Raíces y lenguas

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Cuando emprendí mi viaje, hará ya una eternidad, lo único que tenía era una mochila llena de miedos y muchos sueños que no encajaban en el mundo que me tocó vivir. Elegí tomar esos olvidados caminos que ya nadie pisa, supongo que ya me había cansado de los mismos caminos que yo nunca entendí. El viaje no fué siempre bonito, a veces acababa hundido en el fango por seguir algún borroso sendero.
Pero al final encontré unas tierras en las que pude dar forma a mis sueños y allí creé mi pequeño paraíso. Normalmente cuando el sol empieza a rozar el mar, allá por el horizonte, suele reunirse conmigo el Señor Sapo. Con su inseparable pipa de madera de sauce dormilón.
Escoge siempre una hoja de atrapalunas bien carnosa para estirarse. Yo prefiero hacerme un sillón con vides en floración, tienen una estructura sólida, pero son flexibles y mulliditas al mismo tiempo.
Nos colocamos en frente del olivo y el cerezo que tengo en mi rincón de pensar. Son dos ejemplares ya muy antiguos.
El olivo conseguí que germinara después de un terrible invierno que sufrí, hará ya más de tres mil sueños, cuando aún no tenía mi jardín. No hacía mucho que había entrado en esas tierras y aún no sabía cómo sobrevivir en ellas.
Casi me perdí del todo, solo esa pequeña semilla me daba calor, pero no era suficiente, así que justo antes de caer en manos de la gélida oscuridad conseguí hacer un pequeño agujero en el suelo, deposité la semilla dentro y me tumbé encima, pensando que el calor que mi cuerpo seguiría irradiando durante un suspiro después de partir, ayudaría un poco a ese árbol a nacer.
Así fue, el olivo germinó en menos de un suspiro y creció. Y un instante antes de que de mis pulmones saliera la última nota que habrían de escuchar de mi estás bonitas tierras, hizo crecer una rama y me envolvió, sus hojas crecieron en torno a mi, acurrucandome, protegiéndome y dándome calor.
Me tuvo entre sus ramas todo el invierno, dormido, soñando...
Hasta que me vino la primavera.
Con sus primeros calores me depósito suavemente en el suelo y me despertó dejando caer unas cuantas olivas sobre mi.
Fue entonces cuando conocí al Señor Sapo.
Yo justo estaba abriendo los ojos, aún casi no podía ni moverme, es lo que tiene la hibernación, ríete tu de una siesta mal dada...
Total, que ahí estaba yo, tumbado panza abajo, con los brazos a los costados y con la cabeza a un lado. Me caía la baba porque aún tenía todos mis músculos dormidos y no podía cerrar la boca. Sólo conseguía articular extraños gorgoteos.
Al mismo tiempo intentaba abrir los ojos, ya que tenía los párpados pegados a causa de unas legañas gigantes que los habían invadido.
Después de una eternidad luchando conseguí abrir el ojo izquierdo. Estaba todo borroso pero distinguía una mancha oscura justo delante de mí, a poco menos de un palmo de mi nariz.
Hice un esfuerzo por enfocar la imagen y allí estaba, el Sapo más arrugado, gordo y mal hecho que había visto en mi vida. Pero feo de cojones, con ganas, con una cara de mala leche capaz de cortar un alioli a 100 metros.
...Lo siguiente que noté fue el lengüetazo que el cabronazo me metió a traición en todo el ojo.
ahrhsniggg!-
Grité a modo de queja formal, tampoco es que tuviese yo muchas opciones la verdad. Intenté añadir unas palabras más, para dejarle claro a semejante engendro que ni se le ocurriera volver a darme tamaño lengüetazo.
-jfihdvdvuug...!-
No me dejó acabar, otro lengüetazo, esta vez dirigido a mi lengua, me interrumpió bruscamente.
