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Siena me mira con dos ojos curiosos. Mientras la observo detenidamente, pienso que se asemeja a un ratón curioseando un queso. Ella esconde sus manos en los bolsillos traseros de su pantalón y ladea la cabeza, esperando una respuesta.

—Hola— La saludo, nervioso. Ella ríe. 

—Bueno, nosotros nos vamos—. Anuncia Austin, comenzando a caminar junto a su gemelo hacia los camerinos.

—Suerte, campeón—. Me susurra Justin pasando a mi lado. 

Observo a ambos a alejarse, confundido. Al girarme, descubro que Siena no ha despegado la mirada de mí, sin embargo, no emite ninguna palabra, así que tomo el liderazgo y hablo.

—Siena, ¿qué está pasando?— La cuestiono. 

—Esto es una intervención—. Responde—. Nuestra intervención—. Da dos pasos hacia atrás y me mira esperando una reacción, pero me encuentro tan confundido que no sé cómo reaccionar para ella. Suspira, aceptando mi confusión—. Bueno, pues los chicos pensaban que de seguir así nunca aprovecharíamos nuestro tiempo juntos así que planearon esto—. Aclara, pero aún no entiendo muy bien a qué se refiere.

—Creo que no termino de entender—. Confieso, avergonzado. No sé si es que ella no está siendo lo suficientemente clara, o si simplemente su belleza me vuelve idiota. Vuelve a suspirar. Baja la cabeza, pero aún así puedo percibir el movimiento de sus ojos examinando el piso, como si en este fuese a hallar las palabras. 

—Estoy enamorada de ti—. Suelta, robándome el aire. Y allí va el latido desenfrenado de mi corazón apoderándose de mi cuerpo. La escaneo de pies a cabeza, buscando algún indicio de mentira. 

Utiliza un par de jeans blancos, sueltos, que la hacen ver más pequeña. Además, lleva una blusa amarilla con margaritas estampadas. No puedo evitar pensar en que, de mi jardín, ella es la flor más hermosa. Su melena está suelta, tan asombrosa como la de un león. Y en medio de su pecho, puedo ver su corazón expuesto. 

Y es que Siena no es la clase de persona que da el primer paso. Alguna vez, hace mucho tiempo, me confesó en una noche estrellada que no se sentía lo suficientemente poderosa para ser quien avanza en primero. Sin embargo, supongo que en su infinita gentileza, era incapaz de ver el inmenso imperio que su risa era capaz de construir en mí. 

Porque si bien yo soy el escritor de esta historia, ella siempre ha sido mis letras. 

Decir aquellas palabras había sido un acto de valentía, yo lo sabía, y las mariposas dentro de mi estómago también, y parecía gustarles, porque revoloteaban incansables. Sin embargo, estaba infundida en miedo, era visible en sus pupilas. Pero estaba bien, porque las mejores cosas inician con un poco de miedo. 

Ella da otro paso atrás, con una mirada triste, y comprendo que he tardado demasiado en responder. Me aclaro la voz, dándole la orden a mi cerebro de recobrar la compostura para formar una oración digna de dar como respuesta. 

—Lo siento, no quise asustarte—. Se me adelanta, borrando de mi rostro una sonrisa tonta que no era consciente que portaba—. No tienes que responder, podemos fingir que esto nunca pasó y continuar...

—Siena, mi corazón está tan lleno de ti que apenas puedo llamarlo mío, y ¿dudas?—. Suelta finalmente mi estupida lerda boca. Ella deja salir todo el aire que tenía contenido en un jadeo—. He tardado en responder porque tu belleza siempre me deja sin palabras. 

—Oh—. Se limita a decir mientras sus mejillas se tornan rosas— ¿Eso significa que tú también...

—Eso significa que quiero que uses mi camisa en todos mis partidos—. La interrumpo. Ella ríe. 

Las memorias de una mentira que se amóDonde viven las historias. Descúbrelo ahora