Una infusión en extremo importante

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—Un ristretto doble por favooor.

La aguda voz del "calaveroso" emponchado llamó la atención de más de una de las desdichadas almas que frecuentaban esa decadente taberna, y como una respuesta tácita, algunas risas roncas se oyeron alrededor del espacioso salón, cosa que nuestro protagonista ignoró. La tabernera: una exuberante mujer de piel verdusca y delantal rojizo ajustado, levantó una ceja ante el extraño pedido.

—Hace años que no enciendo la "espreso", ¿Por qué no te conformas con una cerveza como todos aquí? — preguntó ella cruzándose de brazos, sin estar muy segura si disponía el otro siquiera de la capacidad de ingerir cualquier bebida. El viajero suspiró y metió su blanca mano por debajo de su poncho, algunos tintineos se dejaron oír cuando sus falanges chocaron contra sus vertebras, cosa que le generó una divertida repulsión a la mujer.

—Un ristretto doble, por favor— repitió de manera más firme que la anterior, levantando una brillante moneda de oro. La tabernera la tomó con presteza mientras este la hacía bailar entre sus dedos.

—No te prometo que saldrá de la mejor manera, además, tengo que desempolvarla y hacerla funcionar — respondió ella mientras metía la reluciente pieza en medio de su pronunciado escote. El viajero levantó la cabeza, daba la impresión de que podría estar sonriendo.

—No se preocupe my lady, tengo toooodo el tiempo del mundo — notificó con cierta ironía.

Al tiempo que se disponía a esperar giró su cuerpo sin abandonar su asiento, apoyando sus huesudos codos sobre la barra, para luego tararear con sutileza una alegre canción. Sentía verdadero júbilo de verse en ese lugar, había recorrido kilómetros y kilómetros de desierto y ruinas para encontrar un local que tuviera una de esas antiguas máquinas, y más suerte aún, que esta pudiera llegar a utilizarse. Trataba de recordar cómo se sentía el aroma de los granos tostados entre sus dedos cuando un hombre-cerdo (porque esa era la palabra más correcta para identificar a esa sebosa masa enorme y malhumorada) se levantó de su asiento y se acercó lentamente al viajero, su mano derecha sostenía una abollada jarra a medio llenar de cerveza y la izquierda descansaba sobre un pesado garrote de madera. El alegre esqueleto logró observar con dificultad que se encontraba tallada la palabra "dialogo" sobre el arma con una terrible caligrafía.

—¿Se le ofrece algo buen hombre? — preguntó amablemente mientras iba alzando la cabeza. El colosal hombre-cerdo gruñó antes de emitir una respuesta.

—Sí, ¿Acaso te crees superior como para no tomar lo mismo que nosotros?

Su voz sonaba ronca y áspera. El otro, de haber tenido piel y todo lo demás, hubiese levantado una ceja, sabía que se encontraba con la típica situación desventurada de taberna de mala muerte. Era el momento de huir, mas no lo iba a hacer sin haber cumplido su objetivo, no luego haber pasado por tanto para alcanzarlo.

—Para nada buen hombre, verá, he recorrido grandes distancias para... — comenzó a explicar nerviosamente el esqueleto cuando fue interrumpido por el otro de un manotazo a la barra. Nuestro amigo pensó que esa enorme mano podría aplastar sin dificultad su cráneo, un duro escalofrío recorrió toda su espina.

—¡Sí no te crees más importante entonces toma cerveza con nosotros! — espetó con brusquedad el grandulón. Algunos de los clientes levantaron sus vasos coincidiendo con el robusto y amenazante cliente, uno del fondo, muy parecido a un espantapájaros, exclamó.

—¡Y ya que está que pague una ronda!

El "calaveroso" tragó saliva, parecía que se había lanzado dentro de la boca del lobo en su afán de conseguir su preciada infusión ya que no le quedaba más dinero en realidad. La tabernera hizo funcionar la máquina, tosiendo ante la gran cantidad de vapor que liberó esta al volver a estar en funcionamiento.

—Primero me dejan servirle al extraño lo que pidió, luego hagan lo que quieran. Aunque ya saben, si rompen algo lo pagarán — expresó ella mientras terminaba de ajustar el artilugio. El hombre-cerdo sonrió con malicia, dejando ver sus gruesos y amarillentos dientes cariados.

—No te preocupes, ya nos estamos haciendo amigos aquí, ¿O no "calaquita"? — explicó este apoyando su codo derecho sobre la barra, aparentando burlonamente una intensión amistosa.

—De hecho, me llamo Juan Gabriel de la... — comenzó a responder levantando las falanges de su índice derecho cuando fue interrumpido.

—Aquí te llamarás "calaquita", y la pasarás bien si no das muchas explicaciones y accedes a jugar con nosotros — indicó la mole echando una gran bocanada de aire caliente desde sus huecos nasales. Estaba tan cerca del viajero que este podía distinguir todos los granos y gruesos vellos faciales que poseía su interlocutor, "gracias al cielo que ya no poseo olfato" pensó.

—¿Y bien?, ¿Les pagarás a todos tus nuevos amigos una ronda? — inquirió ensanchando su fétida sonrisa.

—Bueno... Me temo que eso no será posible amigos — contestó algo nervioso. Todos los clientes comenzaron a levantarse lentamente, incluso algunos ya se tronaban los huesos mientras se acercaban a la barra. Más nervioso aún se puso ante ese panorama, cada vez más complicado para él.

—Como dijo la hermosa señorita, dejen que beba mi café y hagan luego lo que deseen conmigo — solicitó levantando ambas manos, deseando solo tener algo más de tiempo.

Y casi como si hubiese sido una respuesta a su pedido silencioso, repentinamente ingresó de un salto un extraño hombre a la taberna, portaba una larga capa negra con capucha que cubría la luz que chocaba contra su rostro.

—¡USTEDES! — exclamó.

—¡DEJEN A ESE HOMBRE EN PAZ!  

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