Ahí ya se me despertó un poco el cuerpo, supongo que por la adrenalina y el odio que empezaba a sentir por el Señor Sapo. Pude articular algunas palabras.
-¡Tus muertos puto sapo asqugggagargh...!-
Si, el tercer lengüetazo impactó de lleno en mi campanilla, se enrolló en ella y tiró hacia fuera.
La arcada que me provocó dio vida a mi cuerpo y me levanté de un salto... Con la boca abierta y un sapo muy gordo colgando de mi campanilla.
Ais que tiempos aquellos... Miranos ahora, que parecemos una pareja de jubilados .
¿Y el cerezo que? Os preguntaréis, digo yo...
Pues bueno, ese cerezo es muy especial, es un cerezo regalón de las tierras que están más allá de la montaña siempre triste. Si, la que uno se encuentra después de pasar por la gran estepa sin sentido.
No muchos viajeros buscan esos caminos, los que suelen pisar esas tierras lo suelen hacer por qué han perdido su norte y han dejado de poder decidir a dónde ir.
En esas me encontraba yo cuando cruce las montañas.
No voy a contar lo que en ellas me sucedió, eso me podría acarrear preocupaciones que ahora mismo no me apetecen mucho tener.
Lo que pocos han visto son las increibles vistas que esperan al viajero una vez dejas atrás el desfiladero de los dramas personales, el paso de salida de esas montañas. En cuando se abren las vistas y tus ojos se acostumbran a la luz de nuevo, un enorme valle repleto de colores y aromas maravillosos te da la bienvenida.
De hecho es un cráter, pero de tal envergadura que uno no se da cuenta de ello.
Una gigantesca copa llena hasta los topes de vida, regada por innumerables arroyos y ríos que caen por sus paredes, nutriendo todo el valle.
Todas sus plantas desprenden deliciosos y vigorizantes aromas que tonifican y despiertan los sentidos, todas ellas visten espectaculares vestidos de colores, dignos de la paleta del mejor pintor.
Su cielo, de un azul imperial, siempre está manchado de jirones de nubes anaranjados, que solo son perturbados por el paso ocasional de alguna de las once águilas protectoras del lugar, unas enormes y majestuosas aves del tamaño de una casa que sobrevuelan casi lánguidamente los cielos de sus dominios. Sus plumas de color ámbar las hace inconfundibles, su sola presencia serena al corazón más salvaje y adormece los instintos más oscuros.
Tanta belleza, serenidad y paz transmite el lugar, que mis sentidos se saturaron y caí de rodillas. Llorando desconsolado como un niño en brazos de su madre.
Y es que solo hay una verdad en ese valle.
Nada se puede esconder en las sombras, todo lo que traigas escondido saldrá a la luz.
El lugar te obliga a sacar todos tus pecados y demonios interiores, a mirarles a los ojos bajo su luz.
Es un lugar para pedir perdón y ser perdonado, sin juicios y sentencias más allá de las que cada uno dicte desde la serenidad que se le otorga.
No recuerdo cuando tiempo me regalé en ese paraje, lo que os puedo decir es que allí recuperé mi norte y con él pude encontrar el camino de vuelta a mi rincón. Fue justo cuando volví a pisar la hierba baja de mis tierras cuando me di cuenta de que en uno de los bolsillos de mi pantalón había una gran y apetitosa cereza tinta como el vino, con unas delicadas líneas de color ámbar que la cruzaban.
Su intenso aroma catapultó mi mente hacia ese inmenso valle verde y esos enormes cerezos de hojas color pastel, con sus ramas siempre llenas de cientos de bolitas divinas, que al morderlas se derretían por la boca haciendo explotar de puro placer todas tus papilas.
Me quedé mirando embobado ese fruto bastante tiempo, hipnotizado por como su brillante piel reflejaba los rayos de luz de la luna.
Quería comerme esa bolita, en ese momento todo mi ser quería saciarse con semejante manjar.
Pero sabía que si lo hacía seguramente no volvería a probar una de esas cerezas.
