desde el título de la novela, en una expresión idiomática, y no solo en francés.

El altivo, elegante, peleón, escandaloso, luchador y singular carca que aún es Roger
Peyrefitte merece —conviene repetirlo— nuestro recuerdo y homenaje. Un detalle
cotilla, de los que le gustan a «monsieur» Peyrefitte: su novio más estable (aunque lo
conoció muy muchachito) fue uno de los actores jóvenes y novatos que trabajaron en la película Las amistades particulares, rodada en la Abadía de Royaumont, cerca de París, película que a Peyrefitte le pareció magnífica.

Luis Antonio de Villena
Madrid. Junio, 2000.

Amistades Particulares {George Y Alexandre}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora