—Amo todos y cada uno de tus tatuajes, Lou —hablaba el rizado en medio de pequeñas sonrisas, sus dedos recorrían y se deslizaban curiosamente sobre los brazos tatuados de su novio; quién en esos momentos lo único que hacía era mostrar una linda sonrisa.Le encantaba demasiado la personalidad de su bebé, su inocencia e ingenuidad le causaban una ternura enorme. Sus hoyuelos eran tan preciosos que, cada vez que los tocaba se aseguraba de ser delicado, todo su rostro y cuerpo parecían haber sido tallados a mano; y Louis se sentía el hombre más afortunado de la tierra al recordar que él y Harry eran novios.
—Lo sé, cariño —una suave y tranquila carcajada escapó de sus rosados labios—, me lo has dicho una y otra vez, pero no me quejo, podría pasar la vida entera oyendo aquello.
Louis supo al instante que Harry se había sonrojado, ya que mayormente este emitía unas pequeñas risitas cuando sus mejillas tomaban un color carmín. Ambos se abrazaron y se mantuvieron así durante largos minutos, todo el tiempo que pasaban juntos nunca les era suficiente, deseaban poder estar eternamente así; abrazados, mirándose a los ojos, dándose besos y también mimándose el uno al otro.
Ellos eran uno solo.
Hasta que, de repente, su pequeño mundo lleno de alegría se convirtió en uno lleno de penas y lamentos que nunca tendrían fin.