No entraba en ese momento en mis esquemas la idea de volver a cruzar la gran estepa sin sentido, ni mucho menos la montaña siempre triste, así que decidí meditar bien mi próximo paso.
Medité fuertemente y a conciencia, tamaño dilema no podía solucionarse así a lo loco.
Durante todo el proceso, que se alargó bastante en el tiempo, el Señor Sapo se encargó de abastecerme de lo necesario para sobrevivir, cada día me traía un poco de comida, hasta se quedaba un rato a mi lado y se ponía a meditar conmigo para ayudarme a sacar una conclusión más rápidamente.
Pasó el tiempo, lo veía reflejado en la piel de la cereza, muchas lunas y soles se reflejaron en ella. Mis cabellos ya se estaban enredando con la hierba que estaba bajo mis pies y mi barba jugaba a remojarse con el arroyo que corría justo por delante de mí.
Yo aún no tenía muy claro que debía hacer. Y eso que para aquel entonces contaba con la ayuda de la familia de ratitas de campo que se mudó a la parte alta de mi barba, eran muy majos y siempre me daban buenos consejos.
Reconozco que empezaba a sospechar que igual se me estaba enquistando un pelín la situación. Pero claro, ¿Como estar seguro de eso?
Justo iba a expresarle a Señor Sapo mis aún incipientes dudas sobre la efectividad que estaba teniendo mi estrategia, cuando por el rabillo del ojo vi un movimiento que no me era familiar.
Cachis! Tenía visitantes! Algo se movía a mis espaldas. Aún debía estar lejos, pues no era más que una motita moviéndose entre mi campo de trigo enano, pero indudablemente se estaba acercando.
¿Que se suponía que debía hacer? Si rompía el proceso de meditación perdería los avances hechos hasta el momento, pero por otra parte la idea de no saber que o quién era lo que se estaba dirigiendo hacia mí me inquietaba un pelín.
El Señor Sapo se puso a croar una vieja canción de alerta de su familia.
Cuando aquellos profundos ritmos entraron por mi oído una corriente eléctrica recorrió mi cuerpo y me sacó de mi estado de un chispazo.
Puse tota mi atención en el visitante.
Definitivamente alguien estaba cruzando mis campo y venía hacia nosotros.
-¿Que opinas Señor Sapo? ¿Que nos trae hoy el viento?-
rrRRacrooacK!-
-Sabes que no me refiero a eso, además no creo que sea el momento de sacar el tema la verdad...-
Crouky, Crouky!-
-No, mira, por ahí no paso, la última vez que nos vinieron a visitar casi la lias parda exactamente por lo mismo.-
Señor Sapo expulsó aire por la nariz despectivamente, se giró dándome la espalda y de un salto se sumergió en el arroyo que jugaba a nuestros pies ajeno a todo lo demás... el arroyo, bueno, Señor Sapo también.
Mientras tanto el visitante seguía acercándose, ya podía distinguir un poco su figura.
Parecía un hombre, vestido con ropajes claros y una cabellera oscura y larga.
Estaba ya a pocos metros de llegar al arrozal. Lo cual me recordó que esa temporada había plantado arroz mimético. Es una variedad muy especial, tiene la capacidad de interactuar y mimetizarse con lo que le rodea.
Cuando aún está inmaduro suele ser bastante tímido y se camufla, pero el mío ya estaba en floración, lo cual le hacía muy susceptible y reaccionario.
Iba a avisar a mi visitante de que tuviera cuidado de no meterse en el arrozal, ya que en ese momento había adoptado la forma de trigo enano y no se distinguía la separación entre ambos cultivos. Pero fue demasiado tarde, una de las piernas de la figura se hundió de golpe en el campo, mi inesperado huésped trastabilló y cayó de bruces en el agua al tiempo que la ilusión mimetica desaparecía.
Segundo cachis del día...

El jardín del olivo y el cerezoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora