Capitulo 2

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Luego, se levantaron todos y se volvieron hacia el superior, que recitaba la acción de
gracias. Georges estaba detrás de Rouvére. Miraba esa nuca fresca, que olía a loción.

Al igual que el refectorio, el dormitorio revestía un aspecto completamente diferente al del día. Pero, allí, reinaba el silencio, dando un carácter hierático a aquella reunión de muchachos. Georges sabía que sus vecinos eran los mismos en todas partes, siguiendo una costumbre destinada, según parece, a facilitar la vigilancia. Su cama era la penúltima (la de Rouvére, la última) del fondo a la derecha, pegada a la pared y cerca de los estantes. Se aproximó a ver sus efectos personales en el número 25. La hermana había colocado una cortinilla para preservarlos del polvo; sabía hacer bien las cosas: sabía agradecer la generosa ofrenda recibida. Los libros estaban apilados cuidadosamente contra la especie de arqueta que hacía las veces de mesilla. Pero, según había dicho Marc, los manuales de tercero que Georges ya había comprado, no le servirían para nada: el programa era allí distinto. ¡Vaya con los coles religiosos!

Siempre tenían que distinguirse por algo.

Algunos alumnos, como Rouvére, a quienes la vuelta al internado no había mermado
en absoluto su sangre fría, animaron un poco el dormitorio al ir a lavarse los dientes a los lavabos. El agua de los grifos resonaba en las cubetas de chapa. Georges comenzó a
desvestirse, mirando cómo lo hacía el resto. Vislumbró espaldas, pechos, brazos desnudos, unos dorados y otros blancos. Se puso el pijama. Algunos usaban un simple
camisón; había de los dos tipos. Georges se deslizó bajo las sábanas. Nunca se había
acostado en medio de tanta gente. Rouvére volvió del lavabo y se desvistió. En vez de
darse la vuelta, se volvió hacia Georges candorosamente. Se había puesto el pantalón del pijama y no conseguía igualar los dos extremos del cordón. Finalmente, de un salto, se sentó en la cama, que había descubierto. Se estaba mordiendo las uñas, inclinando graciosamente la cabeza. Georges lamentó que se tratase, según había oído decir, de una manía de niño vicioso. Todos se arrodillaron sobre los cubrepiés, mientras el celador recitaba una oración en voz alta; las primeras palabras eran: «El sueño es la imagen de la muerte».

La única luz que brillaba ahora era la de una lámpara de noche. El abate se paseó un
momento silenciosamente, luego desapareció; su habitación era la contigua, y la entrada daba a un amplio corredor abierto sobre el dormitorio. Corrió la cortina de una ventana interior, practicada por encima de los lavabos y que permitía mantener a los durmientes bajo su vigilancia. Su desaparición fue la señal para los susurros discretos: comenzaban las conversaciones.

¡Qué buen sitio tenían Georges y sus vecinos, alejados si querían de los oídos
enemigos! Marc le hizo notar una ventaja suplementaria: el celador no podía sorprenderlos ni tampoco oírlos, pues podían verle llegar —su puerta, invisible para casi todos, estaba en el extremo de una diagonal que llegaba hasta sus camas. Blajan trazó la figura geométrica del dormitorio en el aire. A continuación, preguntó:

—¿Eres muy empollón?

—El año pasado, me dieron el premio de fin de curso —respondió Georges.

—El prefecto es muy amable por habernos puesto juntos —dijo Marc riendo—. Yo fui el laureado en cuarto en Saint-Claude. Como ves, los frailes saben lo que hacen; estudian cuidadosamente la distribución de los sitios de los alumnos: nunca nos copiaremos y, además, solo nos emularemos cada vez más. Debéis de ser terriblemente buenos en el liceo, con esos profesores agregados. Aquí, tienes que ser de la academia. Es menos estúpido que ser congregante. Yo soy académico desde hace un año, y, si quieres, te patrocinaré. Pero, aunque soy muy practicante, me niego a entrar en la congregación: es el refugio de todos los que tienen razones para querer pasar desapercibidos; me desagrada.

Amistades Particulares {George Y Alexandre}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora